Sabiduría 8
Capítulo 8: Sabiduría 8
8 1 Ella despliega su fuerza de un extremo hasta el otro, y todo lo administra de la mejor manera.
El amor de Salomón por la Sabiduría
2 Yo la amé y la busqué desde mi juventud, traté de tomarla por esposa y me enamoré de su hermosura.
3 Su intimidad con Dios hace resaltar la nobleza de su origen, porque la amó el Señor de todas las cosas.
4 Está iniciada en la ciencia de Dios y es ella la que elige sus obras.
5 Si la riqueza es un bien deseable en la vida, ¿qué cosa es más rica que la Sabiduría que todo lo hace?
6 Si la prudencia es la que obra, ¿quién más que ella es artífice de todo lo que existe?
7 ¿Amas la justicia? El fruto de sus esfuerzos son las virtudes, porque ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza, y nada es más útil que esto para los hombres en la vida.
8 ¿Deseas, además, tener mucha experiencia? Ella conoce el pasado y puede prever el porvenir, interpreta las máximas y descifra los enigmas, conoce de antemano las señales y los prodigios, la sucesión de las épocas y de los tiempos.
La Sabiduría, indispensable para los soberanos
9 Yo decidí tomarla por compañera de mi vida, sabiendo que ella sería mi consejera para el bien y mi aliento en las preocupaciones y la tristeza.
10 Gracias a ella, alcanzaré gloria entre la gente, y aun siendo joven, seré honrado por los ancianos.
11 Me encontrarán perspicaz en el ejercicio de la justicia, y seré admirado en presencia de los grandes.
12 Si me callo, estarán a la expectativa, si hablo, me prestarán atención, si mi discurso se prolonga, permanecerán en silencio.
13 Gracias a ella, alcanzaré la inmortalidad y dejaré a la posteridad un recuerdo eterno;
14 gobernaré a los pueblos, y las naciones me estarán sometidas;
15 terribles tiranos quedarán aterrados al oír hablar de mí; me mostraré bondadoso con mi pueblo y valiente en la guerra.
16 Al volver a mi casa, descansaré junto a ella, porque su compañía no causa amargura, ni dolor su intimidad, sino sólo placer y alegría.
La Sabiduría, don de Dios
17 Al reflexionar sobre estas cosas, y considerando en mi corazón que en la familiaridad con la Sabiduría está la inmortalidad,
18 en su amistad, un gozo honesto, en los trabajos de sus manos, inagotables riquezas, en su trato asiduo, la prudencia, y en la comunicación con ella, la celebridad, yo iba por todas partes, tratando de poseerla.
19 Yo era un muchacho naturalmente bueno y había recibido un alma bondadosa,
20 o más bien, siendo bueno, vine a un cuerpo sin mancha;
21 pero comprendiendo que no podía obtener la Sabiduría si Dios no me la concedía, –y ya era un signo de prudencia saber de quién viene esta gracia–me dirigí al Señor y le supliqué, diciéndole de todo corazón:
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