Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
martes, 31 de marzo de 2015
II Samuel 2
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Ubicación: La Pampa, Argentina
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Vocación y familia
Vocación y familia (01-04-15)
Para muchos es un momento realmente difícil. El hijo, la hija, sabe que ha sido llamado por Dios. Ha sentido algo en su corazón, ha reflexionado, ha hablado con un sacerdote para pedir luz y consejo. Por fin, llega a esta sencilla conclusión: “Dios me quiere para sí, Dios me llama a servirle con una donación de toda vida en la Iglesia”.
Llegar a esta conclusión no basta: llega la hora de la generosidad. Cada uno es libre de acoger o de rechazar la llamada. La lucha interior puede ser más o menos dura, pero cuando se rompe el miedo y uno se deja guiar por el amor, la decisión llega casi como un fruto maduro. “Sí: te seguiré, Señor”.
¿Y la familia? Hay que hablar con los padres, con los abuelos, con los hermanos. Existen, gracias a Dios, familias que apoyan en seguida (aunque es normal que cueste, que duela la idea de separarse de un ser querido) la vocación de los hijos. Pero otras familias sufren inmensamente. Casi ven como tragedia el que Dios ofrezca el tesoro de la vocación sacerdotal o religiosa a uno de los hijos.
Entonces, ¿cómo hablar con ellos? ¿Cómo “convencerles” de que la llamada no es una desgracia, sino un tesoro para todos? Cada hijo, cada hija, necesita pedir ayuda a Dios, rezar para encontrar las palabras justas, para ver la mejor manera de dar la noticia a sus padres.
Podríamos recordar aquí la estrategia que siguió Paula di Rosa (ahora la conocemos como santa María Crucificada di Rosa). Había nacido en Brescia, Italia, en 1813. Dios le inspiró trabajar con los enfermos de peste, y fundar, para ello, una congregación religiosa. La verdad, no resultaba nada fácil explicar esto a su padre, que la quería muchísimo.
¿Qué hizo? Le escribió una carta en la que le decía que quería casarse con un novio fabuloso. Quizá a algunos, añade, sorprenderá este noviazgo. Además, es un novio que no ha sido buscado por Paula, pues ha sido el mismo novio el que la ha perseguido insistentemente. ¿Quién es? ¿Cómo se llama? Al final de la carta se desvela el nombre de este personaje excepcional:
“Él es Jesús de Nazaret, ante el cual deseo que me tengáis en decoro como habéis hecho ya y como haríais de todas formas al confiarle a vuestra queridísima Paulita”.
Jesús, el novio perfecto, se convierte entonces en el mejor “yerno” de una familia. En otras palabras, si Dios llama al hijo a la vida consagrada, también llama a los padres a participar en la misión magnífica de acompañar y sostener esa vocación, de ser más íntimos del “novio”. Su amor de esposos y padres madurará de un modo nuevo al ver que ese hijo, que esa hija, van a empezar a ser servidores en la Iglesia, van a vivir totalmente dedicados a la misión, que arranca de Cristo, de llevar el Amor de Dios a los hombres.
En cierto sentido, se puede decir que Dios quiere que los padres participen en la vocación de su hijo. O, mejor, que les pide un nuevo paso en su vida bautismal: el de acompañar en su “sí” al hijo que ha sido escogido para una mayor entrega a Cristo en la Iglesia.
A los padres se les puede decir lo que dijo el Papa Benedicto XVI a los jóvenes el día 24 de abril de 2005 (cuando iniciaba su pontificado): “Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.
No tener miedo: apoyar la vocación de un hijo, de una hija, es una gracia, es un gesto de generosidad, es un acto de fe profunda. Es, sobre todo, ganar. Ganar porque el hijo sigue un camino maravilloso, y porque los padres lo tendrán más cerca de su corazón con las oraciones y con una vida entregada al servicio de la Iglesia y de la humanidad. ¿Hay algo más hermoso que puedan desear unos padres para ese hijo tan amado? FP
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Evangelio del Miércoles 01 de Abril
Día Litúrgico: Miércoles Santo
Texto del Evangelio (Mt 26,14-25): En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho».
Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
«Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará»
Hoy, el Evangelio nos propone —por lo menos— tres consideraciones. La primera es que, cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros.
La segunda consideración se refiere a la misteriosa elección del sitio donde Jesús quiere consumir su cena pascual. «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18). El dueño de la casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. El Señor le habría hablado en lo íntimo —como a menudo nos habla—, a través de mil incentivos para que le abriera la puerta. Su fantasía y su omnipotencia, soportes del amor infinito con el cual nos ama, no conocen fronteras y se expresan de maneras siempre aptas a cada situación personal. Cuando oigamos la llamada hemos de “rendirnos”, dejando aparte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero libertador”. Es como si alguien se hubiese presentado a la puerta de la cárcel y nos invita a seguirlo, como hizo el Ángel con Pedro diciéndole: «Rápido, levántate y sígueme» (Hch 12,7).
