Una frase tan peculiar en la biblia que todos alguna vez la hemos escuchado
o leído en diferentes circunstancias de la vida, ésta cita me ha tomado rato
tiempo en el pensamiento; así que decidí analizarla cuestionándome con las
siguientes tres preguntas.
¿Qué piensas de ésta cita?, ¿Qué te hace sentir?, y ¿Cuál es tú experiencia
con dicha frase? Me ha sido sumamente fácil responderlas, no he tenido ninguna
experiencia en específico más que ésta situación en la que como inspiración del
Espíritu Santo me ha nacido el deseo de analizarla. Lo que pienso acerca de dicha cita es que
siempre se trata de escuchar, pero hay dos formas de hacerlo; queriendo y
sabiendo.
Dios está siempre ahí, gritando sin cansarse que
quiere lo mejor para ti, que quiere tú corazón y tú felicidad; y de verdad que nunca se cansa de hacerlo. Él no es cómo tú madre
llamándote a comer, Él no sólo te llama tres veces y no vuelve hacerlo porque
ya ha sido suficiente ruego, Él tampoco utiliza algún tipo de corneta u otro
sonido para evitarse la fatiga de gritar, mucho menos te contará hasta tres
para que lo hagas en seguida. Dios es más sutil, siempre está ahí hablándote en
el silencio.
Silencio, eso a lo que todo ser humano le teme sin siquiera darse cuenta,
analiza tú vida y date cuenta que el silencio suele ser incómodo, fatigante y
muchas veces triste, pero en realidad el silencio para Dios no es lo que para
el hombre.
Para Él es el mejor medio de comunicación, es ése
momento en el que tu capacidad humana comienza a cuestionarse sobre la forma en
cómo vive; es en él cuando te grita todas las respuestas.
Nunca se ha tratado de saber escuchar, en realidad siempre se ha tratado de
querer escuchar, la diferencia entre ello es que no se necesita sabiduría para
hacer algo, se necesita desear hacerlo con todo el corazón. Porque has
escuchado millones de veces que debes ir a misa, que debes seguirlo porque Él
es el camino, la verdad y la vida, pero en realidad no has querido escuchar a
profundidad dichas palabras que tu entorno te grita y recuerda a cada instante.
Y cuándo aceptas querer hacerlo es cuándo tus
ojos se abren a la verdadera realidad, cuándo ya no dependes más de ti y ahora
piensas en Él en más que un ser supremo y
posiblemente irreal, ahora lo tomas cómo amigo y se convierte en la persona más
importante de tu vida y comienzas a cuestionarte porqué tardaste tanto en
decirle que sí y aceptar el llamado. Ese sí valiente que cambió tú vida.
Cuando llegas a éste punto te das cuenta de que hay muchos que te acompañan
en el sí valiente en tiempo y forma, otros tantos que ya llevan cierto rato en
haberlo dado y muchos más que siguen acobardados con los ojos vendados y los
oídos cerrados sólo porque si.
Es éste momento cuando te toca ser ejemplo y orar
por los que aún no han dado el paso valiente al inicio de una conversión.
Para finalizar, dicha frase me hace sentir valiente y orgullosa de ya haber
dado el sí hace un tiempo. Pero también me ocupa una gran responsabilidad, la
responsabilidad de ser fiel amante y seguidora. KV
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