jueves, 8 de diciembre de 2016

09 de Diciembre - Pedro Fourier

Pedro Fourier, Santo
Educador y Fundador, 09 de Diciembre

A San Pedro Fourier se le ocurrieron en el año 1600 las ideas educadoras que más tarde iban a propagar por todo el mundo San Juan de la Salle (en 1700) y San Juan de Bosco (en 1850). Fue un precursor de la educación gratuita y popular. 
Nació en Lorena (Francia) en 1565.
Habiendo terminado brillantemente sus estudios en la Universidad, fundó una escuela gratuita en su ciudad, caso bien raro en ese entonces. Luego ingresó en la comunidad de canónigos regulares de San Agustín y allá fue ordenado sacerdote.
Como se sentía indigno de celebrar la Santa Misa, duró tres meses sin hacer la celebración de su primera misa, desde su ordenación, preparándose para ello (algo parecido hizo San Ignacio de Loyola).
Le pusieron a escoger entre tres parroquias, para que dijera de cuál quería ser párroco. Él escogió la más abandonada, la que más problemas tenía, y la que más estaba necesitando de un trabajo fuerte y constante. Era un pueblecito de los Vosgos que estaba lleno de protestantes calvinistas y donde la moralidad estaba por el suelo. Allí trabajó San Pedro Fourier por treinta años (un caso parecido a los que sucederá siglos después en Ars, cuando llegó allá san Juan Vianey). Aún hoy, todavía allá, cuando hablan de nuestro santo lo llaman “el buen padre Pedro”.
Lo primero que hizo para lograr convertir aquellas gentes fue dedicarse a orar, y a sacrificarse por ellas. Recordaba lo que decía Jesús: “ciertos malos espíritus no se alejan sino con la oración y los sacrificios”. Aún en el más crudo invierno no encendía fuego para calentarse, y la estufa que iba a calentar el ambiente no se encendía sino cuando llegaban visitantes muy friolentos.
Las otras dos armas con las cuales se propuso ganar las almas de aquellos pecadores fueron la limosna y el buen ejemplo. Quería cumplir aquel mandato del Señor que dice: “De tal manera luzca ante los demás la luz de vuestro buen ejemplo, que los demás al ver vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre Celestial”. Y en cuanto a las limosnas los necesitados encontraban siempre dispuesto al Padre Pedro a darles alguna ayuda, pero acompañada de buenos consejos que les sirvieran también para la salvación de su alma.
En su parroquia existían numerosas personas que habían tenido bienes de fortuna pero por un mal negocio o un incendio o una enfermedad o un robo, etc., habían quedado en gran pobreza. Para ellos fundó nuestro santo una caja de Mutua Ayuda, en la cual depositaba las contribuciones que las gentes le hacían, y de allí iba sacando para prestar a quienes habían quedado en la ruina. Lo único que les exigía era que si un día lograban volver a tener otra vez los bienes suficientes, devolvieran lo que se les había prestado. Así muchas familias que no se atrevían mendigar, fueron socorridas a tiempo sin ser humilladas. La Caja progresó notablemente.
San Pedro Fourier estaba convencido de que para poder hacer apostolado sin desanimarse ni desorientarse es necesario asociarse con algún grupo apostólico donde a uno lo animen, lo corrijan, lo guíen y lo acompañen. Por eso fundó en su parroquia tres asociaciones apostólicas: la de San Sebastián, para hombres, la del Rosario para señoras y la de la Inmaculada para señoritas. Les hacía reunión semanal para cada grupo por separado y allí organizaba los trabajos de apostolado y se animaban para seguir adelante.
A San Pedro Fourier se le ocurrió en aquellos años algo que cien años después le iba a dar gran éxito a San Juan Bautista de la Salle, pero que en aquel 1600 todavía no encontraba ambiente favorable: fundar las escuelas gratuitas para el pueblo. Trató de hacerlo en su parroquia pero se encontró con que los sacerdotes no aceptaban dar clases en primaria y a los padres de familia si eran pobres, no les interesaba que sus hijos estudiaran, y los maestros que encontraba no tenían vocación para ello. Total: fracasó totalmente en su intento. El mismo lo reconoció humildemente. El terreno todavía no estaba abonado para tan grande cosecha. Solamente cuando La Salle un siglo después se dedique a preparar maestros totalmente entusiasmados por la educación, logrará llenar la nación de casas de educación.
