jueves, 31 de agosto de 2017

01 de Septiembre - Lupo de Sens

Lupo de Sens, Santo
Obispo, 01 de Septiembre

Martirologio Romano: En Sens, de Neustria, san Lupo, obispo, que fue desterrado por haber dicho ante un jerarca local que convenía al pueblo ser regido por un sacerdote y obedecer a Dios antes que a los príncipes (c. 623).

San Lupo o Leu, perteneciente a una familia noble, nació en Orleans. Fue elegido Arzobispo de Sens en 609.
Clotario, rey de los Francos, entrando en Borgoña, envió a su senescal contra los habitantes de Sens, éste sitió la ciudad. San Lupo, hizo repicar la campana de la iglesia de San Esteban. Los sitiadores, oyendo ese sonido, sintieron tal pánico, que pensaron que no podrían escapar a la muerte, y emprendieron la huida.
Habiéndose finamente apoderado de Borgoña, Clotario envió a Sens a otro senescal. Como San Lupo no acudió a su presencia llevándole presentes, lo difamó ante el rey, y éste lo envió al exilio. Allí, San Lupo se destaca por su doctrina y milagros.
Los habitantes de Sens pidieron al rey que llamara a San Lupo del exilio. Cuando Clotario se encontró ante aquel hombre paciente y mortificado, se sintió tan conmovido que se prosternó a sus pies solicitando su perdón. Colmándolo de presentes, lo restableció en su Sede.
Después de haberse hecho famoso por sus grandes virtudes y milagros, el Santo Obispo entregó su alma a Dios alrededor de 610.

¿Se puede mover montañas con la oración?

Mateo 21,21-22 dice: “Respondiendo Jesús, les dijo: En verdad os digo que si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que aun si decís a este monte: “Quítate y échate al mar”, así sucederá. Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis”.
Del texto resulta claro que lo contrario de la fe son las dudas. Lo que no es inmediatamente claro es cuáles son esas dudas y qué las produce.
Existe la tentación de pensar que la eliminación de las dudas consiste simplemente en auto-sugestionarse, algo como lo que propone el llamado “pensamiento positivo”. Como si el solo hecho de repetirse uno muchas veces en la cabeza que algo va a salir bien fuera la fórmula para no dejarle espacio a la duda, y de ese modo lograr lo que no quiere... hasta trasladar montañas con la mente.
Ese enfoque “mental” sobre la oración tiene mucho que ver con la concentración, la sugestión y el cerebro pero tiene poco o nada que ver con la Biblia. En la Sagrada Escritura, la duda está relacionada fundamentalmente con la división. El que está dividido interiormente está condenado a fracasar, según lo recuerda expresamente un dicho de Jesucristo: “Todo reino dividido contra sí mismo quedará asolado, y toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie” (Mateo 12,25).
Cuando Pedro da unos pocos pasos sobre el agua, se da cuenta del oleaje y de la fuerza del viento, y entonces queda dividido, como si se dijera: “Dios es poderoso pero este viento también es poderoso, y entonces, ¿qué será de mí?” La división hace que dude, y la duda destruye su fe y hace que se hunda.
Cristo se apareció, ya resucitado, a sus discípulos. Nos enseña San Lucas 24, 37-39: “Ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu. Y El les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”. Nuevamente estamos ante un caso de división interior: se puede afirmar que es Jesús pero también se puede afirmar que es un espíritu. Y la división hace que surjan dudas en el corazón.
Si la duda viene de la división, la superación de la duda viene de un corazón consolidado, o mejor: unido. “Que vuestro corazón sea todo para el Señor, nuestro Dios, como lo es hoy, para seguir sus leyes y guardar sus mandamientos”, exhorta 1 Reyes 8,61. El corazón encuentra su unidad cuando se reúne y se da por completo a Dios, según el antiguo mandamiento: “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6,4-5).
Llegamos así a la conclusión: el corazón que tiene perfecta fe es el que no tiene dudas; el corazón libre de dudas es el corazón que no está dividido; el corazón sin divisiones es el que vive el primer mandamiento, es decir, el corazón que ama con plenitud de donación a Dios. O sea que el corazón que mueve montañas es el corazón que está adherido totalmente a Dios, rendido a Él, y por consiguiente, fundido en su voluntad. Así lo presenta también el apóstol Juan: “Y esta es la confianza que tenemos delante de Él, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye” (1 Juan 5,14).
¿Se pueden mover montañas? Sí, por supuesto. Aquel que está unido al querer de Dios, y que siguiendo ese querer encuentre una montaña que obstruye su camino, sin desprenderse de Dios, a quien ama con todo su ser, ore, y por supuesto que esa, y todas las montañas, darán paso a su oración, sencillamente porque todo obedece a Dios. NM

Evangelio del Viernes 01 de Septiembre

Día Litúrgico: Viernes XXI (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 25,1-13): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora».

«En verdad os digo que no os conozco»

Comentario: Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)

Hoy, Viernes XXI del tiempo ordinario, el Señor nos recuerda en el Evangelio que hay que estar siempre vigilantes y preparados para encontrarnos con Él. A media noche, en cualquier momento, pueden llamar a la puerta e invitarnos a salir a recibir al Señor. La muerte no pide cita previa. De hecho, «no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13).
Vigilar no significa vivir con miedo y angustia. Quiere decir vivir de manera responsable nuestra vida de hijos de Dios, nuestra vida de fe, esperanza y caridad. El Señor espera continuamente nuestra respuesta de fe y amor, constantes y pacientes, en medio de las ocupaciones y preocupaciones que van tejiendo nuestro vivir.
Y esta respuesta sólo la podemos dar nosotros, tú y yo. Nadie lo puede hacer en nuestro lugar. Esto es lo que significa la negativa de las vírgenes prudentes a ceder parte de su aceite para las lámparas apagadas de las vírgenes necias: «Es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis» (Mt 25,9). Así, nuestra respuesta a Dios es personal e intransferible.
No esperemos un “mañana” —que quizá no vendrá— para encender la lámpara de nuestro amor para el Esposo. ¡Carpe diem! Hay que vivir en cada segundo de nuestra vida toda la pasión que un cristiano ha de sentir por su Señor. Es un dicho conocido, pero que no estará de más recordarlo de nuevo: «Vive cada día de tu vida como si fuese el primer día de tu existencia, como si fuese el único día de que disponemos, como si fuese el último día de nuestra vida». Una llamada realista a la necesaria y razonable conversión que hemos de llevar a término.
Que Dios nos conceda la gracia en su gran misericordia de que no tengamos que oír en la hora suprema: «En verdad os digo que no os conozco» (Mt 25,12), es decir, «no habéis tenido ninguna relación ni trato conmigo». Tratemos al Señor en esta vida de manera que lleguemos a ser conocidos y amigos suyos en el tiempo y en la eternidad.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Gente que sí...


