Una
acción libre equivale a una acción responsable. El mérito o la culpa, fruto de
nuestras acciones, recae directamente sobre nuestros hombros. De modo
semejante, no hay responsabilidad allí donde no hay libertad. No se nos ocurre
castigar un árbol porque no se quitó del camino cuando nos fuimos a estrellar
contra él. Reconocemos que el árbol no tiene ninguna responsabilidad, porque no
es libre. La responsabilidad presupone el poder para hacer algo. Sólo podré ser
responsable de una acción cuando ésta sea verdaderamente mía.
Ser
responsable significa «responder», «rendir cuenta» de nuestras acciones a
alguien con quien estamos comprometidos, al menos implícitamente (Dios, otras
personas, nuestra propia conciencia). Responsabilidad significa también asumir
las consecuencias de nuestras acciones. A veces nos gustaría poder separar los
dos elementos: disfrutar los beneficios de la libertad sin tener que cargar con
las consecuencias de la responsabilidad. Esta es una de las razones por las que
mucha gente se rebela contra la autoridad, por las que los adolescentes se
quieren independizar de sus padres, por las que algunos psicólogos inventan
métodos para tratar de acallar la persistente voz de la conciencia. Sin
embargo, el divorcio entre la libertad y la responsabilidad destruye la libertad
misma. La libertad sin responsabilidad no es libertad sino licencia. El que es
libre es verdaderamente dueño de sus acciones; y el que es dueño de sus
acciones es verdaderamente responsable.
Libertad
y límite
A
pesar de nuestra grandeza por llevar el sello de la imagen y semejanza de Dios,
somos limitados. Desentrañamos progresivamente los secretos de la naturaleza y
aprendemos cómo sacar provecho de las fuerzas del cosmos, y, sin embargo,
¡cuánto queda aún fuera de nuestro control! La libertad humana no es infinita o
absoluta. Tenemos que trabajar juntamente con nuestra naturaleza. Esta
limitación fundamental de la existencia humana se manifiesta en cuatro
dimensiones:
-Limitaciones
lógicas: Hay ciertas cosas que no podemos hacer simplemente porque no
se pueden hacer. Esto no se debe a la flaqueza del hombre, sino a la realidad
misma de las cosas. No puedes construir, diseñar, ni siquiera concebir, un
círculo cuadrado; es una imposibilidad lógica. Tampoco puedes componer un
soneto clásico en cinco líneas. Estas limitaciones se dan, pues, en toda
situación que es intrínsecamente contradictoria.
-Limitaciones
físicas: Podemos hacer muchas cosas, pero siempre dentro de las
posibilidades de nuestra naturaleza. Ella no consiente que tú y yo salgamos
volando por la ventana sin necesidad de instrumento alguno, ni tampoco que
alcancemos una edad de 529 años, o que aumentemos nuestra estatura unos 10
centímetros después de los 20 años. Las leyes físicas y biológicas no dependen
de nuestra voluntad, y nos señalan con claridad un límite real.
-Limitaciones
intelectuales: Ninguna persona humana es omnisciente. Por cada
segmento de información que logramos asimilar, hay una cantidad infinita de
datos que se nos escapan. Como dijo un filósofo: «Cuanto más sé, más me doy
cuenta de lo poco que sé». Nuestro conocimiento de las cosas jamás es completo.
-Limitaciones
morales: En sentido propio, esta limitación se refiere a nuestra
incapacidad para escoger siempre el bien, si no es con la ayuda de una gracia
sobrenatural. En un sentido secundario, quiere decir que estamos sujetos a la
ley moral, y no por encima de ella. Somos libres para optar por el bien o por
el mal, pero no podemos dictaminar según nuestro capricho que algo sea bueno o
malo. Somos libres para robar, pero no podemos convertir el robo en un acto de
virtud por pura fuerza de voluntad. Seguirá siendo un acto malo, sea que lo
reconozcamos o no. El bien y el mal no son invención del hombre. La moralidad
corresponde al bien y al mal objetivos. De nosotros depende solamente el
adherirnos a uno o a otro.
