viernes, 18 de octubre de 2024

Claves para una vida feliz III. Vive tu libertad…

Los chispazos son impresionantes. ¿Cuál sería la sorpresa del hombre cuando descubrió el fuego? Imaginémonos. Estamos de excursión en las montañas. Acampamos. Llega la noche, el frío se hace más fuerte. Necesitamos una hoguera. Hacemos todo el intento para conseguir el encendido. Es difícil y después de muchos esfuerzos angustiosos la encendemos con el chispazo. Con ello viene lo necesario y la esperanza de permanecer en el lugar.
Uno de los chispazos del signo de Dios es la libertad humana. Esta consiste en hacerme yo mismo según mi propia dignidad y realizar mis actos en esa función. No hay otra manera de ser libres. Sólo cuando buscamos el bien y nos adherimos a ella somos realmente lo que aspiramos.
La diferencia entre todos los seres de la creación y el hombre es abismal. Dentro de este orden la libertad es exclusiva siempre que realizamos nuestros actos con inteligencia y voluntad. De modo más concreto cuando decimos quiero estamos expresando nuestra adhesión hacia aquello que consideramos como bueno.
La elección sólo depende de nosotros, pero como nuestra libertad es fallida entonces otros pueden ayudarnos a ser más libres. Aún si esa ayuda viene de lo alto, entonces la fuerza es mayor. De esta manera se vive la libertad con la fuerza de la fe. Obedecer las leyes justas y las indicaciones buenas es también fortalecer nuestra libertad.
Hay que decir también que no estamos determinados por nada. Absolutamente nada determina nuestro ser, salvo nuestras propias acciones y patologías que puedan influir. Es bueno tener claro esta idea para dejar de lado las excusas. Lo que quiero decir es que ni siquiera Dios puede condicionarnos. Pues hemos sido creados libremente y la mayor gloria de Dios es el hombre viviente (Gregorio Magno).
Nos hacemos buenos o malos con nuestras propias acciones, además que nos identificamos con ellas. La declaración entonces deberá ser en función a la realidad de nuestro ser.
Siempre podemos crecer en libertad; necesitamos ser ayudados en fortalecerla. Al respecto encontré algo impresionante en el libro del cardenal Ratzinger y dice: “No se trata de quitarle al hombre el gusto por la vida, ni de coartársela con prohibiciones y negaciones. Se trata sencillamente de conducirla hacia la verdad y de esta manera santificarla. El hombre sólo puede ser santo cuando es realmente él” (Pecado y salvación). AA

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