31 de Agosto - Aidano de Lindisfarne

Aidano de Lindisfarne, Santo
Obispo, 31 de Agosto

Martirologio Romano: En Lindisfarne, de Northumberland, san Aidano, obispo y abad, varón de suma mansedumbre, piedad y recto gobierno, que, llamado del monasterio de Iona por el rey Osvaldo, estableció allí su sede episcopal y un monasterio, para dedicarse con eficacia a la evangelización de aquel reino (651).
Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

Todo lo que se conoce de la figura de Aidano, monje, abad y obispo de Lindisfarne, muerto el año 651, está asociado a su obra como misionero en el reino de Northumbria, y puede hallarse tan sólo en las páginas que Beda le dedica es su Historia. 
Osvaldo, reconquistará el trono de Northumbria en el año 633, luego de vivir su destierro como huésped del monasterio de Iona, donde además de ser bautizado, aprendió la lengua de los celtas y recibió una instrucción básica. Una vez en el trono decide evangelizar su reino, para lo que pide ayuda al monasterio en que conoció a Cristo, y tras el fracaso del primer misionero, Corman, es elegido Aidano.
En el año 635 es consagrado obispo, y con una pequeña comunidad de monjes se asienta en Lindisfarne, una isla del Mar del Norte a poca distancia de la costa, frente a la cual está la fortaleza de Bamburgh, residencia del rey. 
La colaboración entre rey y el abad-obispo es maravillosa. El rey entrega en donación tierras y ayudas para fundar monasterios, oratorios y lugares de culto, y además acompaña a su obispo en los viajes por las distintas partes del país, y a menudo el rey se presta a hacer de traductor de la predicación de Aidano.
Beda, nos dice que Aidano «estaba particularmente dotado de la gracia de la discreción, que es la madre de las virtudes». Junto a esta gracia brillan en Aidano la mansedumbre, el sentido del deber, el celo incansable, la generosidad con los pobres y el gusto por la oración contemplativa hecha en la soledad, según la más canónica tradición del monaquismo céltico. Para practicarla solía retirarse a los inaccesibles acantilados de la islita de Inner Farne, más lejos de tierra firme. Es interesante observar que, además de la amabilidad y mansedumbre Aidano sabe encontrar la fuerza de hablar abiertamente y sin temor ante los ricos y poderosos que no cumplen con su deber. Logra alternar el ayuno y la participación, si se le invita, a los banquetes en el palacio del rey. No usa el dinero para comprar la protección de los poderosos; pero si lo tiene o lo recibe, lo emplea para los pobres, sobre todo para el rescate de los esclavos, que a menudo después, acogidos en sus monasterios, se convierten en discípulos suyos: algunos, educados e instruidos por él, llegan incluso al sacerdocio.
Beda, señala que el obispo solía moverse a pie, quizá por humildad, cabe deducir, que esto le daba la oportunidad de detenerse a hablar con las personas que se encontraba, si eran paganos, los exhortaba a la conversión, si se trataba de creyentes, le gustaba leer con ellos un pasaje de la Escritura al objeto de reforzar su fe.
En concordancia con todo un estilo de vida, Aidano exhala su último aliento es una especie de tienda apoyada a la pared lateral de una iglesia, no lejos de la fortaleza real de Bamburgh. Es el 31 de agosto del 651.

Las bebidas energizantes pueden provocar Muerte Súbita

Un estudio recientemente publicado en Estados Unidos reveló los efectos cardíacos de las bebidas energéticas y su relación con la muerte súbita de origen cardíaca. La información cobra mayor trascendencia cuando se estima que entre el 30 y el 50% de los adolescentes y adultos jóvenes de ese país las consumen con regularidad. 
En la actualidad, estas bebidas son sumamente populares en el mundo, aunque su seguridad está siendo cuestionada ya que se las relaciona con eventos cardiovasculares graves (arritmias y muerte súbita). 
Las bebidas energizantes potencian y estimulan la energía corporal gracias al alto contenido de cafeína - su principal componente - y otros agentes activos como las azúcares, la taurina, el complejo vitamínico B, la guaraná y el ginseng, entre otros. 
También mejoran la atención y el rendimiento físico. Pero su asociación con otras sustancias tales como alcohol y/o drogas pueden avivar los efectos nocivos de la cafeína y, en consecuencia, derivar en problemas cardíacos. 
“La cafeína seguramente sea la “droga” más conocida y utilizada del mundo. Es un alcaloide (sustancia nitrogenada presente en algunos vegetales naturales) con efectos estimulantes sobre el sistema nervioso central y periférico. En altas concentraciones (una lata contiene aproximadamente 140 mg) la cafeína inhibe o altera ciertas funciones celulares, promoviendo la liberación de calcio e interfiriendo con algunos receptores. Este mecanismo de acción favorece la aparición de arritmias cardíacas”, explica el Dr. Carlos Reguera, médico cardiólogo y jefe del área de Medicina Preventiva y Cardiología de INEBA. 
Otros posibles efectos de la cafeína pueden ser vasoespasmo coronario (contracción involuntaria de las arterias del corazón) y el incremento de la agregación plaquetaria y disfunción endotelial (alteraciones que predisponen a presentar un infarto), favoreciendo de este modo a la aparición de isquemia miocárdica aguda (al no llegar suficiente sangre al músculo cardíaco, éste sufre y provoca latidos anómalos) y arritmias ventriculares (trastornos eléctricos graves) como ser, taquicardia y fibrilación ventricular que llevan al paciente a la muerte. 

El poder de sus ingredientes
La cafeína es tan potente que 100 mg. pueden incrementar la capacidad de alerta, 250 mg., aumentar significativamente la presión arterial y 10 gr. (unas 100 tazas de café) pueden causar la muerte. 
Por su parte, la taurina es un aminoácido que actúa sobre la neuromodulación, la estabilización de la membrana celular y la regulación de los niveles de calcio, potasio y sodio celular. Esto favorece la aparición de extrasístole auricular y ventricular; que son variantes de arritmias. 
A su vez, el componente guaraná tiene propiedades estimulantes y puede incrementar aún más el contenido de cafeína de la bebida; el ginseng logra tener efectos adversos como dolores de cabeza, insomnio y trastornos gastrointestinales, y la L-carnitina es una importante fuente de energía para el músculo esquelético y cardíaco. 
Cada lata, más allá de describir su composición, puntualiza el enunciado “consulte a su médico antes de consumir este producto”. Esto confirma el potencial riesgo que éstas bebidas conllevan para nuestra salud. “Respecto a las complicaciones, la gran culpable sería la cafeína. Mientras que al café lo bebemos lentamente por su gran temperatura, a las bebidas energéticas la consumimos en segundos, incluso varias latas en cortos periodos de tiempo. Se han reportado casos de arritmias por fibrilación auricular en pacientes jóvenes sin enfermedad cardiaca estructural poco después de consumirlas”, agrega el especialista. 
Hay información aún más trascendental, que describen arritmias ventriculares y muerte súbita cardíaca. Otros casos publicados incluyen arritmias ventriculares en el contexto de un infarto de miocárdico (posiblemente secundario a vasoespasmo). 
“Es importante tener en cuenta que el consumo de bebidas energéticas se asocia con arritmias cardíacas, incluyendo taquicardia supraventricular, fibrilación auricular, taquicardia ventricular y fibrilación ventricular (estas dos últimas implicadas en la muerte súbita). Por lo que la evidencia actual nos hace concluir que no deben ser ingeridas por personas de riesgo como pacientes con enfermedades coronarias, miocardiopatías o canalopatías hereditarias. En individuos sanos o aparentemente sanos se recomienda limitar su consumo a una lata por día, siendo importante no combinarlas con alcohol u otras sustancias debido a que incrementan su componente arritmogénico”, concluye Reguera.

