“Debemos intentar
que nuestro corazón esté alegre (froh). No divertido (lustig), que es otra
cosa. Ser divertido es algo externo, hace ruido y desaparece rápidamente. Pero
la alegría (Freudigkeit) vive dentro, silenciosamente, y echa raíces profundas.
Es la hermana de la seriedad; donde está una, está también la otra”.
Esta
alegría honda, serena, permanente ¿de dónde procede? Hay en la vida muchas
fuentes de alegría verdadera, pero sólo una garantiza un estado de alegría
inagotable: “acogerse a Dios con toda el alma y permanecer junto a Él en silencio
interior”. Cuando nos unimos a Dios y nos identificamos con Su voluntad, “abrimos
el camino para la alegría de Dios”. Si mantenemos esta actitud fielmente, con
buen ánimo, confianza y libertad interior -condiciones emparentadas con la
alegría-, estaremos inundados de gozo, ‘suceda fuera lo que suceda’.
La
voluntad de Dios se me manifiesta a través de lo que se me presenta como
una obligación, “pues cada
instante con su obligación propia es un mensajero de Dios. Si prestamos oídos,
tendremos madurez para entender rectamente el próximo mensaje y asumirlo. Así
realizamos paso a paso la tarea de nuestra vida. (...) Entonces estamos
alegres”.
Para
determinar cuál es en cada momento nuestra obligación, debemos cultivar la
virtud de la veracidad.
Hay que sentir gusto internamente en hacer la voluntad de Dios, pero de veras.
Es sumamente expresivo y convincente Guardini cuando se dirige directamente al
lector y expresa así la idea antedicha: “Esto es lo que debo
hacer ahora. ¡Sí, Señor, y con gusto! Esta última expresión lo decide todo.
Pues lo decisivo es no actuar a disgusto, sólo porque tiene que hacerse,
indolentemente y medio dormido; sino ¡con gusto! Pero esta palabra hay que
pronunciarla interiormente, no sólo con el pensamiento o con los labios. Hay
que pronunciarla con toda la voluntad. Y siempre más y más adentro. ¿Comprendes
esto? Debe penetrar cada vez más en el corazón. Pues dentro hay todavía mucha
oposición, y ésta se pone en contra. Hasta ahí tiene que penetrar la expresión
‘con gusto’. Donde aún hay apatía y pereza, debe brillar esta expresión como
una luz brillante y fuerte, y siempre más hondamente, más radicalmente, hasta
que todo esté claro ante Dios: Señor, lo quiero. Entonces estarás alegre. Esa
fue la actitud de nuestro Señor. Toda el alma de Jesús era pura apertura
gozosa: ¡Yo hago siempre la voluntad de mi Padre!”.
Esta
proclamación sincera, hecha desde la hondura de nuestro ser, de cumplir la
voluntad de Dios nos da una ‘alegre fuerza’ para superar todas las dificultades,
pues ‘Dios está ahí’.
Pero
el hombre no sólo debe estar alegre en su espíritu, sino también en su cuerpo.
Este debemos mantenerlo debidamente erguido: ‘la cabeza alta, la frente abierta
a la luz, los hombros hacia atrás’, como símbolo de que la persona entera se
halla en forma. Para ello nos ayuda ‘tener en la habitación una fuente de
alegría’: “Por ejemplo, una planta viva. Nos pone
alegres cuando algo crece ahí incansablemente, y verdea y florece. O una imagen
alegre, un paisaje por el que hemos paseado alguna vez. Contémplala de cuando
en cuando con los ojos bien abiertos: ¡Qué amplitud hay ahí! ¡Qué fresco el
bosque! ¡Qué claro el cielo! ¡Qué libertad en las alturas..., y todo esto es
mío, todo mío! O recuerda una canción y cántala para ti. Entonces se iluminará
una luz en tu interior. O recita un bello poema. Esto nos va como un trago de
agua fresca en una larga y polvorienta marcha. Y luego vuelve de nuevo al
trabajo”.
Considerar
los cantos, los poemas, los paisajes, las flores... como fuente de alegría
indica que se sabe ver con profundidad, que se es capaz de ver en el perfume de
una flor y en su bella forma la expresión viva de la naturaleza entera en
estado de plenitud y sazón. Y, como la plenitud es fuente de alegría colmada,
es decir, de entusiasmo, muy bien cabe afirmar que la contemplación de las
flores nos llena el alma de un gozo perdurable.
Esto
nos explica que, en otro lugar, haya puesto Guardini en relación la alegría con
el conocimiento del bien,
entendido en el profundo sentido platónico como ‘aquello cuyo realización es lo
que de veras hace al hombre ser hombre. La meta de este libro quedaría lograda
si el lector percibiera que el conocimiento del bien es motivo de alegría’.
El
enemigo de la alegría no es el dolor. ‘Éste nos hace fuertes y profundos. Nos
dispone para la verdadera alegría. Déjalo entrar tranquilamente en tu corazón’.
Los enemigos que debemos desterrar, porque ciegan las fuentes del verdadero
gozo, son el mal humor y
la depresión. Malhumorarse a causa de ciertas incomodidades o contratiempos
destierra de nuestro interior la disposición para la alegría, no nos permite
crear ese ámbito de acogimiento de todo cuanto hay de bueno y bello en la
existencia, y nos cierra en nosotros mismos como en una habitación mohosa. La
depresión es ‘un poder sombrío que le destruye a uno el alma si lo deja medrar’.
Guardini, que tanto padeció a causa de ella, no duda en afirmar que se puede
vencer la depresión si uno le cierra toda entrada al principio.
Comprendido
el sentimiento de alegría en toda su envergadura, se percibe el largo alcance
de la recomendación que hace Guardini al final del capítulo: “Por la noche, al
acostarnos, digámonos tranquila y confiadamente: Mañana estaré alegre. Nos
imaginamos lo que significa tratar a la gente, jugar, trabajar, pasar el día
animados y con alegría y libertad, y decimos: ‘Así estaré mañana todo el día’.
Nos lo decimos varias veces. Este es un pensamiento creativo, que opera durante
toda la noche en el alma, de modo silencioso pero seguro, como los duendes en
los cuentos...”
De
lo antedicho se desprende que la alegría no es una mera cuestión de temperamento,
o producto de circunstancias exteriores favorables; es el fruto de una actitud
muy reflexiva y honda de ajuste al propio ser. Si somos finitos, nuestra misma
realidad tiende por una especie de ley de gravedad hacia el Poder de que depende,
en frase de Kierkegaard. Al unir nuestra persona y nuestro destino a la
voluntad de Dios, nos vemos centrados, realizados plenamente en toda
circunstancia, por dura que sea, y nuestra satisfacción y alegría es plena y
duradera.
Si profundizamos en estas ideas y las asumimos
interiormente, podemos responder con precisión a las cuestiones que nos propone
Guardini como una especie de apéndice práctico al capítulo sobre la alegría. ALQ
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