La
alegría genuina se caracteriza por tres rasgos: proviene del interior, ilumina,
y es sencilla. En el interior del ser humano es donde se enfrenta la vida y se
eligen las actitudes. Una vida llena de sentido es la que contesta cada mañana
a la pregunta ¿Vale la pena el día de hoy?, con un SI entusiasta, porque
responde pensando en alguien. El sentido de la vida se descubre cuando se ve el
rostro feliz de aquel a quien se ama.
Por
ello la alegría proviene del interior, de la decisión personal de donarse a
alguien. Y todos los que alguna vez han hecho la prueba, tienen que aceptar que
el resultado es positivo. Hay más alegría en dar que en recibir. Hace seis años
tuve la ocasión de conocer a una adolescente de 14 años a quien detectaron
leucemia. En una carta que me escribía desde Estados Unidos donde fue
internada, decía: El hospital es un lugar muy bonito, todas las paredes son
blancas. Todo está muy limpio y es moderno. La habitación es preciosa, llena de
luz y desde la cama veo las nubes. Las enfermeras son todas buenas y amables
conmigo. He tenido mucha suerte con los médicos porque me la paso muy bien con ellos.
En la planta donde estoy hay muchos niños, y a veces podemos hablar, y eso es
muy entretenido. El resto del tono de la carta era semejante, pero... ¿desde
cuándo un hospital es un lugar muy bonito? ¿Cómo es posible que le hiciera
ilusión solamente ver pasar las nubes? ¿Por qué todo el mundo era maravilloso
para ella?
Volví
a leer, unos años más tarde, aquellas líneas, cuando Alejandra, que así se
llamaba, ya había fallecido, y aprendí entonces que quien era maravillosa era
ella porque, aunque murió pronto, aprendí la lección fundamental de la vida:
vivió hacia fuera, olvidada de sí, e irradió por donde pasara la alegría que la
envolvía. La tristeza, el negativismo y el egoísmo crean ambientes oscuros. La
alegría agranda el espacio e invita a aventurarse en la esperanza. La alegría,
como la luz, no hace ruido pero en su silencio transforma la realidad.
Por
último, la alegría viene siempre de la mano de la sencillez. Nada de montajes
artificiales, de simular posturas para aparecer más de lo que uno es, ni de
complicar las situaciones con novedades excéntricas. El espíritu alegre lo es
porque se conoce tal cual es, se acepta y no se compara con los demás.
Su
felicidad no proviene del tener más o menos, sino de una decisión de querer
ser, y valorarse a sí mismo por las decisiones que puede tomar, como la de amar
mas y amar mejor. Quien vive desde la perspectiva del amor descubre que la vida
es muy sencilla.
El
anhelo por alcanzar la alegría sigue escrito en el corazón del hombre con
signos indelebles, pero se nos invita a buscarla donde el corazón no la puede
encontrar: en el ambiente exterior, en la acumulación de objetos materiales. AR
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