El
evangelista habla de una boda en Caná de Galilea, una pequeña aldea de montaña,
a quince kilómetros de Nazaret. Sin embargo, la escena tiene un carácter
claramente simbólico. Ni la esposa ni el esposo tienen rostro: no hablan ni
actúan. El único importante es un «invitado» que se llama Jesús.
Las
bodas eran en Galilea la fiesta más esperada y querida entre la gente de campo.
Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y
bebiendo con ellos, bailando danzas de boda y cantando canciones de amor. De
pronto, la madre de Jesús le hace notar algo terrible: «no les queda vino».
¿Cómo van a seguir cantando y bailando?
El
vino es indispensable en una boda. Para aquella gente, el vino era, además, el
símbolo más expresivo del amor y la alegría. Lo decía la tradición: «El vino
alegra el corazón». Lo cantaba la novia a su amado en un precioso canto de
amor: «Tus amores son mejores que el vino». ¿Qué puede ser una boda sin alegría
y sin amor?, ¿qué se puede celebrar con el corazón triste y vacío de amor?
En
el patio de la casa hay «seis tinajas de piedra». Son enormes. Están «colocadas
allí», de manera fija. En ellas se guarda el «agua» para las purificaciones.
Representan la piedad religiosa de aquellos campesinos que tratan de vivir
«puros» ante Dios. Jesús transforma el agua en vino. Su intervención va a
introducir amor y alegría en aquella religión. Esta es su primera aportación.
¿Cómo
podemos pretender seguir a Jesús sin cuidar más entre nosotros la alegría y el
amor?, ¿qué puede haber más importante que esto en la Iglesia y en el mundo?,
¿hasta cuándo podremos conservar en «tinajas de piedra» una fe triste y
aburrida?, ¿para qué sirven todos nuestros esfuerzos, si no somos capaces de
introducir amor en nuestra religión? Nada puede ser más triste que decir de una
comunidad cristiana: «No les queda vino». JAP
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