El tercer motivo de meditación nos lo ofrece el traidor que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse irremediablemente de Él.
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31 de Marzo - Benjamín
Benjamín, Santo
Diacono y Mártir, 31 de Marzo
Martirologio Romano: En el lugar de Argol, en Persia, san Benjamín, diácono, que al predicar insistentemente la palabra de Dios, consumó su martirio con cañas agudas entre sus uñas, en tiempo del rey Vararane V (c. 420).
Etimológicamente: Benjamín = Aquel que es el último nacido o Hijo de dicha, es de origen hebreo.
Breve Biografía
El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal entendido incendió el Pireo o templo del fuego, principal objeto del culto de los persas.
El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició una persecución general que duró 40 años.
Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año.
Benjamín era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia. Incluso había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra. Los meses que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y escribir.
En estas circunstancias llegó a la ciudad un embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el rey Yezdigerd: "Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio del templo y no tienes que lamentarte de nada".
¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador. Sin embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz verdadera.
De no ser así –decía – yo mismo sufriré el castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los talentos que él les ha dado. Esta vez no quiso intervenir el embajador.
Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó que le dieran castigos hasta la muerte, siendo luego decapitado. Murió alrededor del año 420.
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lunes, 30 de marzo de 2015
II Samuel 1
II Samuel 1: Capítulo 1
Reacción de David ante la muerte de Saúl
1 Después de la muerte de Saúl, David volvió de derrotar a los amalecitas y permaneció dos días en Siquelag.
2 Al tercer día, llegó un hombre del campamento de Saúl, con la ropa hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. Cuando se presentó ante David, cayó con el rostro en tierra y se postró.
3 «¿De dónde vienes?», le preguntó David. Él le respondió: «Me he escapado del campamento de Israel».
4 David añadió: «¿Qué ha sucedido? Cuéntame todo». Entonces él dijo: «La tropa huyó del campo de batalla y muchos del pueblo cayeron en el combate; también murieron Saúl y su hijo Jonatán».
5 David dijo al joven que le traía la noticia: «¿Cómo sabes que murieron Saúl y su hijo Jonatán?».
6 El joven respondió: «Yo estaba por casualidad en el monte Gelboé, y de pronto vi a Saúl apoyado en su lanza, mientras los carros y los caballos lo perseguían de cerca.
7 Al darse vuelta, me vio y me llamó. «Aquí estoy», le dije.
8 El me preguntó: «¿Quién eres?». Yo le respondí: «Soy un amalecita».
9 Luego me dijo: «Acércate a mí y mátame, porque siento el estertor de la muerte, aunque todavía estoy con vida».
10 Yo me abalancé sobre él y lo maté, porque sabía que no podría sobrevivir a su derrota. En seguida le quité la diadema que tenía en la cabeza y el brazalete que llevaba en el brazo, y aquí se los traigo a mi señor».
11 Entonces David rasgó sus vestiduras, y lo mismo hicieron todos los hombres que estaban con él.
12 Se lamentaron, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl, por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, porque habían caído al filo de la espada.
13 David preguntó al joven que le había traído la noticia: «¿De dónde eres?». El respondió: «Soy el hijo de un forastero amalecita».
14 David le dijo: «¿Y cómo te has atrevido a extender tu mano para matar al ungido del Señor?».
15 Luego llamó a uno de los jóvenes y le ordenó: «¡Acércate y mátalo!». El joven le asestó un golpe mortal,
16 mientras David decía: «Que tu sangre recaiga sobre tu cabeza, ya que tu misma boca atestiguó contra ti, cuando dijiste: «Yo he dado muerte al ungido del Señor».
Lamentación de David por la muerte de Saúl y Jonatán
17 David entonó este canto fúnebre por Saúl y su hijo Jonatán,
18 y le ordenó enseñarlo a la gente de Judá. Es el canto del Arco, y está escrito en el libro del Justo:
19 «¡Tu esplendor ha sucumbido, Israel, en las alturas de tus montañas! ¡Cómo han caído los héroes!
20 ¡No lo anuncien en Gat, no lo publiquen por las calles de Ascalón; que no se alegren las hijas de los filisteos, ni lo celebren las hijas de los incircuncisos!
21 ¡Montañas de Gelboé, que no caiga sobre ustedes rocío ni lluvia, ni se cubran de campos fructíferos! Porque allí fue mancillado el escudo de los héroes, el escudo de Saúl, ungido no con aceite, sino con sangre de heridos y grasas de guerreros.
22 ¡El arco de Jonatán no retrocedió jamás, nunca fallaba la espada de Saúl!
23 ¡Saúl y Jonatán, amigos tan queridos, inseparables en la vida y en la muerte! Eran más veloces que águilas, más fuertes que leones.
24 Hijas de Israel, lloren por Saúl, el que las vestía de púrpura y de joyas y les prendía alhajas de oro en los vestidos.
25 ¡Cómo han caído los héroes en medio del combate! ¡Han sucumbido Jonatán en lo alto de tus montañas!
26 ¡Cuánto dolor siento por ti, Jonatán, hermano mío muy querido! Tu amistad era para mí más maravillosa que el amor de las mujeres.
27 ¡Cómo han caído los héroes, cómo han perecido las armas del combate!».
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Dilucidar la verdad histórica
Dilucidar la verdad histórica (31-03-15)
La Iglesia es una sociedad viva que atraviesa los siglos, y a través de ese caminar por la historia, no puede evitar que el grano bueno esté mezclado con la cizaña, que la santidad se establezca junto a la infidelidad y el pecado.
Clarificar la verdad hará que la luz destaque más sobre las sombras, porque, junto a sus fallos, destacarán sus grandes méritos. No puede olvidarse que es la Iglesia quien inició los hospitales, los hospicios, las escuelas, las universidades; que millones de cristianos, en todo el mundo, se han dedicado a una tarea misionera que era también una tarea de asistencia, de caridad, muchas veces heroica hasta el martirio. Hay que evitar tanto una apologética que pretenda justificarlo todo, como una culpabilización indebida, propia de cristianos acomplejados.
La Iglesia no tiene miedo a la verdad que emerge de la historia. Está dispuesta a reconocer equivocaciones allí donde se hayan verificado. Pero desconfía de los juicios generalizados de absolución o de condena respecto a las diversas épocas históricas. Confía en la investigación paciente y honesta sobre el pasado, libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico.
Su petición de perdón no es ostentación de humildad ficticia, ni retractación de su historia, ciertamente rica en méritos en el terreno de la caridad, de la cultura, de la santidad. Responde más bien a una irrenunciable exigencia de verdad, que, junto a los aspectos positivos, reconoce los límites y las debilidades humanas de las sucesivas generaciones de cristianos.
El hecho de que algunas veces a lo largo de la historia la verdad se haya alzado con aires o con hechos de intolerancia, e incluso que en su error haya llegado a llevar hombres a la hoguera, no es culpa de la verdad, sino de quienes no supieron entenderla. Todo, hasta lo más grande, puede degradarse. Es cierto que el amor puede hacer que un insensato cometa un crimen, pero no por eso hay que abominar del amor, ni de la verdad, que nunca dejarán de ser las raíces que sostienen la vida humana. AA
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Evangelio del Martes 31 de Marzo
Día Litúrgico: Martes Santo
Texto del Evangelio (Jn 13,21-33.36-38): En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.
Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».
Comentario: Abbé Jean GOTTIGNY (Bruxelles, Bélgica)
«Era de noche»
Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para gravitar alrededor de las cosas creadas, sin referirlas a su Creador. San Agustín describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una traición, en suma. Una prevaricación fruto de «la arrogancia con la que queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Jn 13,21).
Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero ella supone un “cambio” por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para cambiar a Dios. Según denunció el padre jesuita Bourdaloue, «querríamos convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La Semana Santa es la ocasión propicia. En la Cruz, Cristo tiende sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41).
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30 de Marzo - Amadeo IX de Saboya
Amadeo IX de Saboya, Beato
Laico, 30 de Marzo
Martirologio Romano: En Vercelli, en el Piamonte, beato Amadeo IX, duque de Saboya, que en el gobierno que se le había confiado fomentó de todas formas la paz y, con su ayuda y celo, sostuvo las causas de los pobres, viudas y huérfanos (1472).
Etimológicamente: Amadeo = Aquel que ama a Dios, es de origen latino.
Fecha de beatificación: 3 de marzo de 1677 por el Papa Inocencio XI.
Fue el noveno de este nombre y el tercer Duque de aquel Estado, entre los de la familia Saboya (1435-1472). Reinó solamente siete años (1465-1472). Obtuvo el título de Beato dos siglos más tarde, bajo el Pontificado del Beato Inocencio XI. Fiesta litúrgica: 31 de marzo.
“Mucho os recomiendo a los pobres, derramad sobre ellos liberalmente vuestras limosnas, y el Señor derramará abundantemente sobre vosotros sus bendiciones. Haced justicia a todos sin acepción de personas; aplicad todos vuestros esfuerzos para que florezca la Religión y para que Dios sea servido”.
Éste fuel el testamento que el Beato Amadeo dio de palabra a su esposa, momentos antes de morir; que había servido de consigna a toda su vida de cristiano y político.
Es muy recomendable, amigo lector, que nos detengamos un poco en contemplar la riqueza de Dios, que ha escogido santos en todas las épocas de la Historia, y en cada uno de los diversos estamentos sociales, de todas las edades, con las más variadas inclinaciones naturales y carismas sobrenaturales. Amadeo supo conocer y amar, y descubrir a Cristo en los hermanos. Esto desde el trono, de donde apareció con más claridad ante sus súbditos su acrisolada virtud cristiana: sobre todo, sus obras de misericordia y deseo de regir justamente a la nación. Nació y se educó en la región alpina que se extiende, desde la Francia Oriental, en las grandes cordilleras suizas. Cerca tenía el pacífico lago de Ginebra. No muy lejos aparecían las nieves perpetuas del San Bernardo y Monte Blanco. Ello comunicaba gran paz a su interior y a los espíritus de todos los habitantes del Ducado de Saboya; sencillos, religiosos, apegados a sus tradiciones, algo toscos.
La tradición familiar, profundamente religiosa, le llevó por los senderos del bien, de modo espontáneo. En una corte del Medievo, pacífica y hogareña, uno puede conservarse sereno y virtuoso, trabajar por el gran ideal. Así las obras de Amadeo fueron conquistando admiradores y seguidores.
Muy joven, contrajo matrimonio con Violante de Valois, hija del rey de Francia. Fue una unión feliz, pues los dos procuraban hacerse suyas las necesidades y gustos del cónyuge para ponerles remedio: hicieron del amor el lema de sus relaciones con Dios y mutuas.
Fecundo matrimonio, tuvieron nueve hijos a los que, sobre las riquezas, supieron darles educación religiosa esmerada. Una de sus hijas subió a los altares con el nombre de Beata Luisa de Saboya.
Dios puso a prueba su virtud, para hacerla más firme y mayor. Tuvo un reinado molestado por luchas frecuentes con señores feudales colindantes; hasta por pretendientes al trono, entre los suyos. Su mansedumbre y misericordia fueron su gran defensa.
También, a menudo, era atacado por la epilepsia, que consideraba como un freno providencial de las pasiones y necesaria mirra entre las dulzuras de la vida. Por esto es invocado contra esta enfermedad.
Su vida entera queda resumida en una anécdota que vamos a citar y que ha sido conservada por la tradición. Se trata de un diálogo que sostuvo con el embajador de un príncipe extranjero cuando éste le preguntaba qué diversiones tenía, si le gustaba la caza como entretenimiento, y cómo solía solazarse.
Tengo otros entretenimientos, en los que me ocupo con mayor placer; deseo que vea el señor embajador con sus propios ojos el objeto de mis diversiones.
Seguidamente el príncipe abrió el balcón de la sala, mostrándole un gran patio, en el cual había un incesante desfile de numerosos criados, atendiendo y dando de comer a más de quinientos pobres.
Ved ahí, señor embajador, mis distracciones, con las que intento conseguir el reino de los Cielos.
El embajador se decidió a censurar diplomáticamente la conducta del bondadoso Duque, y le dijo:
Muchas gentes se echan a mendigar por pereza y holgazanería.
A lo que respondió el caritativo príncipe:
No permita el Cielo que yo entre a investigar con demasiada curiosidad la condición de los pobres que acuden a mis puertas; porque si el Señor mirase de igual manera nuestras acciones, nos hallaría con mucha frecuencia faltos de rectitud.
Replicó el embajador:
Si todos los príncipes fuesen de semejante parecer, sus súbditos buscarían más la pobreza que la riqueza.
A lo que contestó el Beato Amadeo de Saboya:
¡Felices los Estados en los que el apego a las riquezas se viera por siempre desterrado! ¿Qué produce el amor desordenado de los bienes materiales, sino orgullo, insolencia, injusticia y robos? Por el contrario, la pobreza tiene un cortejo formado por las más bellas virtudes.
Añadió el embajador:
En verdad que vuestra ciencia, en relación con los restantes príncipes de este mundo, es totalmente distinta; porque en todas partes es mejor ser rico que pobre, pero en vuestros Estados los pobres son los preferidos.
Y contestó el Duque:
Así lo he aprendido de Jesucristo. Mis soldados me defienden de los hombres; pero los pobres me defienden ante Dios.
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