Al
ver su postura, los otros diez «se indignan». También ellos alimentan sueños
ambiciosos. Todos buscan obtener algún poder, honor o prestigio. La escena es
escandalosa. ¿Cómo se puede acoger a un Dios Padre y trabajar por un mundo más
fraterno con un grupo de discípulos animados por este espíritu?
El
pensamiento de Jesús es claro. «No ha de ser así». Hay que ir exactamente en
dirección opuesta. Hay que arrancar de su movimiento de seguidores esa
«enfermedad» del poder que todos conocen en el imperio de Tiberio y el gobierno
de Antipas. Un poder que no hace sino «tiranizar» y «oprimir».
Entre
los suyos no ha de existir esa jerarquía de poder. Nadie está por encima de los
demás. No hay amos ni dueños. La parroquia no es del párroco. La Iglesia no es
de los obispos y cardenales. El pueblo no es de los teólogos. El que quiera ser
grande que se ponga a servir a todos.
El
verdadero modelo es Jesús. No gobierna, no impone, no domina ni controla. No
ambiciona ningún poder. No se arroga títulos honoríficos. No busca su propio
interés. Lo suyo es «servir» y «dar la vida». Por eso es el primero y más
grande.
Necesitamos
en la Iglesia cristianos dispuestos a gastar su vida por el proyecto de Jesús,
no por otros intereses. Creyentes sin ambiciones personales, que trabajen de
manera callada por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica. Seguidores
de Jesús que «se impongan» por la calidad de su vida de servicio.
Padres
que se desviven por sus hijos, educadores entregados día a día a su difícil
tarea, hombres y mujeres que han hecho de su vida un servicio a los
necesitados. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Los más «grandes» a los
ojos de Jesús. JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario