Aunque
no lo quisiera una pequeña voz me susurraba al oído diciéndome: “Son altas tus
expectativas”. Sin embargo, me pude dar cuenta que esto venía del mal espíritu
y decidí poner todas mis fuerzas humanas; sobre todo en la organización de los
tiempos como mamá de tres ‘tiempo completo’, pues no siempre se dispone de seis
horas a la semana para poder tener este espacio de encuentro con el Señor.
Adelanté
algunas cosas y le dije al Señor: “si quieres puedes sanarme”.
Creo
que muchas veces se me olvida que Él está ahí escuchándome y que como un Padre
siempre presente quiere darme lo mejor para mí, aunque duela.
Y
digo, aunque duela porque creyéndome ya sanada, encontré que hay heridas en mi
vida que aún necesitan ser besadas por el Señor para que sanen realmente.
Y
más aún, encontré que desde que lo sigo con radicalidad, había perdonado a
quienes por su pecado me dejaban heridas, pero que el perdón que les otorgaba
no necesariamente me curaba la herida.
¿A
quién debo perdonar?
El
segundo día de la Jornada le pedí a Jesús que me ayudara a reconocer a quién
debía perdonar.
Me
sorprendió que ya un mes y medio atrás en un entrenamiento había ofrecido el
esfuerzo por quienes más me han lastimado, todo el cansancio y dolor del
ejercicio lo ofrecería al Padre por esa intención.
Y
haciendo el enlace con la Jornada, nuevamente el mismo rostro volvió aparecer. Empecé
a llorar y a sentir un temblor que sólo quienes hemos vivido en comunidades de
Renovación Carismática podrán entender, mis lágrimas empezaron a correr y a
correr y a correr, sin que las quisiera parar.
¡Qué
impacto! Cómo nuestro cuerpo desea sanar y solo está esperando una oportunidad
que le permitamos para hacerlo.
Al
terminar ese momento dije: “Wow me siento ligera e increíblemente en paz”. Y no
era que antes sintiera que me faltara la paz, pero sí notaba que cuando me
hablaban de esa persona, inmediatamente me bloqueaba e intentaba sólo recordar
cómo me había herido.
En
esa semana el Señor además me dio la gracia de ver la herida que ella lleva y
de entender muchas de sus reacciones conmigo y esto para mí fue una invitación
a orar por ella, así como Él me la mostró, y comprendí que esto también es
parte de mi proceso de sanación.
Los
anhelos del Corazón
Y
llegué al día tres más empujada por mi ángel de la guarda que con la
convicción, debo confesarlo, y es que este mes estuvo lleno de actividades en
la parroquia a la que pertenezco y me sentía agotada.
En
el último día, empecé a darme cuenta de esto que anhelaba mi corazón: “Ser una
esposa y madre muy consciente”, bajar mis estándares de estrés, de organización
y permitirme disfrutar más, es decir, todos los días llegaba muy cansada a la
cama, y era tal el cansancio que incluso sentía que no descansaba en la noche,
ni en el día, ni en la tarde.
Aun
así, cada mañana ponía mi mejor esfuerzo y se lo ofrecía a Dios, dedicaba mi
tiempo a meditar la Biblia a hacer la meditación del Evangelio diario y a mis
lecturas espirituales, pero me estaba faltando algo: reconocer que las heridas
que se fueron formando después de mi primer proceso de sanación estaban causando
estragos y que provocaban que yo hiriera a otros, muchas veces ni siquiera de
manera consciente.
En
ese anhelo de cambiar terminó la tercera y última jornada y me quedé con ganas
de más.
Pero
el Señor que es rico en misericordia me permitió vivir un encuentro con la
Palabra (hasta me hizo sonreír el tema) en la conferencia “Sanar el corazón
mediante la escucha de la palabra y el acompañamiento” impartida por el Pbro.
Dr. Walter Jiménez Hernández, profesor de la Universidad Pontificia de México
que estuvo de visita en los festejos del 45 aniversario de nuestra amada
Diócesis de Victoria. De veras que el Señor siempre va un paso adelante que
nosotros y bueno éste fue el moño con que Él quiso cerrar mi semana.
Dios
no nos pide que lo amemos, incluso no nos pide que le sirvamos, Él lo único que
quiere es que nos dejemos abrazar. GB
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