Enfermarse de Jesucristo

De todas “las condiciones” que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (Lc 9, 23) ¿No crees que es la más difícil?
Se podría pensar que la más costosa sea tomar la cruz, pues a nadie agrada la cruz, más bien la evitamos.
Quizás los más maduros en años y quienes se han preocupado un poco de crecer en la vida personal y espiritual saben que aún más difícil que la cruz es la renuncia a sí mismo.
Sin embargo la más difícil es la última: seguir a Cristo. Muchas veces no nos queda más remedio que aceptar las cruces que nos vienen; en otras ocasiones las circunstancias nos obligan a renunciar a nuestros planes. Si lo hacemos de mala gana, sufriremos más, pero la cruz y la renuncia siempre estarán presentes y mal o bien se sobrelleva.
Como recordó el Papa a los jóvenes, "la radicalidad de una elección que no admite demoras ni repensamientos es una exigencia dura, que impresionó a los mismos discípulos y a lo largo de los siglos ha frenado a muchos hombres y mujeres en la entrega a Cristo".
Quizás tú, como tantos otros, te has preguntado cómo es posible que habiendo tantos cristianos en el mundo, en la sociedad de hoy no se vive un ambiente de amor, unidad y paz. La respuesta es clara y dura para los que creemos en Jesucristo: muchos son cristianos pero pocos siguen a Cristo. ¿Eres tú cristiano? Creo que sí. Pero, ¿sigues a Cristo?
Una enfermedad no se contagia hablando de ella, sino estando enfermo. Sólo el que está enfermo puede contagiar a otro. Así, solo el enfermo de Jesucristo podrá contagiar a otros su amor. No nos hagamos ilusiones, para contagiar el amor del Señor es necesario estar enfermos de Él, vivir su amor y perdón.
Seguir a Cristo, no es estar inscrito y participar en alguna que otra actividad de la propia parroquia. “Con la invitación ´sígueme´ Jesús repite a sus discípulos no sólo: tómame como modelo, sino también: comparte mi vida y mis elecciones, gasta conmigo tu vida por amor a Dios y a los hombres”.
¿Cómo podemos enfermarnos de Jesucristo, es decir, compartir su vida y sus decisiones?
En primer lugar, y no podemos cansarnos de repetirlo, con la oración, que no consiste en letanías y rezos, sino en una cordial conversación con Dios, sin prisas, llena de una filial confianza y de verdadera humildad.
Dialogar, no me refiero a hablar, en todas las circunstancias es difícil. ¡Qué difícil es el diálogo para muchos matrimonios!, ¡con qué frecuencia lo evitan! ¡Qué difícil es el diálogo entre los jóvenes!, ¡con qué facilidad terminan en discusiones y altercados! Dialogar es difícil, y mucho más con Dios, porque quien dialoga debe ir dispuesto a cambiar su opinión y a aceptar lo que el otro dice. ¡He aquí la verdadera dificultad de la oración!
El problema de la oración no consiste en no saberla hacer. Hace veinte años pocos cristianos sabían usar computadoras, hoy han aprendido y la usan con frecuencia y provecho. ¿Por qué no han aprendido a orar? Porque el diálogo con Dios compromete nuestras vidas.
El segundo medio para enfermarnos de Cristo es aún más arduo. Se trata de evitar lo que Él no hizo en su vida, principalmente evitar el egoísmo, es decir, rechazar los juicios temerarios y las discusiones inútiles, aprender a escuchar y a respetar a los demás, abstenerse de críticas, chismes y palabras ofensivas. ¡Cuánto retrasamos el amor de Jesucristo en la sociedad a causa de nuestras conversaciones inútiles y llenas de faltas de caridad hacia nuestros hermanos los hombres! Te hago una propuesta: un día, un sólo día, proponte no juzgar ni decir nada negativo de los demás. ¿Aceptas el reto? ¿Verdad que es fácil llamarse cristiano pero muy difícil seguir a Cristo en lo que nos pide?
Pero verdaderamente nos enfermaremos del Señor cuando vivamos la caridad que Él practicó. Caridad que no se limita a dar limosnas materiales. Más bien se expresa en ofrecer la limosna de nosotros mismos, que, dentro de la familia consiste en ayudarse recíprocamente, afrontando juntos las dificultades propias de la vida matrimonial, aprendiendo a aceptar los defectos y los momentos negativos del otro, en perdonar y humillarse, si es necesario, con tal de no herir el amor.
Caridad es también dar la limosna del propio tiempo y de las cualidades personales al servicio de los demás y de la Iglesia.
Sólo así haremos lo que Jesús nos pide: “Gasta conmigo tu vida por amor a Dios y a los hombres”. JCOR

Evangelio del Jueves 31 de Agosto

Día Litúrgico: Jueves XXI (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 24,42-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. Yo os aseguro que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si el mal siervo aquel se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda’, y se pone a golpear a sus compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes».

«Estad preparados»

Comentario: + Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas (Barcelona, España)

Hoy, el texto evangélico nos habla de la incertidumbre del momento en que vendrá el Señor: «No sabéis qué día vendrá» (Mt 24,42). Si queremos que nos encuentre velando en el momento de su llegada, no nos podemos distraer ni dormirnos: hay que estar siempre preparados. Jesús pone muchos ejemplos de esta atención: el que vigila por si viene un ladrón, el siervo que quiere complacer a su amo... Quizá hoy nos hablaría de un portero de fútbol que no sabe cuándo ni de qué manera le vendrá la pelota...
Pero, quizá, antes debiéramos aclarar de qué venida se nos habla. ¿Se trata de la hora de la muerte?; ¿se trata del fin del mundo? Ciertamente, son venidas del Señor que Él ha dejado expresamente en la incertidumbre para provocar en nosotros una atención constante. Pero, haciendo un cálculo de probabilidades, quizá nadie de nuestra generación será testimonio de un cataclismo universal que ponga fin a la existencia de la vida humana en este planeta. Y, por lo que se refiere a la muerte, esto sólo será una vez y basta. Mientras esto no llegue, ¿no hay ninguna otra venida más cercana ante la cual nos convenga estar siempre preparados?
«¡Cómo pasan los años! Los meses se reducen a semanas, las semanas a días, los días a horas, y las horas a segundos...» (San Francisco de Sales). Cada día, cada hora, en cada instante, el Señor está cerca de nuestra vida. A través de inspiraciones internas, a través de las personas que nos rodean, de los hechos que se van sucediendo, el Señor llama a nuestra puerta y, como dice el Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Hoy, si comulgamos, esto volverá a pasar. Hoy, si escuchamos pacientemente los problemas que otro nos confía o damos generosamente nuestro dinero para socorrer una necesidad, esto volverá a pasar. Hoy, si en nuestra oración personal recibimos —repentinamente— una inspiración inesperada, esto volverá a pasar.

martes, 29 de agosto de 2017

Cuando el hombre aprende...


