Ganamos
un premio en la oficina. Ganamos tiempo. Ganamos un nuevo amigo.
La
vida está llena de realidades y momentos que vemos como pérdidas, y otras
realidades y momentos que consideramos ganancia.
A
veces descubrimos que una pérdida se convirtió en una ganancia: perder el tren
permitió que tuviéramos tiempo para hacer una llamada importante.
Otras
veces vemos cómo una ganancia se transforma en pérdida: vencer aquel premio nos
hizo egoístas y perdimos la armonía en la familia.
La
vida está llena de misterios. Lo que al inicio beneficiaba puede al final ser
dañino. Y lo que empezó como un fracaso al final llega a producir beneficios
insospechados.
Lo
importante, cuando perdemos o cuando ganamos, es descifrar el sentido de lo que
ocurre, y acogerlo en el propio camino como parte de la vida.
Porque
la salud (que podemos perder o recuperar), o el dinero, o cualquier objeto más
o menos valioso, adquieren un sentido pleno cuando nos ayudan a amar y nos
permiten caminar con esperanza.
Entonces
una pérdida no se convertirá en desgracia irremediable, porque Dios es capaz de
sacar bienes incluso de los males (cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 312).
La
vida sigue su marcha, con relojes perdidos y con amigos encontrados. En medio
de tantas vicisitudes, hay una luz interior que nos acompaña.
Con
esa luz descubrimos que Dios está siempre a nuestro lado, y que con su ayuda
podremos avanzar siempre hacia el encuentro eterno con su Amor. FP
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