I. QUÉ ES LA VERDAD Y SUS TIPOS
Hace
veinte siglos un procurador romano, llamado Poncio Pilatos, hizo esta pregunta
a un judío llamado Jesús de Nazaret: “Y... ¿qué es la verdad?”. Y esa pregunta
quedó sin ser respondida. ¿Por qué? Jesús no quiso contestarla. ¿Por qué?
El
término verdad se le suele colocar al lado de otros términos sinónimos:
autenticidad, coherencia, honestidad, sinceridad, integridad, transparencia,
hombre de una sola pieza.
Y
contrapuesto a verdad, tenemos: mentira, hipocresía, fariseísmo, doblez,
engaño, duplicidad de vida, fachada, ocultamiento, ambivalencia.
Definiremos
la verdad en sus tipos:
1. Verdad del ser: ser
aquello que uno es, que uno debe ser. Hay verdad del ser cuando yo me comporto
como persona inteligente, libre y responsable. Vivo en la verdad de mi ser
cuando sé y me comporto con lo que me exige mi origen, mi fin como persona
humana, cuando tengo trascendencia y sentido. Cuando uno vive la verdad de su
ser vive realizado, feliz, digno y se eleva sobre todo el universo material y
animal. Lo contrario a la verdad del ser es la inautenticidad.
2. Verdad del pensar: mi
mente está hecha para percibir el ser de las cosas. Cuando mi mente coincide
que la verdad de las cosas vivo en la verdad del pensar. Mi mente tiene que
respetar la verdad de las cosas: la verdad del trabajo, del dinero, de la
sexualidad, del matrimonio, del estudio, de la carrera... ¡Cuánta formación
necesitamos para descubrir la verdad de las cosas, y pensar así con veracidad
de ellas! Lo contrario a la verdad del pensar es el error, que puede ser
consciente o inconsciente, voluntario o involuntario.
3. Verdad del hablar: decir
lo que mi mente sabe que es verdad, y que lo ha descubierto así, después del
estudio, la formación. Mis palabras deben ser vehículo leal de lo que pensamos.
Por medio de la palabra hacemos partícipes a los demás de lo que llevamos
dentro. La palabra es puente que hace transparente a los demás el corazón y la
intimidad de la persona. Lo contrario a la verdad del hablar es la mentira.
4. Verdad del obrar: es
la verdad del comportamiento y de la vida. Vivir como se cree, coherencia de
vida entre lo que se cree, lo que se predica y lo que se vive. Si vivo esta
verdad, seré sincero y cumplidor a mi palabra dada, seré leal y fiel a mis
compromisos asumidos, seré equitativo y justo con los demás. Lo contrario a la
verdad del obrar es la incoherencia, el fariseísmo, la hipocresía.
II. EXIGENCIAS DE LA VERDAD
Tener
una conciencia recta y bien formada es la exigencia para vivir en la verdad,
decir la verdad, hacer la verdad en la vida.
La
conciencia moral es aquella capacidad que todo ser humano tiene de percibir el
bien y el mal, y de inclinar la propia voluntad a hacer el bien y a evitar el
mal.
La
conciencia es esa voz interior que nos dice (o nos debería decir, si es recta):
“Haz el bien, evita el mal”. Ahí está la conciencia. Si yo no cumplo con mis
deberes de estado y profesionales, si descuido las tareas encomendadas, si
pierdo el tiempo en mi trabajo o me robo algo... la conciencia me debería
decir: “Oye, eso no es tuyo... estás perdiendo tiempo... llegaste tarde... no
dijiste toda la verdad”.
Si
soy una persona honesta y sincera... podré leer en mi corazón estas normas de
ley natural, con las que todos nacemos:
-
Hay que decir siempre la verdad.
-
No hagas a los demás lo que no quieres que a ti te hagan.
-
No mates.
-
Respeta a tus padres.
-
Respeta las cosas ajenas, etc.
No
necesito ser cristiano o católico para escuchar esto en mi conciencia.
Simplemente si hay hombre honesto, sincero, leal... escucharé, nítida, la voz
de mi conciencia.
Pero
hay peligros de deformar la conciencia. Y cuando esto pasa, es muy difícil
escuchar esos imperativos de ley natural, y es muy difícil vivir en la verdad y
decir la verdad. Puedo ponerme máscaras en la conciencia, caretas: soy una cosa
y aparento otra; en la vida social soy así, y en la vida personal soy de otra
manera, y con mi familia de otra.
Y
aquí comienzan los resquebrajamientos y las grietas de nuestra personalidad. No
soy sincero, no soy leal, no vivo en la verdad. Me siento mal. Incluso
psicológicamente quedo afectado.
Hay
que saber quitarnos las caretas, tener la valentía de arrancarnos las máscaras,
para que seamos lo que somos y debemos ser.
Hay
diversas máscaras o caretas:
a) La conciencia indelicada: admito
a sabiendas pequeñas transgresiones a mis deberes profesionales, familiares y
personales. “Total, no es nada. Total, a nadie hago el mal. Total, es poca
cosa”.
b) La conciencia adormecida: bajo
la anestesia de la juerga, la francachela, la superficialidad, el alcohol, el
vicio, las mujeres... mi conciencia no reacciona, no escucho su voz. Está
dormida, narcotizada, anestesiada.
c) La conciencia domesticada. Una
conciencia para andar por casa. Es conciencia mansa, que ya no produce
remordimientos, angustias, desazones interiores ante el mal hecho. La he
domesticado: ya no salta, ya no ruge, ya no se lanza... la tengo bien
tranquila, con el látigo de la excusa y de las justificaciones.
d) La conciencia deformada: juzga
bueno lo que es malo y viceversa.
e) La conciencia farisaica: afán
de aparentar exteriormente rectitud moral, estando lleno por dentro de mentiras
e hipocresía.
Urge,
pues, formar la conciencia, para poder discernir entre lo bueno y lo malo, la
verdad de la mentira, pues sólo la conciencia debe ser el faro único que guíe
nuestros pasos en la oscuridad. Formar la conciencia. ¿Cómo, con qué medios?
-
Hacer balance de mis acciones, para ver si concuerdan a mis principios rectos y
sanos.
-
El consejo de un amigo formado.
-
Tener un guía espiritual, para los que somos cristianos católicos, tenemos el
gran medio de la confesión. AR
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