30 de Agosto - Vicente Cabanes Badenas

Vicente Cabanes Badenas, Beato
Presbítero y Mártir, 30 de Agosto

Martirologio Romano: En Bilbao, España, beato Vicente Gabanes Badenas, presbítero de los Terciarios Capuchinos de la Bienaventurada Virgen de los Dolores y mártir, que, durante la persecución contra la fe, mereció entrar en el banquete de la gloria.

Nacido en Torrent (Valencia) el 25 de febrero de 1908; se hizo Terciario Capuchino el 15 de septiembre de 1923. Ordenado sacerdote el 12 de marzo de 1932. Estudia en la Universidad de Valencia y en el Instituto de Estudios Penales. Ejerce su ministerio en las Escuelas de Reforma de Madrid y Amurrio (Álava), alternando estudio, prácticas del gabinete de Psicología y dirección espiritual de la Fraternidad. Detenido el 27 de agosto de 1936 por los milicianos, lo trasladan a Orduña, Vizcaya, intentan hacerlo apostatar, y ante la negativa se vuelven hacia Amurrio, lo hacen bajar del vehículo y lo abalean dejándolo por muerto en el prado de San Bartolomé de Orduña. Malherido, logra llegar a casa de un amigo, y es trasladado al hospital de Orduña, y de ahí al de Basurto, donde fallece el domingo 30 de septiembre, confesado y habiendo perdonado a sus asesinos. Se distinguió por su carácter apacible, dulce y amable. Fiel al deber, entregado al apostolado de la reforma de la juventud extraviada, con competencia y celo apostólico.
Fue beatificado el 11 de marzo de 2001 junto a 232 mártires durante la guerra civil en España.

El camino del grano de trigo

Pasa más a menudo de lo que imaginamos. Un corazón busca a Dios, quiere servir a sus hermanos, estudia el Catecismo, lee escritos de grandes santos. Dedica tiempo a la oración, va a misa los domingos y varios días entre semana, empieza a rezar el rosario o a hacer otras oraciones de la espiritualidad cristiana. A pesar de todo, está inquieto. Como si su esfuerzo espiritual no valiese nada; como si estuviese ante un muro de silencios que le deja confundido, perplejo, lleno de zozobras.
Otras veces, el desasosiego nace espontáneamente, en vidas grises que no trabajan ni para el bien ni para el mal. O en otras vidas que iban “bien”, en corazones que creían tener cualidades y energías para afrontar los retos de la vida. De la noche a la mañana, un problema personal, un pleito en la familia, un suspenso en la universidad, una pelea con el novio o la novia, o simplemente el cambio de clima... y todo se vuelve oscuro, triste, vacío, misteriosamente absurdo.
Buscamos, entonces, desesperadamente, la paz del alma. A veces con un mayor esfuerzo en los compromisos cristianos. O con lecturas de más libros que puedan darnos algo de luz. O a través de un sacerdote al que presentamos nuestras zozobras, nuestras inquietudes, ese extraño cansancio ante la vida que puede sorprendernos a todos: al adolescente, al adulto, al anciano, al sano o al enfermo.
Buscamos la paz, anhelamos la paz. Casi como si Dios estuviese obligado a curarnos, como si el ir a una iglesia para rezar con el corazón abierto fuese suficiente para que la paz volviese al alma, como si la confesión o el diálogo con un sacerdote, llevase automáticamente a la recuperación de la serenidad.
Es casi inevitable que actuemos así. Pero a veces podríamos preguntarnos si Dios no nos estaría pidiendo un paso más. Quizá la prueba, la dificultad, el abatimiento, son señales de un vivir frío, sin amor, sin esperanza, sin fe. Entonces habría que revisar cómo va, de verdad, nuestra vida de gracia; para extirpar cualquier sombra de pecado que nos paralice; para arrancar un egoísmo que todo lo domina, que todo lo dirige, que todo lo sopesa; para encender hogueras de fervor con el recurso serio, decidido, a todo lo que es propio de la vida cristiana.
Otras veces, lo que Dios nos pide es que dejemos de buscar esa misma paz como si fuese lo único importante para nosotros. Sería triste que viésemos nuestra fe católica como si fuese una garantía para solucionar problemas, como un seguro anti-balas contra depresiones y cansancios que, tarde o temprano, pueden llegarnos a todos. Ver así nuestra fe, desear que Dios siempre nos dé el caramelo cuando levantamos el dedo en medio de la tormenta, es olvidar que también es Evangelio la lección del grano de trigo.
No nos resulta nada fácil comprender que es parte del dinamismo cristiano, que es la esencia de cualquier vida humana, vivir según el grano de trigo. Si el grano no cae, si no muere, si no rompe sus defensas para ponerse en manos de la acción divina, no da fruto; porque el que ama su vida la pierde, mientras que el camino hacia la vida plena consiste, precisamente, en aceptar la muerte, a veces lenta, a veces dolorosa (cf. Jn 12,24).
En otras palabras, aunque nos cueste aceptarlo, también es vida cristiana la de quien, en medio de angustias y miedos, en medio de caídas involuntarias o voluntarias pero aborrecidas, en medio del dolor físico o de profundas penas morales, en medio incluso de depresiones y de apatías en el espíritu, coge cada día el arado y se pone a caminar. Sin mirar hacia atrás, sin lamentarse por lo que le falta, sin pensar si es justo vivir así, entre tantas inquietudes, sin un poco de paz en la propia vida.
Es triste ver cómo pululan aquí y allá métodos más o menos pseudocientíficos y pseudoespirituales que prometen una y otra vez devolver la paz interior, dar seguridades psicológicas, abrir horizontes de autorrealización. No pocas veces esos métodos buscan sugestionar a las personas para hacerlas pactar con sus pequeñeces, o para pensar que son mucho más de lo que hasta ahora habían pensado, o para invitarlas a “crecer” basadas simplemente en la propia voluntad y en sentimientos “positivos”, llenos no pocas veces de egoísmos y vacíos, profundamente vacíos, de Dios.
El camino del Evangelio, en cambio, es otro. Abnegación, renuncia, cruz, muerte. Para llegar a la vida hay que seguir el camino del Calvario. A la mañana de Pascua se llega a través del Viernes Santo. Es cierto, hemos de recordarlo siempre, que Cristo no deja de comprender que estamos hechos para esperar premios, para abrazar felicidades, para encontrar la paz profunda. Las bienaventuranzas tienen que iluminar y dirigir nuestros pasos. Pero todo ello llegará como regalo, como fruto maduro de quien empieza a decir no a su autorrealización y sí al camino del grano de trigo.
El mundo no sabe entrar en esta lógica, no comprende el camino del Evangelio. Existe el peligro, muy real, de que muchos cristianos tampoco pasemos por la puerta estrecha. Nos parecen duras las palabras del Maestro, y pensamos entonces en caminos más fáciles. Pero Cristo es claro: quien no toma su cruz, no podrá ser su discípulo, no podrá seguir las huellas del Señor Resucitado, que es también el Señor Crucificado (cf. Mt 16,24-26).
El camino está allí. Escogerlo es cosa de almas sencillas, que no desean grandezas demasiado humanas, que no miran si están más o menos satisfechas con su “grado de santidad”. Su sencillez, su obediencia, su renuncia, permiten el milagro. Al no querer ser nada, empiezan a serlo todo. Porque triunfan con Cristo glorioso, porque entran en el camino de la Vida verdadera, en el camino del grano de trigo que con su muerte hoy será mañana espiga llena de frutos y alegrías. FP

Evangelio del Miércoles 30 de Agosto

Día Litúrgico: Miércoles XXI (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 23,27-32): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!’. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!»

