Al
parecer, este evangelista –y no pocos de sus lectores– pertenecía a una clase
acomodada. Sin embargo, lejos de suavizar el mensaje de Jesús, Lucas lo
presenta de manera más provocativa.
Junto
a las «bienaventuranzas» a los pobres, el evangelista recuerda las
«malaventuranzas» a los ricos: «Dichosos los pobres... los que ahora tenéis
hambre... los que ahora lloráis». Pero, «ay de vosotros, los ricos... los que
ahora estáis saciados... los que ahora reís». El Evangelio no puede ser
escuchado de igual manera por todos. Mientras para los pobres es una Buena
Noticia que los invita a la esperanza, para los ricos es una amenaza que los
llama a la conversión. ¿Cómo escuchar este mensaje en nuestras comunidades
cristianas?
Antes
que nada, Jesús nos pone a todos ante la realidad más sangrante que hay en el mundo,
la que más le hace sufrir, la que más llega al corazón de Dios, la que está más
presente ante sus ojos. Una realidad que, desde los países ricos, tratamos de
ignorar, encubriendo de mil maneras la injusticia más cruel, de la que en buena
parte somos cómplices nosotros.
¿Queremos
continuar alimentando el autoengaño o abrir los ojos a la realidad de los
pobres? ¿Tenemos voluntad de verdad? ¿Tomaremos alguna vez en serio a esa
inmensa mayoría de los que viven desnutridos y sin dignidad, los que no tienen
voz ni poder, los que no cuentan para nuestra marcha hacia el bienestar?
Los
cristianos no hemos descubierto todavía la importancia que pueden tener los
pobres en la historia del cristianismo. Ellos nos dan más luz que nadie para
vernos en nuestra propia verdad, sacuden nuestra conciencia y nos invitan a la
conversión. Ellos nos pueden ayudar a configurar la Iglesia del futuro de
manera más evangélica. Nos pueden hacer más humanos: más capaces de austeridad,
solidaridad y generosidad.
El
abismo que separa a ricos y pobres sigue creciendo de manera imparable. En el
futuro será cada vez más difícil presentarnos ante el mundo como Iglesia de
Jesús ignorando a los más débiles e indefensos de la Tierra. O tomamos en serio
a los pobres o nos olvidamos del Evangelio. En los países ricos nos resultará
cada vez más difícil escuchar la advertencia de Jesús: «No podéis servir a Dios
y al Dinero». Se nos hará insoportable. JAP
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