El espíritu ejemplar que
reinaba en Nazaret, la Iglesia quiere despertarlo hoy, para que reine en todas
nuestras familias. Pienso que el espíritu de la Sagrada Familia era - ante todo
- un espíritu de amor, un espíritu de fe y un espíritu de sacrificio.
a)
Un espíritu de amor. Es
un amor que mutuamente se acepta, se sostiene y se soporta - a pesar de todos
los defectos y limitaciones, porque Dios mismo ha elegido y unido a sus
miembros.
1. Debemos revivir en nuestra
familia, en primer lugar, el misterio de la Sagrada Familia: el amor redentor de Cristo.
En Cristo, el marido es
responsable de la salvación de su esposa. Tiene que amarla hasta salvarla. La
mujer es responsable de la salvación de su marido. Los padres son responsables
de la salvación de sus hijos: es su principal misión, de la que algún día se
les pedirá cuenta. Y los hijos, poco a poco, a medida que van creciendo, se van
haciendo responsables de la salvación de sus padres, responsables de amarlos
hasta salvarlos.
2. Según la imagen de María y
José, el amor de los padres entre sí y a los hijos debe ser, en segundo
lugar, un amor desinteresado y
respetuoso.
Educar es servir desinteresada
y respetuosamente a la originalidad y particularidad de los hijos. Significa
despertar y hacer desarrollar los dones que Dios ha depositado en cada uno de
ellos.
Sin duda, esto exige mucho
tiempo, mucha energía, mucha paciencia de los padres, porque es su tarea más
creadora, más difícil, pero también la más fecunda y hermosa. Los padres deben
ver y reconocer a Jesús en sus hijos, tal como en la Familia de Nazaret. Yo
educo y amo en mi hijo a Jesucristo mismo: El que recibe a un niño como éste, a mí recibe.
3. Según el ejemplo de
Jesús, el amor de los hijos a los
padres debe ser obediente y respetuoso. Él mismo, hijo de Dios, quedó sumiso a sus padres hasta la edad
de treinta años. Recordemos aquel texto del Evangelio, cuando tenía doce años: Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo
su autoridad.
b)
Un espíritu de fe. El
espíritu de amor se basa en un profundo espíritu de fe y confianza.
En la Santa Familia de Nazaret, como en la nuestra, fue necesario tener
confianza mutua, demostrar la fe todos los días. José tuvo que tener una fe
ciega en María; tuvo que creer en Ella de una manera extraordinaria, tuvo que
amarla mucho para llegar a creer tanto en Ella. Y María tuvo que creer en José;
tuvo que confiar en su amor puro, en su respeto, en su estima.
José y María tuvieron que tener
fe en su Hijo. Aunque no parecía más que un niño como todos, creyeron siempre
en el misterio que vivía en Él. No siempre comprendieron todo lo que Él hacía,
todo lo que les decía, pero ellos confiaban en Él, recogían sus palabras y las
meditaban.
Y Jesús demostraba la confianza
que tenía en sus padres: estuvo con ellos durante largos treinta años.
c)
Un espíritu de sacrificio.
Espíritu de amor auténtico y de fe profunda llevan consigo el espíritu de
sacrificio. Y para la S. Familia los sacrificios y sufrimientos comenzaron
pronto:
* El nacimiento en la soledad y
miseria. Nunca se encontraron más pobres, más fatigados ni más solos que cuando
nació el Señor.
* Después, la matanza de los
Inocentes: como primer resultado del nacimiento del Salvador, las familias del
país en duelo, los niños menores de dos años asesinados.
* Y la huida de la Familia, en
plena noche, a Egipto; la estadía allá como fugitivos.
* Y así ocurrió durante toda su
vida, hasta el día oscuro del Calvario.
Los sacrificios son propios de
la vida familiar. Todos lo sabemos y lo experimentamos siempre de nuevo. Por
eso es necesario un espíritu profundo de sacrificio para cada familia que está
en camino hacia el ideal de la Santa Familia de Nazaret. NS
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