Comentario: + Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué (Manresa, Barcelona, España)

Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.
Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».
Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»; tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).
María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.

lunes, 28 de agosto de 2017

Semillas...


29 de Agosto - Pedro de Asúa y Mendía

Pedro de Asúa y Mendía, Beato
Sacerdote y Mártir, 29 de Agosto

Martirologio Romano: Entre Castro Urdiales y Laredo, Cantabria, España, beato Pedro de Asúa y Mendía, arquitecto y sacerdote, asesinado por odio a la fe († 1936)

Pedro de Asúa nació en Balmaseda (Vizcaya) el 30 de agosto de 1890. Su padre fue el abogado Isidro Luis de Asúa y San Millán y su madre, fue Francisca Mendía Conde.
Cursó estudios de bachillerato en Orduña (Vizcaya) entre 1900 y 1906 año en que obtuvo el título de bachiller. Posteriormente marchó a Madrid a realizar estudios de arquitectura, hasta 1914. Fue un estudiante responsable, muy vinculado a su familia. También un cristiano militante y apóstol activo.
El 11 de marzo de 1915 recibe el título de arquitecto. Entre 1915 y 1919 ejerció su profesión de arquitecto entre Bilbao y Madrid. En 1917 fundó la Adoración Nocturna en Balmaseda.
A los 29 años, se decidió a dejarlo todo al tomar la decisión de ser sacerdote. Solo desde la experiencia de seguimiento y relación profunda con Cristo en la oración y en la actividad apostólica se explica el paso de arquitecto recién estrenado y valorado por los resultados a aspirar a ser sacerdote diocesano.
Estudió latín en la preceptoría de Gordejuela y en 1920 ingresó en el Seminario de Vitoria. Ese mismo año se construyeron las Escuelas Mendía, en Balmaseda. Siendo todavía seminarista recibió el encargo de realizar los planos del Nuevo Seminario de Vitoria.
El 14 de junio de 1924 fue ordenado sacerdote. Durante doce años (1924 - 1936) fue sacerdote en Balmaseda, además de arquitecto diocesano. La radicalidad con la que dio el paso a ser sacerdote le acompañará durante estos años. Se caracterizó, al mismo tiempo, por una profunda contemplación y una intensa y amplísima actividad pastoral. Llegó a encarnar perfectamente la espiritualidad sacerdotal de “Solo sacerdote, sacerdote siempre y en todo sacerdote”, presentada en aquel entonces por D. Rufino Aldabalde. Dirigió la construcción del Seminario de Vitoria entre 1926 y 1930.
En 1936 fue detenido y asesinado por ser sacerdote el 29 de agosto. La vida evangélica de D. Pedro y el martirio van de la mano; no se extrañan, se conocen. D. Pedro mártir no se entiende sin su vida sacerdotal enteramente entregada. “Aceptó la muerte como consecuencia de su opción por Cristo y por el sacerdocio”.
Sus restos fueron llevados en 1956 a la capilla del seminario de Vitoria-Gasteiz. Su proceso de beatificación se inició el 14 de mayo de 1964 y finalizó el 27 de enero de 2014 cuando S.S. Francisco firmó el decreto de beatificación por martirio.

