Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n.
2296: “El
trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus
representantes no han dado su consentimiento consciente. El trasplante de
órganos es conforme a la ley moral y puede ser meritorio si los peligros y
riesgos físicos o psíquicos sobrevenidos al donante son proporcionados al bien
que se busca en el destinatario. Es moralmente inadmisible provocar
directamente para el ser humano bien la mutilación que le deja inválido o bien
su muerte, aunque sea para retardar el fallecimiento de otras personas.
Para ilustrar el tema vamos a citar a los dos Papas
anteriores…
El Papa Juan Pablo II,
ahora canonizado, al recibir a los participantes del XVIII Congreso
Internacional de la Sociedad de Trasplantes, defendió la donación de órganos, pero señaló enérgicamente que la clonación para
esos efectos es totalmente inaceptable desde el punto de vista moral.
“También en esta materia, el criterio fundamental
de valoración debe ser la defensa y la promoción del bien integral de la
persona humana, según su peculiar dignidad”.
Donación de órganos: acto de amor
Tras calificar la donación de órganos como “un
auténtico acto de amor”, san Juan Pablo II, puso de relieve que el cuerpo
humano “no puede ser considerado únicamente como un complejo de tejidos,
órganos y funciones, sino que es parte constitutiva de la persona”.
Por eso, dijo el Papa “toda tendencia a
comercializar los órganos humanos o a considerarlos como unidades de
intercambio o de venta, resulta moralmente inaceptable, porque a través de la
utilización del cuerpo como ‘objeto’, se viola la misma dignidad de la
persona”.
San Juan Pablo II destacó también la importancia de
que la persona que done los órganos sea adecuadamente informada, de modo que
decida libremente y en caso de imposibilidad, se requiere “un eventual consenso
por parte de los parientes”.
Un punto clave: ¿Cuándo está muerto el ser humano?
Los órganos vitales
sólo se pueden extraer del cuerpo de un individuo “ciertamente muerto”. Aquí nace, dijo, “una de las cuestiones más
debatidas en los círculos bioéticos actuales”, el problema de “la constatación
de la muerte”. En este sentido, añadió el Santo Padre, “es oportuno recordar
que existe una sola ‘muerte de la persona’, consistente en la total
desintegración de aquel complejo unitario e integrado que es la persona en sí
misma”.
“La muerte de la persona entendida en este sentido
radical es un evento que no puede ser directamente verificado por ninguna
técnica científica ni metódica empírica. Pero, la experiencia humana enseña
también que la muerte de un individuo produce inevitablemente signos
biológicos”.
El reciente criterio de constatación de la muerte,
el de la “cesación total e irreversible de toda actividad encefálica, si es
aplicado escrupulosamente, no aparece en contraste con los elementos esenciales
de una correcta concepción antropológica”, dijo el Pontífice; y señaló que
“sólo cuando existe esta certeza es moralmente legítimo iniciar los
procedimientos técnicos para extraer los órganos que hay que trasplantar,
previo consenso del donante o de sus legítimos representantes”.
‘Lista de espera’ de órganos
El Papa comentó otro problema, el de “la atribución
de los órganos donados mediante las listas de espera o la asignación de
prioridades”. El Pontífice destacó que desde el punto de vista moral, un
principio de justicia obvio exige que estos criterios “no sean discriminatorios
(basados en la edad, sexo, raza, religión, condición social) o
utilitaristas. Para determinar quién tiene la precedencia en la
recepción de órganos hay que atenerse a valoraciones inmunológicas y clínicas”.
¿Qué dijo Benedicto XVI?
Cuando era el Cardenal Ratzinger (Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe):
«Donar los propios órganos es un gesto de amor
moralmente lícito siempre que sea un acto libre y espontáneo».
El entonces Cardenal, confiesa que forma
parte de una asociación de donantes de órganos, mientras subraya la
contrariedad de la Iglesia ante cualquier forma de procreación artificial.
«Poner a disposición, espontáneamente, partes del propio cuerpo para ayudar a
quien tiene necesidad es un gesto de gran amor. No es así, en cambio, el caso
de la fecundación artificial de los embriones, que no prevé el acto de amor
entre cónyuges.
Es aleccionador recoger parte de una entrevista al
Cardenal Ratzinger:
P.- Cardenal Ratzinger, ¿es siempre moralmente lícito
donar los propios órganos?
R.- Cierto que es lícito incorporarse,
espontáneamente y con plena consciencia, a la cultura de los transplantes y de
la donación de órganos. Por mi parte, sólo puedo decir que he ofrecido toda mi
disponibilidad a dar, eventualmente, mis órganos a quien tiene necesidad.
P.- ¿Esto quiere decir que está incluso inscrito en
una asociación de donantes?
R.- Sí, hace años que me inscribí en la asociación
y llevo siempre conmigo este documento en el que, además de mis datos personales,
está escrito que estoy dispuesto, si se da el caso, a ofrecer mis órganos para
ayudar a cualquiera que tenga necesidad: es simplemente un acto de amor.
P.- ¿Qué significa para un cristiano ofrecer el
propio cuerpo para transplantes?
R.- Significa tantas cosas juntas. Pero, sobre
todo, significa cumplir, repito, un gesto de altísimo amor hacia quien tiene
necesidad, hacia un hermano en dificultad. Es un acto gratuito de afecto, de
disponibilidad, que cada persona de buena voluntad puede realizar.
JO
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