La disponibilidad de María
En
la Anunciación el ángel había mencionado, como de pasada, un dato no pedido por
María, que, a la vez era prueba. Isabel, pariente ya anciana de María, daría a
luz un hijo. María sabe la pena de la esterilidad de su pariente. Sabe su edad.
Y se llena de caridad para estar en comunión con aquella que también juega un
papel en los planes de Dios. Y, empujada por el Espíritu Santo, se pone en
movimiento; quiere visitar y ayudar a Isabel en su alumbramiento; quiere darle
muestras de su amor. Está movida por el cariño humano y por la caridad divina.
El saludo de Isabel
Y
se pone en camino hacia las montañas de Judea. Comienza el caminar de Dios
entre los hombre en el seno de su Madre bendita.
El
camino es largo, y cuando llega entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y
en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e
Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: “Bendita
tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto
bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu
saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú que
has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del
Señor” (Lc).
Todo
es alegría en el encuentro. Alegría, por la visita de la pariente tan querida.
Alegría por saberse ayudada en momentos tan esperados, pero nada fáciles. Pero,
sobre todo, alegría que nace en el Espíritu Santo y embarga el corazón de
Isabel. Alegría también del niño de Isabel que salta de gozo en su seno. Es la
alegría del encuentro con Dios. Y es también alegría de María que, no sólo se
siente amada, sino que ama como sólo puede amar quién está llena de Dios. Al
ver la alegría de Isabel, María abre su alma y manifiesta lo más íntimo de sus
sentimientos.
La humildad de María
María
exclamó: “Glorifica mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde
ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí
cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo; su misericordia se derrama
de generación en generación sobre aquellos que le temen. Manifestó el poder de
su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su
trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos
los despidió vacíos. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia,
según había prometido a nuestros padres, Abraham y su descendencia para siempre”
(Lc).
Son
palabras de la Escritura que brotan de sus labios como agua de una fuente
abundante. Ha meditado mucho y ha entendido con las luces del Espíritu. Cierto
que ve su pequeñez, pero ve también que las cosas que se han producido en Ella
son grandes: ve la salvación de los hombres, la victoria sobre el pecado y el
príncipe de éste mundo que esclaviza a los hombres; ve la satisfacción de todos
los deseos de liberación que encierran en el corazón de los hombres, ve el cumplimiento
de las promesas de Dios de un modo que supera todas las expectativas. Sabe que
en su seno vive el Hijo del Altísimo. Y se llena de toda la alegría que puede
soportar un ser humano. Por eso da gloria a Dios por tanto bien.
“María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a casa”. Hasta
que nació Juan y recuperó el habla Zacarías convirtiéndose en profeta del
Altísimo. EC
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