La cananea, la fe que vence a Dios

Encontramos el relato en Mt. 15, 21-28 y en Mc 7, 24-30. Nos encontramos el ejemplo de una mujer anónima, llamada “La Cananea” por su origen, no por nombre propio. Nos va a enseñar cómo la fe es capaz de ganarle a Dios ese pulso que Dios le echa. Es un relato tan hermoso que parece casi un cuento de hadas. Sin embargo, aquella mujer se llevó en el corazón aquello que tanto quería: la curación de su hija.
“Ten piedad de mí, Señor. Mi hija está malamente endemoniada”. Esta mujer parte de una realidad: nadie, a excepción de Dios, puede solucionarle eso que atormenta tanto su corazón, el tormento de su hija a manos del demonio. En nuestras vidas cuántas veces Dios no entra en nuestros cálculos humanos: son nuestras propias fuerzas, son los demás, es la esperanza en el progreso, es el psicólogo, las primeras puertas a las que llamamos. Cómo nos cuesta poder decir que aquella sencillez de Marta y María: “Señor, el que amas, está enfermo” Cómo nos cuesta ser niños ante Dios y decirle con esta mujer: “Ten piedad de mí”.
Parece que Jesús no escucha aquel grito desgarrado, porque no le responde. Sin embargo, cómo le dolió a Cristo aquella súplica. Quiere poner a prueba la fe de aquella mujer para que su fe fuera más grande si cabía. Y son los discípulos quienes intervienen abogando en favor de ella, pero no por motivos profundos, sino para quitársela de encima, pues ya molestaba. Parece que Dios muchas veces no nos escucha, no nos oye. Nos llega a desesperar a veces el silencio de Dios. Es posible que hasta a veces pensemos que a Dios no le interesamos. Y es ahí justamente cuando Dios está esperando ese último gesto de entrega a él, de confianza en su amor de Padre.
Jesús responde a los discípulos, no a ella, que él no ha sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Es como un gesto de desprecio, de rechazo, como queriendo zanjar todo aquello de golpe. Pero ella insiste en su oración: “Señor, socórreme”. Hay que ser humildes para aceptar a Dios. “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Ante aquel grito de dolor, Cristo va a poner la última prueba. Le dice que no está bien quitarles el pan a los hijos para dárselo a los perritos. Es como un insulto. Hoy diríamos que Cristo ha pisoteado la dignidad humana de aquella persona. Pero Él sabe lo que está haciendo, y lo que está haciendo es purificar aquel corazón plenamente antes de hacer el gran milagro.
Por ello responde la mujer que también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Aquello doblega el corazón de Cristo que ya desde antes venía sufriendo junto con aquella mujer aquel dolor terrible que experimentaba por la enfermedad de su hija. Ya no puede más, y ante tanta humildad dice: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Y la hija quedó curada. La fe siempre lo puede todo hasta lo imposible. La fe y la humildad de una pobre mujer cananea habían doblegado el Corazón de Dios. “A los humildes Dios los bendice”. ¡Cómo se llenaría de gozo el corazón de aquella mujer que ahora contemplaba a su hija curada! Diría: “Ha valido la pena pasar por esto mil veces”, y tal vez no se daba cuenta del todo de que había sido su fe perseverante quien había ganado aquel duelo.
Nosotros los cristianos tenemos que aprender de esta mujer muchas cosas hermosas y bellas. A Dios se le vence con la fe, no con el orgullo. De Dios se obtiene todo no con el racionalismo, sino con la confianza. En Dios siempre encuentra uno acogida cuando se le acerca con humildad, no con auto-suficiencia. Por ello, estos ejercicios nos dan la oportunidad de revisar nuestra fe.
¿Es mi fe la primera actitud que define mi relación personal con Dios? O más bien, ¿la fe es el último recurso, cuando ya no cabe ninguna otra esperanza? A Dios le gusta que mi relación habitual, diaria, personal con Él se dé siempre en el campo de la fe. Dios quiere que me fíe de Él, que tenga la suficiente confianza como para pedirle cosas de niño, que nunca ponga en duda su amor y su poder.
¿Es mi fe humilde? Parecería una contradicción porque la fe sin humildad no es tal. Pero conviene preguntarse si sé agarrarme de Dios incluso cuando no entiendo nada de nada, cuando no comprendo sus planes, cuando me resulta imposible ver su amor en algo que me ha sucedido. Entonces, tengo que hacerme pequeño y decirle a Dios: “No te entiendo, pero me fío de ti”, como tuvo que hacer María al comprobar que duros eran los planes de Dios sobre el modo y el cómo del Nacimiento de su Hijo, o al ignorar cómo se iba a resolver el tema de su embarazo con José, o al escuchar que una espada iba a atravesar su corazón por culpa de aquel niño que llevaba a presentar ante el Señor.
¿Es mi fe tan grande que, incluso no entendiendo nada de nada de los planes de Dios sobre mí o sobre los demás, pongo por delante siempre mi fe absoluta en Él? Cómo nos gustaría escuchar de los labios del mismo Dios: “Qué grande es tu fe. Que se haga como quieres” Hay que apostar en la vida por Dios y aceptar que Dios nos sobrepasa y nos supera. No somos nada a su lado. Todo lo que de Él venga será bienvenido. No dejemos nunca que el orgullo nos someta y dejemos de curarnos porque se nos hace humillante bañarnos en el río que nos ha aconsejado Dios cuando tenemos ríos tan bellos en nuestra tierra (2 Re 5, 1-15).
El Evangelio de la gracia, la Buena Nueva de Cristo, nos ha enseñado que la fe es fundamental en el cristiano. Incluso cuando uno ve el futuro y siente ansiedad, incluso cuando uno ve los problemas y siente impotencia, incluso cuando uno constata los graves problemas que afligen al mundo, al hombre, a la familia. No hay otra solución que la fe. Dios es más grande que todo eso. Dios es quien me garantiza mi alegría y mi salvación. JJF

Evangelio del Martes 29 de Agosto

Día Litúrgico: Martes XXI (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 6,17-29): En aquel tiempo, Herodes había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. 
Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

«Juan decía a Herodes: ‘No te está permitido tener la mujer de tu hermano’»

Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)

Hoy recordamos el martirio de san Juan Bautista, el Precursor del Mesías. Toda la vida del Bautista gira en torno a la Persona de Jesús, de manera que sin Él, la existencia y la tarea del Precursor del Mesías no tendría sentido.
Ya, desde las entrañas de su madre, siente la proximidad del Salvador. El abrazo de María y de Isabel, dos futuras madres, abrió el diálogo de los dos niños: el Salvador santificaba a Juan, y éste saltaba de entusiasmo dentro del vientre de su madre.
En su misión de Precursor mantuvo este entusiasmo -que etimológicamente significa “estar lleno de Dios”-, le preparó los caminos, le allanó las rutas, le rebajó las cimas, lo anunció ya presente, y lo señaló con el dedo como el Mesías: «He ahí el Cordero de Dios» (Jn 1,36).
Al atardecer de su existencia, Juan, al predicar la libertad mesiánica a quienes estaban cautivos de sus vicios, es encarcelado: «Juan decía a Herodes: ‘No te está permitido tener la mujer de tu hermano’» (Mc 6,18). La muerte del Bautista es el testimonio martirial centrado en la persona de Jesús. Fue su Precursor en la vida, y también le precede ahora en la muerte cruel.
San Beda nos dice que «está encerrado, en la tiniebla de una mazmorra, aquel que había venido a dar testimonio de la Luz, y había merecido de la boca del mismo Cristo (…) ser denominado “antorcha ardiente y luminosa”. Fue bautizado con su propia sangre aquél a quien antes le fue concedido bautizar al Redentor del mundo».
Ojalá que la fiesta del Martirio de san Juan Bautista nos entusiasme, en el sentido etimológico del término, y, así, llenos de Dios, también demos testimonio de nuestra fe en Jesús con valentía. Que nuestra vida cristiana también gire en torno a la Persona de Jesús, lo cual le dará su pleno sentido.

domingo, 27 de agosto de 2017

Crear algo...


El sentido que mueve tu vida...


28 de Agosto - Alfonso María del Espíritu Santo Mazurek

Alfonso María del Espíritu Santo Mazurek, Beato
Presbítero y Mártir, 28 de Agosto

Martirologio Romano: En la ciudad de Nawojowa Góra, en Polonia, beato Alfonso María Mazurek, presbítero y mártir, que durante la guerra, por su confesión cristiana, recibió la muerte a manos de los invasores de su patria (1944).
Fecha de beatificación: El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II, en Polonia, beatificó a 108 mártires de la segunda guerra mundial, víctimas de la persecución nazista.

Jósef Mazurek nació el 1 de marzo de 1891 en Baranówka, diócesis de Lublin, en Polonia. En 1908 recibió el hábito carmelitano en Wadowice, con el nombre de Alfonso María del Espíritu Santo. En Viena (Austria) recibe la ordenación sacerdotal el 16 de julio de 1916.
Conocido por sus dotes organizativas, y estimado como educador de la juventud, fue hasta 1930 prefecto y profesor en el Seminario Menor de Wadowice. Elegido, en 1930, Prior del convento de Czerna, cumplió este oficio hasta la muerte, a excepción del trienio 1936-1939, durante el cual fue ecónomo del mismo convento. Organizó particulares devociones conforme al carisma del Carmelo y se dedicó a la dirección del coro del Carmelo Seglar.
Al acercarse el fin de la segunda guerra mundial, se incrementaron notablemente la hostilidad de los nazis y sus represalias en Polonia., El 28 de agosto de 1944, a los 53 años, es asesinado martirialmente. El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II, en Polonia, beatificó a 108 mártires de la segunda guerra mundial, víctimas de la persecución nazi.
Dentro del grupo estaba nuestro hermano, el P. Alfonso Mª Mazurek, O.C.D.

¿Has caminado alguna vez sobre las aguas?

