Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
domingo, 1 de diciembre de 2024
Día litúrgico: Lunes I (C) de Adviento
El miedo a la Cruz…
Es
el miedo frente a estas cosas el que nos quita la libertad y la entrega, o por
lo menos la hace vacilante. Tenemos que vencer ese miedo, porque es una fuerza
que paraliza, que paraliza nuestra entrega de hijos, y como consecuencia de
ello, nuestra creatividad de padres. El Padre Kentenich, fundador del
Movimiento de Schoenstatt, fue un hombre que no sólo fue capaz de decir sí, a
pesar del miedo, sino que en él fue tan grande el cobijamiento en el corazón de
Dios y de la Virgen, que perdió el miedo.
El
Padre Kentenich recibió esta gracia. Y las gracias del Fundador son
transmitidas a los hijos. Esta gracia de vencer el miedo se la transmitió de
manera ejemplar por ejemplo a la Hermana
María Emilie Engel. Ella no era una persona que tenía un miedo
normal, sino que era una persona sicológicamente enferma de miedo, enferma de
angustia desde niña. Y el Padre Kentenich la sanó, fue capaz de transmitirle su
confianza filial. Él también puede ayudarnos a nosotros a vencer nuestro miedo
y nuestros temores.
Una
entrega sin miedo y sin reservas sería entonces, decirle a Dios: puedes hacer
conmigo todo lo que quieras, pero especialmente esto o aquello ante lo cual mi
naturaleza se estremece. Esto es amor a la cruz en el pleno sentido de la
palabra.
Nuestra
actitud filial
No
seremos capaces de asumir y vivir este espíritu, si no estamos convencidos de
que Dios es nuestro Padre, de que Él me ama con un amor eterno y que ha trazado
mi plan de vida como un plan de amor.
En
todo momento, también en las situaciones más difíciles y dolorosas, me siento
como un hijo predilecto de Dios. Sin un amor filial profundo, sin una
filialidad sencilla y confiada, es imposible vivir la entrega perfecta, sin
miedo ni reservas. Porque sólo un hijo se sabe amado, seguro, cobijado. Se sabe
inscripto en el corazón de Dios Padre. Para un hijo, sufrimiento y cruz se
convierten así en sus mejores pañales, en la alegría y riqueza de su caminar
hacia la casa del Padre.
¿Cuál
debería ser el fruto supremo de nuestro esfuerzo por transformarnos en hombres
nuevos, en hombres maduros e integrados? El gran fruto debería ser: crecer
decisivamente en mi ser hijo, conquistar
una filialidad heroica ante Dios Padre. Es una filialidad que me hace
reconocer con humildad heroica mis miserias. Es una filialidad que con
confianza heroica me lanza a los brazos amorosos del Padre. Y es una filialidad
que con heroísmo lleva a entregarme al Dios de mi vida, al Padre de las
misericordias, para siempre.
En
la opinión del Padre Kentenich, la
filialidad es el único camino que en medio del caos de nuestro
tiempo, nos da una misteriosa lucidez y una seguridad instintiva. Es también el
gran remedio que logra sanar la enfermedad del hombre de hoy: la nerviosidad con todas sus
derivaciones. Porque nerviosidad es la pérdida del equilibrio del alma. El alma
ha perdido su brújula, está a la deriva, no está orientada hacia Dios, ni
cobijada en Él. Y la única solución para este hombre enfermo de hoy, es
llevarlo de vuelta a Dios y arraigarlo en su corazón de Padre.
Preguntas para
la reflexión
1.
¿Me es fácil aceptar la voluntad del Padre Dios en las cruces y adversidades?
2.
¿Qué siento hoy ante la frase? : ¡Dios haz conmigo lo que quieras!
3.
¿Soy una persona nerviosa, que se angustia fácilmente? NS