Hoy
las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido durante estos veinte siglos
un desarrollo doctrinal muy importante y ha generado una liturgia y un culto
muy elaborados. Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es considerado como
una religión.
Por
eso no es extraño encontrarse con personas que se sienten cristianas
sencillamente porque están bautizadas y cumplen sus deberes religiosos, aunque
nunca se hayan planteado la vida como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho,
hoy bastante generalizado, hubiera sido inimaginable en los primeros tiempos
del cristianismo.
Hemos
olvidado que ser cristianos es «seguir» a Jesucristo: movernos, dar pasos,
caminar, construir nuestra vida siguiendo sus huellas. Nuestro cristianismo se
queda a veces en una fe teórica e inoperante o en una práctica religiosa
rutinaria. No transforma nuestra vida en seguimiento a Jesús.
Después
de veinte siglos, la mayor contradicción de los cristianos es pretender serlo
sin seguir a Jesús. Se acepta la religión cristiana (como se podría aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad
ante «lo desconocido», pero no se entra en la dinámica del seguimiento fiel a
Cristo.
Estamos
ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe cristiana. El episodio de la
curación del ciego de Jericó es una invitación a salir de nuestra ceguera. Al
comienzo del relato, Bartimeo «está sentado al borde del camino». Es un hombre
ciego y desorientado, fuera del camino, sin capacidad de seguir a Jesús. Curado
de su ceguera por Jesús, el ciego no solo recobra la luz, sino que se convierte
en un verdadero «seguidor» de su Maestro, pues, desde aquel día, «le seguía por
el camino». Es la curación que necesitamos. JAP
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