Mateo 14, 22-33 Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: Señor, si eres tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.

Reflexión
Se cuenta que en una ocasión un grupo de norteamericanos fue de peregrinación a Tierra Santa. Y estando ya a orillas del mar de Galilea, extasiados por la belleza del lugar, expresaban su alegría incontenible al contemplar ese lago que tantas veces había visto nuestro Señor con sus propios ojos y en cuyas aguas había navegado junto con sus discípulos. Y deciden embarcarse y hacer una breve travesía. Los que alquilaban las barcas –que eran judíos muy “judíos”– pensaron que con esos turistas harían su agosto: –“Queremos ir a Cafarnaúm en barca”– les dicen los americanos. Las distancias del lago no son muy grandes y con un bote de motor se hace hoy en día en una media hora. –“Pues el viaje les cuesta 700 dólares”–les contestan. Al ver el espanto de los peregrinos por el precio tan alto, añaden los dueños de la barca: –“Amigos, es que este lago es muy especial. Sobre estas aguas caminó Jesús”–. Y, sin pensarlo dos veces, comentan los visitantes: –“¡Pues claro, con ese precio no nos extraña!”.
Bueno, dejando la broma aparte, es un hecho que Jesucristo nuestro Señor anduvo sobre las aguas de este mar de Galilea en más de una ocasión. Por la fuerza de la rutina, estamos acostumbrados a escucharlo y ya no nos causa demasiada impresión. Pero, imaginémonos a Cristo caminando sobre las aguas... ¡Era algo sumamente extraordinario y prodigioso! Tanto que sus discípulos –nos narra el Evangelio– “se turbaron y se pusieron a gritar pensando que era un fantasma”.
Sí. Cristo tenía unos poderes sobrenaturales y divinos. Era el Señor de la naturaleza y toda ella le obedecía: el viento, los mares, las enfermedades y hasta la misma muerte. Todo le está sometido. El domingo pasado veíamos cómo Jesús multiplicaba cinco panes y dos peces para dar de comer a una inmensa multitud. Y en el Evangelio de hoy camina sobre las aguas, hace caminar también a Pedro sobre el mar y aplaca la tempestad con su sola presencia. ¡Éste es Jesús: nuestro Señor, nuestro Rey, nuestro Dios todopoderoso! Con Él, ¿qué podemos temer?
Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles atenazados por el miedo: “Tened confianza. Soy yo. No temáis”. ¡Qué seguridad nos infunde este Cristo Señor y disipa todos nuestros temores, miedos, angustias, desesperaciones! Sólo Él puede llenarnos de confianza cierta. ¡Y cuánto lo necesitamos en nuestra vida de todos los días!
Pero Pedro, que todavía no acababa de creérselo del todo, le dice, con un cierto tono de desafío y de respeto: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Y Cristo, ni corto ni perezoso, le cumple su “caprichito”: “Ven”. Una sola palabra. Un monosílabo. Y eso fue suficiente para que Pedro saliera disparado, como una flecha, fuera de la barca. Comienza a andar, también él, sobre las aguas.
Pero, fíjate lo que viene a continuación: ¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte –nos dice el Evangelio– temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor sálvame”. Jesús lo coge entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y es que para nuestro Señor es mucho más milagro que tengamos fe, que confiemos siempre en Él, ciegamente, a pesar de todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre los mares.
Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la FE y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él. Y precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas gratis, sin necesidad de una barca o de un salvavidas –y sin pagar 700 dólares–, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes... ¡Con Jesús todo lo podemos! SC

Que decimos nosotros

También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quiénes se acercan a nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?
¿No sentimos discípulos y discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros? JAP

Evangelio del Lunes 28 de Agosto

Día Litúrgico: Lunes XXI (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 23,13-22): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él».

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, 
que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos!»

Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Señor nos quiere iluminar sobre un concepto que en sí mismo es elemental, pero que pocos llegan a profundizar: guiar hacia un desastre no es guiar a la vida, sino a la muerte. Quien enseña a morir o a matar a los demás no es un maestro de vida, sino un “asesino”.
El Señor hoy está —diríamos— de malhumor, está justamente enfadado con los guías que extravían al prójimo y le quitan el gusto del vivir y, finalmente, la vida: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!» (Mt 23,15).
Hay gente que intenta de verdad entrar en el Reino de los cielos, y quitarle esta ilusión es una culpa verdaderamente grave. Se han apoderado de las llaves de entrada, pero para ellos representan un “juguete”, algo llamativo para tener colgado en el cinturón y nada más. Los fariseos persiguen a los individuos, y les “dan la caza” para llevarlos a su propia convicción religiosa; no a la de Dios, sino a la propia; con el fin de convertirlos no en hijos de Dios, sino del infierno. Su orgullo no eleva al cielo, no conduce a la vida, sino a la perdición. ¡Qué error tan grave!
«Guías —les dice Jesús— ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello» (Mt 23,24). Todo está trocado, revuelto; el Señor repetidamente ha intentado destapar las orejas y desvelar los ojos a los fariseos, pero dice el profeta Zacarías: «Ellos no pusieron atención, volvieron obstinadamente las espaldas y se taparon las orejas para no oír» (Za 7,11). Entonces, en el momento del juicio, el juez emitirá una sentencia severa: «¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!» (Mt 7,23). No es suficiente saber más: hace falta saber la verdad y enseñarla con humilde fidelidad. Acordémonos del dicho de un auténtico maestro de sabiduría, santo Tomás de Aquino: «¡Mientras ensalzan su propia bravura, los soberbios envilecen la excelencia de la verdad!».

sábado, 26 de agosto de 2017

Vivan con sencillez...


Felicidad y amor


Avanza por la vida...


27 de Agosto - Francisco de Santa María y catorce compañeros

Francisco de Santa María y catorce compañeros, Beatos
Mártires, 27 de Agosto

Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, beatos Francisco de Santa María, presbítero de la orden de los Hermanos Menores, y sus catorce compañeros, mártires, que por orden del gobernador de la ciudad sufrieron el martirio en odio al nombre cristiano (1627).
Integran el grupo: Beatos Bartolomé Laurel y Antonio de San Francisco, religiosos de la Orden de los Hermanos Menores; Gaspar Vaz y María, esposos; Magdalena Kiyota, viuda; Cayo Jiyemon, Francisca, Francisco Kurobioye, Luis Matsuo Soyemon, Martín Gómez, Tomás Wo Jinyemon, Lucas Kiyemon y Miguel Kizayemon.
Fecha de beatificación: El 7 de julio de 1867 fueron beatificados por Pío IX.

