sábado, 26 de octubre de 2024

El amigo, otro ‘yo’ globalizado…

Basta con poner alguna palabra que se refiera a ‘globalización’ para que uno crea que está actualizado. Lo cierto es que hay temas de siempre que valen para todos, y que, en ese sentido, son ‘globales’.
Uno de esos temas es el de la amistad. Los griegos decían que el amigo era como un duplicado de uno mismo. ‘El amigo es otro yo’. ¿Se trata de un ser clonado? ¿Se trata de una copia más o menos genuina?
Resulta claro que el amigo es siempre alguien distinto. Y, sin embargo, somos amigos porque tenemos mucho en común. Somos amigos, ante todo, porque coincidimos en una serie de elecciones, valores y gustos que nos hacen vibrar por lo mismo. Es por eso que pasamos mucho tiempo juntos, porque existe una ‘sinfonía’ de corazones que es la base de la amistad. Por eso decían también los antiguos griegos que para ser amigos había que comer juntos una buena cantidad de sal (o, si actualizamos la frase, hay que comer juntos una buena cantidad de tacos o asados...).
Pero también somos amigos cuando compartimos los momentos de dolor y de sufrimiento. La prueba muestra quién es verdadero amigo. Ante el dolor todos sentimos un impulso de rechazo, de huida. Tampoco nos gusta ver sufrir a los demás. Por eso, quizá instintivamente, giramos los ojos al ver una herida, al ver a un pobre tirado en la calle. Pero cuando el que sufre es un amigo, la cosa cambia. Si le queremos de verdad, su dolor no nos alejará de él, sino que nos obligará, con lazos más fuertes que los de la ley, a acompañarlo, a darle una mano, a ser para él un compañero de fatigas. Ese es el significado original de ‘compasión’: dolerse con el otro, especialmente con ese otro al que amamos.
¿Y cuál es el camino para tener amigos? Será un hombre de pocos amigos quien quiera conservar la máxima autonomía, la capacidad de decidir en cada momento lo que hay que hacer, cuándo, cómo y por qué. Cerrarse es la gran tentación del egoísta (palabra que encierra todo lo negativo que se esconde en cada uno de nosotros), mientras que abrirse implica el riesgo de tener que dejar algo para que el otro (el que puede empezar a ser amigo) gane mi tiempo, mis gustos, mi trabajo, mi entrega.
La amistad se construye cuando nos dejamos a nosotros mismos y nos encontramos en el otro, cuando rompemos los límites de lo conocido y empezamos a compartir, a darnos. Y ello nunca será fácil. Primero, porque no podemos darnos a cualquiera. Quien ha creído iniciar una amistad y se ha visto ‘usado’ o traicionado por ‘el amigo’ sabe lo doloroso que es esto. Hay que buscar al que de verdad merece ser mi amigo. Pero, y aquí nace la segunda dificultad, también yo debo merecer el poder convertirme en amigo de los demás... No podré ser amigo de nadie si veo sólo lo que los otros me puedan dar, o lo que puedo ganar con tal o cual relación.
En la verdadera amistad sólo debe interesar una cosa: que los dos sintonicemos plenamente en un ideal común, y que experimentemos esa extraña alegría del estar juntos, y del volcarnos sobre el otro, simplemente ‘porque es mi amigo’, sin más.
La amistad es un reto para todos, especialmente para los adolescentes, pero también para los adultos, que querríamos poder contar con más de algún amigo de verdad. Es un reto de modo especial para un mundo cada vez más ‘globalizado’, donde quizá se aumentan mucho los contactos, pero falta la intimidad. Aristóteles decía que solamente es posible tener pocos amigos, pues no hay tiempo suficiente para conquistar la amistad con muchos. Quizá las prisas nos han quitado ese estupendo ‘perder el tiempo’ que crea, si el tiempo está ‘bien perdido’, amistades para siempre. Habrá que empezar, por lo tanto, a dejar más huecos en la agenda para, simplemente, ‘ganar amigos’. Una inversión de la que nunca nos arrepentiremos. FP

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