La
presencia de restricciones es una condición indispensable para el ejercicio de
la libertad. Soy libre para jugar béisbol en la medida en que existen unos
límites que constriñen mi libertad, es decir, unas reglas que debo seguir. Si
pudiera poner un número variable de jugadores en el campo, por ejemplo, 34, en
lugar de nueve, se arruinaría el juego; ya no sería libre para jugar béisbol.
Sería, además, ridículo ir cambiando las reglas a lo largo del partido.
La
libertad sin restricciones es como un cuerpo sin esqueleto o como una compañía
que no acaba de decidir si su objetivo es hacer dinero o perderlo. Todo carece
de sentido cuando no hay una estructura, unos objetivos claros o una dirección.
La libertad necesita unos límites, como todo río necesita sus riberas, o todo
rifle su cañón.
Libertad
y autocontrol
La
libertad no consiste en seguir ciegamente nuestros impulsos, sino en el
autodominio. Podríamos pensar que somos libres cuando en realidad seríamos
esclavos de las cosas: de nuestros apetitos, de nuestras pasiones, de la
opinión pública, de las modas, del qué dirán. San Pedro, cuando escribía a los
primeros cristianos, acusó la contradicción de algunos que proclamaban ser
libres porque se abandonaban a los deseos carnales: «Ellos pueden prometer
libertad, pero no son más que esclavos de la corrupción; porque si alguno se
deja dominar por algo, se hace esclavo de ello» (2 Pe 2, 19). La esclavitud de la carne es sólo un tipo de
servilismo; la esclavitud de la voluntad es todavía peor.
Ser
libre es como estar en buena forma. Cualquier persona tiene libertad para
escalar el monte Everest, pero muchos son incapaces de hacerlo porque están
fuera de forma. No hay ninguna restricción externa en este caso, pero hay una
interna. Como hemos dicho, la libertad es algo más que el simple deseo; es la
fuerza para realizar lo que deseamos. Si quiero dejar de fumar, pero no puedo
porque me falta fuerza de voluntad, no soy libre. Mi voluntad está fuera de
forma.
La
libertad humana es libertad de toda la persona, no de alguna de sus partes.
Para que un esposo posea la libertad de ser fiel, debe poder controlar sus
pasiones. Sin este autocontrol no hay libertad. Imagínate el caso de un piloto
de Fórmula 1. Es libre de manejar sólo si tiene un dominio completo sobre su
vehículo. Debe ser capaz de frenar, de acelerar, de girar en un momento dado.
Todas estas maniobras exigen un estricto control sobre el volante, el
acelerador, la caja de velocidades, el freno, etc., y son necesarias para
conducir con libertad un Fórmula 1.
Si
voy a esquiar, afilo las orillas de mis esquís. Ya no serán libres de ir hacia
adelante y hacia atrás, pero yo lo seré para girar y para detenerme. Controlar
y dirigir las partes en una dirección es necesario para que el todo sea libre.
No
somos libres porque no hay quien nos detenga sino porque, con la gracia de
Dios, somos capaces de alcanzar nuestro verdadero fin y destino como hijos de
Dios. Si la libertad consistiese en dar rienda suelta a nuestras pasiones más
bajas y a nuestros instintos, los animales serían más libres que los hombres.
Ellos no se sienten inhibidos por la razón o por la conciencia. Su ley es el
instinto y los reflejos.
La verdadera libertad es la capacidad para dirigir nuestros sentimientos, pasiones, tendencias, emociones, deseos y temores bajo el gobierno de nuestra razón y voluntad. Así entendida, la libertad requiere que cada uno sea de verdad señor de sí mismo, decidido a luchar y vencer las diferentes formas de egoísmo e individualismo que amenazan su madurez como persona. Las personas verdaderamente libres son abiertas, generosas en su dedicación y servicio a los demás. TW
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