Un día en Nagasaki Fray Francisco de Santa María era huésped del terciario Gaspar Vaz junto con el Fray Bartolomé Laurel y algunos terciarios, cuando un grupo de guardias irrumpieron en la casa y arrestaron a los dos religiosos, seis terciarios, a Gaspar Vaz y María su mujer. Mientras eran conducidos a la prisión encadenados, un joven japonés se enfrentó con valor al gobernador para reprocharle su crueldad y ofrecerse a morir con su maestro, fue recibido por éste en la Primera Orden y alcanzó la gracia del martirio: Fray Antonio de San Francisco. Estos son datos de algunos de los quince mártires celebrados hoy. Algunos fueron quemados vivos y otros decapitados, el 27 de agosto de 1627 en Nagasaki, en la Santa Colina. Fueron beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Francisco de Santa María, era nativo de Alvernajo, cerca de Toledo, España. Siendo joven fue admitido en la Orden de los Hermanos Menores, donde fue admirado por sus cohermanos a causa de sus virtudes y su inteligencia. El amor de Dios y de las almas lo movió a ofrecerse como misionero para dedicar su vida a la conversión de los infieles. En 1623 junto con el franciscano mejicano Bartolomé Laurel llegó al Japón, donde desarrolló una dinámica actividad apostólica. Tuvo la fortuna de encontrar un óptimo catequista a quien en la cárcel podría luego recibir en la Orden de los Hermanos Menores en calidad de hermano, y que luego también lo acompañaría en el martirio: el Beato Antonio de San Francisco.
Bartolomé Laurel era nativo de México. Siendo joven vistió el hábito religioso en la Orden de los Hermanos Menores y profesó la regla de San Francisco en calidad de religioso no clérigo. Se hizo compañero y amigo inseparable del Beato Francisco de Santa María, con quien en 1609 llegó a Manila en Filipinas y de allí en 1622 arribó a las costas del Japón, donde trabajó intensamente como catequista. Atendió a la asistencia de los enfermos en los hospitales, trabajó también como médico; preparaba a los fieles a recibir los últimos sacramentos y a los paganos a abrazar la fe cristiana. Dio continuos ejemplos de humildad, mortificación, modestia y celo apostólico.
Antonio de San Francisco era japonés de nacimiento y de nacionalidad. Era catequista del Padre Francisco de Santa María y terciario franciscano. Desarrolló incesantes obras de caridad entre los cristianos y los paganos de Nagasaki: los visitaba y asistía al Padre Francisco en su laborioso ministerio apostólico. No estaba presente cuando fue apresado el misionero en la casa del beato Gaspar Vaz, pero avisado, corrió a donde el gobernador para enfrentarlo, gritándole: «Tú tienes una multitud de espías y verdugos. Considerables son las recompensas prometidas a los delatores. Pues bien, aquí delante de ti tienes un delator que viene a denunciar a un adorador de Cristo. Ese adorador soy yo, que hace muchos años me ocupo sin descanso en apoyar a los fieles y convertir a los paganos, muchos de los cuales han sido conducidos a la fe. Quiero que me des la recompensa por mi delación; quiero ser asociado a mi querido padre y maestro y a mis queridos cohermanos en la prisión, en los padecimientos y en la muerte».
Antonio fue escuchado de inmediato, y en la prisión vio realizado otro ardentísimo deseo suyo, el de ser recibido en la Orden de los Hermanos Menores. Con vivísima alegría fue admitido al noviciado, cumplido el cual hizo la profesión en manos de su «padre y maestro de novicios», P. Francisco de Santa María, en la Primera Orden en calidad de religioso no clérigo. En la historia de la Orden Franciscana quizás es de los pocos casos de una admisión, un año de noviciado y una profesión cumplidos en la cárcel. Este valeroso cristiano, fiel catequista y ardiente franciscano, junto con otros dos religiosos y quien lo hospedaba, el Beato Gaspar Vaz consumó su martirio en el fuego, mientras María Vaz y otros cinco terciarios fueron decapitados. La constancia de estos intrépidos atletas dio un solemne testimonio de la fe y dejó pasmados a los mismos paganos.
Los esposos Gaspar y María Vaz habían dedicado su vida a la mayor gloria de Dios y a la evangelización de los fieles. Su casa se había convertido como la casa de Betania, donde los tres hermanos, Lázaro, Marta y María acogieron muchas veces a Jesús y a los apóstoles, con gran cordialidad. También la casa de Gaspar y María acogía a menudo a los misioneros y a los cristianos para alojamiento, comida, reuniones de fieles, etc. Así como en Roma las catacumbas acogieron a los primeros cristianos perseguidos, así durante la persecución del Japón los fieles se recogían en la casa de esta familia. Pero un día un traidor los denunció ante las autoridades. Fueron arrestados junto con sacerdotes y fieles, encerrados en una dura prisión y luego condenados a muerte. También ellos subieron a la Santa Colina, Calvario de su inmolación. Por Cristo y su fe sufrieron el martirio: Gaspar fue quemado vivo, María fue decapitada. Así juntos los dos heroicos esposos de la Betania de esta tierra, alcanzaron la Betania del cielo, ejemplo sobre todo para los esposos en un plan de vida dedicado a la caridad y a la hospitalidad.
Una de las características del apostolado de los misioneros en tierras del Japón era el rodearse de activos colaboradores para el apostolado y las diversas necesidades. Los japoneses, al poseer perfectamente la lengua, conociendo las instituciones y las costumbres de los diversos lugares, eran preciosa vanguardia de los misioneros. La catequesis de niños y de los adultos en el período de catecumenado como preparación para el bautismo generalmente era confiada a catequistas japoneses. La asistencia a los enfermos en los hospitales o en las casas privadas, la ayuda a los pobres, los orfanatos para acoger a los niños abandonados o sin padres eran encomendadas a estos maravillosos cristianos, que repetían en el Japón los prodigios de los cristianos de la primitiva Iglesia.
Los mejores catequistas, los más formados espiritualmente, los que mostraban indicios de vocación, eran admitidos a la Tercera Orden o inclusive, a la Primera Orden. Y así más ligados al apostolado misionero e imbuidos del espíritu franciscano, trabajaban con mayor diligencia. Entre estos catequistas y terciarios franciscanos se cuentan a Miguel Kizayemon y Lucas Kiyemon.
Miguel Kizayemon nació en Conga, de padres japoneses, los cuales desde pequeño lo abandonaron. Fue acogido por los cristianos y confiado a la Santa Infancia, donde recibió el bautismo y una educación cristiana. De joven, fue entregado a un mercader español. Más tarde pasó a la misión y fue acogido por el franciscano Padre Rojas, quien lo inició en los estudios, lo hizo su catequista, y, a petición suya, lo inscribió en la Tercera Orden franciscana. De Boniba, a donde había ido por motivos catequísticos, regresó a Nagasaki junto con su queridísimo amigo, también él activo catequista, Lucas Kiyemon, con quien trabajó para la gloria de Dios y el bien de las almas de 1618 a 1627. En tiempos de furiosa persecución religiosa, dada la pericia que tenían como carpinteros, trabajaron en la construcción de refugios para esconder y salvar a los misioneros. Por estas múltiples actividades suyas, fueron reconocidos como cristianos, arrestados y llevados a la cárcel, donde pasaron varios meses. El 16 de agosto de 1627 fueron sacados de la cárcel, llevados a Nagasaki y conducidos hasta la colina santa o monte de los mártires. Allí fueron decapitados y así, con la palma del martirio, alcanzaron la gloria del cielo.