Habiendo fracasado en cuanto a escuelas para los niños, nuestro santo se propuso hacer una fundación para las niñas. Pero amaestrado por la amarga experiencia anterior, se propuso preparar antes muy bien a las profesoras. Reunió cuatro muchachas (dirigidas por la beata Alicia, que fue la cofundadora de su comunidad) y empezó a darles a cada día una hora de clase de pedagogía y de técnicas para enseñar a la juventud. Luego las fue enviando a dar clases a grupos de jovencitas, y pronto ya pudo fundar con ellas la Comunidad de Hermanas de San Agustín, que fue aprobada en 1616 por el Sumo Pontífice. Los expertos en Roma decían que el Padre Pedro había obtenido en seis meses una aprobación que otras comunidades sólo habían conseguido en treinta años. Pero es que se hizo apoyar por unos padres jesuitas muy importantes y por varios padres franceses muy estimados en el Vaticano, y además su congregación había dado muestras del gran bien que se consigue educando a la juventud.
El Padre Pedro puso en práctica varios métodos educativos que después otros famosos educadores católicos popularizarán por todas partes. Lo primero: hacer que la educación fuera práctica. Que no se redujera sólo a aprender cuestiones teóricas, sino que enseñara a la juventud muchas cosas que en la vida práctica de cada día iban a ser necesarias. Y así le dio gran importancia a la contabilidad, tanto que sus colegios eran verdaderamente unos secretariados comerciales, donde las jóvenes se familiarizaban con todo lo que les iba a servir para ser después unas eficientes secretarias y unas hábiles contadoras. También se les enseñaban artes prácticas como bordado, pastelería, dibujo artístico, etc.
Otro de sus métodos nuevos, fue el de enseñar por medio de la declamación. Como lo hará más tarde San Juan Bosco, a San Pedro Fourier se le ocurrió preparar dramas, sainetes, comedias, diálogos y recitales, donde mientras se hacía reír y se emocionaba a los oyentes, se iban enseñando verdades de la religión y de otras ciencias. Los domingos por la tarde daban sus alumnas representaciones muy amenas e instructivas para el pueblo, con notable asistencia. Era un modo de valerse del teatro para enseñar y hacer progresar. Y el mismo tener que declamar en público les daba a las jóvenes mayor facilidad para expresarse en reuniones de sociedad, y obtenían más habilidad para ser buenas maestras.
Su parroquia estaba infestada de calvinistas y evangélicos, lo cual era un serio peligro para los católicos. Lo primero que se propuso nuestro santo fue instruir a sus feligreses acerca de los 10 errores o herejías que enseñan los protestantes, para que no se dejaran engañar por ellos. Luego fue insistiendo en que el católico por pertenecer a la mejor religión del mundo debe tener un comportamiento mejor que el de los demás. Y a los protestantes les recordaba cuán bueno y provechoso es pertenecer a la Santa Iglesia Católica. Y los feligreses de su parroquia comentaban: “el Padre Pedro ha logrado más en cuanto a los protestantes en varios meses, que lo que habían logrado los otros sacerdotes en 30 años”.
En 1622 nuestro santo fue nombrado superior de su comunidad de Canónigos de San Agustín, y al posesionarse de su alto cargo dijo: “Así como Jesucristo se entrega a nosotros en la Sagrada Comunión, sin esperar pago alguno, y buscando solamente el bien de los que la reciben, así me dedicaré desde este día a todos los que pertenecen a nuestra comunidad, no para obtener algún honor, o ventaja alguna, sino pensando solamente en la salvación de las almas”. Programa verdaderamente digno de ser imitado, por todos los superiores en todas partes.
En su nuevo cargo se dedicó con todas sus fuerzas a mejorar el comportamiento de los socios de su comunidad, la cual había caído en bastante descuido en cuanto al cumplimiento de los reglamentos. Al principio encontró bastante resistencia, pero poco a poco fue logrando que los canónigos de San Agustín empezaran a ser verdaderamente fervorosos.
En 1636 el gobierno de Francia quiso exigirle que hiciera un juramento que iba contra su conciencia. En vez de jurar prefirió salir desterrado. Los últimos cuatro años de su vida los pasó en el destierro, enseñando en una escuela gratuita que él mismo había fundado allá.
Dios lo llamó a Sí el 9 de diciembre de 1640. El Sumo Pontífice lo declaró santo en 1897. El santuario donde están sus restos es visitado por numerosas peregrinaciones y su comunidad logró extenderse por varios países.

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