Hay
muchos valores que nos pueden ser útiles para ayudar a la comunicación, con el
clima de confianza adecuado, que favorece el diálogo, base de la comunicación,
pero yo destacaría dos: la sinceridad y la discreción.
1.-
La palabra sinceridad deriva del latino ‘sine cera’ (sin cera) refiriéndose a
los ungüentos que utilizaban las mujeres romanas para disimular sus arrugas. ‘Sinceridad
es decir siempre con claridad lo que se hace, lo que se piensa, lo que se vive’.
Nuestros hijos tienen de ver que nosotros somos sinceros siempre. Por esto
debemos reflexionar y preguntarnos: ¿Cuántas veces hemos dejado incompleta una
promesa o una reprimenda que habíamos anunciado a nuestros hijos? o ¿cuántas
veces hemos asustado a los pequeños diciendo ‘que viene el hombre del saco’ y lógicamente
aún lo esperan?... O otras medias verdades, que no dejan de ser mentiras que
malogran la confianza.
Nuestra
sinceridad debe ser ejemplar, la verdad tiene que ser objetiva, clara. Por
ejemplo, si nos equivocamos, pedimos perdón y lo reconocemos; esto es más
educativo para el hijo que muchos sermones y consejos repetitivos. A veces los
hijos no son lo suficiente sinceros con nosotros por no quedar mal o porque
tienen miedo de que tengamos una reacción desmesuradamente enfadada con lo que
nos dicen.
Sobre
todo en la adolescencia tenemos que ser pacientes y estar preparados para que
nos expliquen lo más impensable sin perder los nervios. Lo que es más
importante siempre es que los hijos nos digan la verdad, aunque del susto
recibido nos quedáramos sin aliento. Con todos los datos reales del problema,
no nos equivocaremos a la hora de buscar soluciones y reforzaremos la confianza
mutua.
2.-Vivir
la discreción es fundamental. Los padres debemos profundizar en esta virtud,
que no es frecuente en el ambiente actual. La discreción está definida como: ‘reserva
en las acciones y en las palabras, reserva del que no hace sino aquello que
conviene hacer, de quien no dice sino aquello que conviene decir, que sabe
callar aquello que le ha estado confiado’.
Muchos
hijos se quejan de que sus padres, o bien para vanagloriarse, o bien para
quejarse explican las confidencias que ellos les han hecho. Ya se ve que este
sería un defecto que influiría en la confianza que nos habrían dado los hijos,
nada más y nada menos sería ‘ventilar’ sus emociones.
Con
la virtud de la discreción nace el discernimiento, para saber cuándo es
prudente preguntar, o cuando hace falta esperar para hacerlo, puesto que hace
falta respetar la intimidad del hijo y tener paciencia para recibir la confidencia.
También distinguir el momento en que es conveniente dar el consejo oportuno.
Pienso que cuando un niño pequeño tiene una pataleta, ¿verdad que es muy
difícil corregirlo sí nos ponemos a gritar como él y perdemos los nervios? Con
los hijos mayores tenemos que hacer lo mismo, es sencillamente pasar por alto
el momento de ofuscación y buscar el tiempo para dialogar con calma y
serenidad. Una persona discreta no impone, no coacciona sino que observa y
ayuda a mejorar reconociendo que ella también tiene defectos; por lo tanto, no
se sobresalta por nada, y, con esta comprensión anima a su hijo a la
sinceridad.
Al
mismo tiempo los hijos no comprenden ni las ironías ni las bromas sobre sus
‘cosas’, les hemos de saber atender con todo respeto y cariño, comprendiendo
que para lo que les sucede tiene importancia para ellos, por lo tanto no
conviene burlarse de nada de lo que nos explican.
Para
concluir, podríamos decir que el objetivo de procurar fijarnos en la sinceridad
y la discreción, es ayudar a que haya el clima de confianza adecuada que haga
de los padres buenos amigos de los hijos, a quienes los hijos pueden explicar
sus ideales, sus problemas, sus alegrías. Empecemos a interesarnos por lo que
les preocupa cuando son pequeños y así fundamentaremos la sinceridad y la
confianza en su adolescencia, etapa que habrá de prever. VC
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