El
contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente
no se siente apenas responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su
mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.
Hay
quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial,
sincero. No son ya capaces de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se
sienten comprendidos ni amados por nadie. Se relacionan cada día con mucha
gente, pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven con el corazón
bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.
Según
el relato evangélico, para liberar al sordomudo de su enfermedad, Jesús le pide
su colaboración: «Ábrete». ¿No es esta la invitación que hemos de escuchar
también hoy para rescatar nuestro corazón del aislamiento?
Sin
duda, las causas de esta falta de comunicación son muy diversas, pero, con
frecuencia, tienen su raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente nos
alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros
mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia caemos en el
riesgo de vivir cada vez más solos.
Sin
duda es bueno aprender nuevas técnicas de comunicación, pero hemos de aprender,
antes que nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la
desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a
unos de otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para
escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos no está
solo. Vive de manera solidaria. JAP
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