Texto
del Evangelio (Mt 5,1-12ª): En
aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus
discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la
tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán
saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque
de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien,
y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi
causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los
cielos».
Comentario del Evangelio
Hoy la Iglesia hace honor —celebra— a todas aquellas
personas que ya han traspasado la frontera del tiempo y se hallan ‘viviendo’ en
la paz eterna del Cielo. ¡Ahí están antepasados nuestros, familiares y amigos
queridos! ¡Y ahí nos esperan! Pero, ¿dónde es ‘ahí’?, ¿cómo es este ‘ahí’? San
Pablo nos dice que ningún hombre no ha visto ni imaginado lo que Dios tiene
preparado para quienes le aman.
—Imagínate un mundo en el que Dios es ‘todo para
todos’ (donde todos admiran la grandeza
de Dios y piensan en los demás): ¡es el mundo de los pobres de espíritu! (precisamente los que no van sobrados por la
vida como ‘fantasmas autosuficientes’).
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