Sentimos
compasión ante un niño pordiosero, ante un anciano enfermo, ante la noticia de
un secuestro, ante la soledad de una esposa o de un esposo abandonado.
Sentimos
compasión a todas las edades: el niño percibe cuándo sus abuelos o sus padres
están tristes y busca consolarlos. El joven siente pena al ver sufrir a quienes
ama, o a personas que encuentra por la calle. El adulto capta y participa en el
dolor de otros, niños, jóvenes o adultos. El anciano acoge con gratitud la
compasión que recibe, y sabe también ofrecer su cercanía a quienes sufren a su
lado.
Nos
damos cuenta de que la compasión no se limita a un sentimiento. Va mucho más
adentro, porque permite unirnos y participar, de corazón a corazón, con el
sufrimiento de alguien, cercano o lejano, que tiene nuestra misma humanidad,
que necesita la ayuda del consuelo.
Intentemos
definir esta virtud. Compasión significa sufrir con el otro, participar en el
dolor ajeno con el sentimiento y con una actitud del alma que nos lleva a
acompañar, a consolar, a remediar los males de la persona hacia la que sentimos
compasión.
Porque
tenemos compasión, somos capaces de colocarnos en el lugar del otro y
preguntarnos: ¿qué necesitaría, qué pediría yo si estuviese en esa situación?
Si doy la respuesta justa, descubriré que tengo que ponerme a trabajar: el
dolor físico o moral de alguien ha entrado en mi corazón y me impulsa a hacer
algo para aliviar sus penas.
En
el pasado (también en el presente) ha
habido quienes consideraron la compasión como una virtud pobre, despreciables,
para personas frágiles. Los estoicos, por ejemplo, creían que dejarse llevar
por la compasión era un signo de debilidad, de flaqueza. Un autor estoico dijo
que la misericordia era un defecto, y que tener compasión no era algo propio de
los sabios. Kant tampoco apreciaba mucho la compasión, pues pensaba que un
hombre se ‘rebajaba’ si escogía actuar según un sentimiento de afecto hacia el
otro en vez de seguir la férrea ley del deber.
Aristóteles,
en cambio, apreciaba mucho la compasión: la veía como una virtud muy importante
para la vida del ser humano. Señaló, además, uno de sus motivos más frecuentes:
sentimos compasión hacia quien padece un mal penoso porque pensamos que también
puede ocurrirnos algo parecido a nosotros o a nuestros familiares.
Junto
a los filósofos, también las religiones hablan de esta virtud. Los cristianos
basan la compasión en el ejemplo de Jesucristo, a quien ven lleno de ternura y
de cariño hacia los enfermos, los pobres, los pecadores. Cristo mismo enseñó
cómo vivir esta virtud con una parábola magnífica, la del Buen Samaritano, que
encontramos en el capítulo 10 del evangelio de san Lucas.
En
el camino de nuestra vida habremos encontrado personas compasivas. A muchos
viene a la mente el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta. Ve a un hombre
carcomido por la enfermedad y la pobreza. Siente el olor de su carne herida y
sucia, percibe el peligro de un contagio, nota que la muerte llegará pronto.
Madre
Teresa no se detenía al ver tanta miseria. Su compasión la llevaba a descubrir,
bajo un manojo de carne y huesos, a un ser humano necesitado de ayuda, de
cariño, de consuelo. Lo recogía de la calle, lo llevaba a un dispensario, lo
abrazaba con ternura, lo curaba y nutría, lo acompañaba hasta la llegada de la
muerte. Madre Teresa, como tantos miles y miles de hombres y mujeres de buena
voluntad, era simplemente compasión en marcha.
En
concreto, ¿cómo se vive la compasión? Hay que empezar en casa: percibir los
dolores, problemas y angustias de quienes están a nuestro lado; acercarnos a
ellos con una simpatía profunda que les permita sentirse acompañados y apoyados
en sus dificultades.
Luego,
hay que saber aplicar la compasión en el trabajo. Si uno tiene alguna
responsabilidad directiva, buscará comprender a quienes tiene que dar órdenes.
Si uno es un empleado, tratará a sus compañeros no sólo con respeto, sino con
una intuición fina que sabe percibir si tienen necesidad de algo.
La
compasión nos abre incluso más lejos: hacia los extraños. Ese niño que nos mira
con ansiedad junto al semáforo. Esa anciana que tiene miedo de cruzar la calle
si nadie la acompaña. Ese enfermo que está sólo en un hospital y que sentirá
una dicha insuperable si tiene a alguien que le acaricie la mano y le hable al
corazón...
Con
un alma abierta y una voluntad decidida, la compasión nos llevará a ofrecer un
poco de bondad y de dulzura a tantas personas que podemos encontrar a lo largo
del camino de la vida. FP
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