viernes, 18 de abril de 2014

Primera Epístola de Juan

Primera Epístola de Juan

La PRIMERA CARTA DE SAN JUAN está dirigida a varias comunidades de Asia Menor, donde a fines del siglo I este Apóstol gozaba de una gran autoridad. Por el tono polémico de ciertos pasajes de la Carta, se puede concluir que dichas comunidades atravesaban por una grave crisis. Algunos «falsos profetas» (4:1) comprometían con su enseñanza la pureza de la fe (2:22), y su comportamiento moral no era menos reprobable. Pretendiendo estar libres de pecado (1:8) no se preocupaban de observar los mandamientos, en particular, el del amor al prójimo (2:4-9).
Para combatir estos errores, Juan muestra quiénes son los que poseen realmente la filiación divina y están en comunión con Dios. Con este fin, propone una serie de signos que manifiestan visiblemente la presencia de la Vida divina en los verdaderos creyentes. Entre esos signos, en el orden doctrinal, se destaca el reconocimiento de Jesús como el Mesías «manifestado en la carne» (4:2) y en el orden moral, sobresale la práctica del amor fraterno, el cual es objeto en esta Carta de un desarrollo particularmente amplio. Para Juan, el auténtico creyente es «el que ama a su hermano»: sólo él «permanece en la luz» (2:10), «ha nacido de Dios y conoce a Dios» (4. 7). El que no ama, en cambio, está radicalmente incapacitado para conocer a Dios, «porque Dios es amor» (4:8).

PRÓLOGO

Lo mismo que en el Prólogo de su Evangelio, Juan comienza su primera Carta presentando a Jesús como la «Palabra de Vida» (1:1, que existía desde el principio en Dios y se hizo visible a los hombres. Cristo es, en efecto, la máxima y definitiva expresión de Dios. Él posee la plenitud de la Vida divina y nos hace partícipes de ella, para que entremos en comunión con él y con su Padre (1:3). Como en el cuarto Evangelio (Juan 19:35; 21:24), también aquí Juan insiste en su condición de testigo ocular del Señor (1:2).

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