¿Qué
significa que un padre ‘se convierte en un niño’? La pregunta implica responder
a otra pregunta: ¿qué significa ser niño? El niño es siempre explosión de vida,
de alegría, de aprendizaje, de juego, de iniciativa, de sorpresas, de lágrimas
que desaparecen pronto o de alegrías más o menos estables. El niño es cariño,
aunque a veces también algo de egoísmo. El niño es observación, curiosidad,
búsqueda. El niño es inquietud incontenible, actividad incansable, movimiento
extenuante...
De
nuevo, la pregunta: ¿cómo debería ser un papá que se convierte en niño? Pues
está claro: debería ser capaz de dejar el traje que lo aprisiona, los asuntos
importantes que lo tienen siempre ocupado, las prisas por cumplir toda una
serie de requisitos... Dejar de lado tantas cosas para sentarse en el suelo y
jugar, con un coche en miniaturas, a carreras con su hijo, o a doctor de las
muñecas de la hija, o a veterinario de las tortugas del más pequeño...
Para
muchos la idea de que uno ha llegado a adulto es sinónimo de estabilidad, de
algo de aburrimiento, de monotonía. No hay tiempo para convertirse en un niño,
si es que a veces no se cae en el triste peligro de no tener ni tiempo para
estar con los hijos... Hay niños que sólo ven a sus padres en la noche, antes
de acostarse, y, por las prisas y los cansancios de la jornada, apenas si hay
tiempo para un saludo y un ‘hasta mañana’. El fin de semana, quizá, los padres
están algo de tiempo en casa, pero es el momento en que los chicos salen fuera
con los amigos, o van a un club, o simplemente quedan pegados al aparato de la
televisión o a un juego electrónico para no molestar a los papás.
Sin
embargo, ¡qué bonita es la familia en la que tanto papá como mamá dedican lo
mejor de su tiempo a sus hijos! Hoy es papá quien coge una novela y la lee a
quien, con sus pocos años, empieza a pelearse con las letras. Mañana es mamá
quien juega a la niñera con la hija pequeña, y las dos peinan juntas a la
muñeca favorita. Pasado mañana son los dos, papá y mamá, que acompañan a los
pequeños a cazar mariposas, perseguir lagartijas o tirar piedras a la
superficie de un estanque... Y cada día, al caer la noche, pequeños y grandes
saben rezar juntos, como si todos fuesen igualmente niños e igualmente grandes,
oraciones sencillas y cariñosas como el ‘Jesusito de mi vida’ o el ‘Dulce
Madre’...
Los
padres, ciertamente, tienen que ganar el pan para sus hijos. Hacen bien en
trabajar y luchar para que los niños puedan tener lo mejor. En ese esfuerzo por
ayudarles también hay que encontrar maneras para compartir cariño (que es la cosa más grande que un papá puede
dar a sus hijos). El niño será más feliz con un papá y una mamá que juegan
con él al escondite que con un costoso juego electrónico que usa sin que nadie
disfrute de sus victorias.
Sí:
los padres son grandes cuando se hacen como niños. Es entonces cuando también
los niños aprenden que es posible ser grandes dando todo el cariño y las
energías a los demás. ¿No es esta la mejor educación que podemos
ofrecer a nuestros hijos? FP
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