Las
lealtades de un hombre configuran el mosaico que muestra la clase de persona
que cada uno ha escogido ser en la vida. Tus lealtades configuran en cierto
sentido tu personalidad.
Lealtad
indica la cualidad interior de rectitud y franqueza, de fidelidad y constancia
a la palabra dada, a las personas e instituciones y también al propio honor
personal. La lealtad es muy diferente del servilismo en el que con frecuencia
caen los hombres cuando esperan o buscan conseguir algo que los ha cegado. La
lealtad obra en un nivel más alto. Es como el coraje que se manifiesta con mayor
claridad cuando se trabaja bajo presión. La lealtad sobrevive a las
dificultades, sean externas o internas, a los contratiempos, resiste la
tentación y no se acobarda ante los ataques. La lealtad vivida por un hombre
engendra la confianza y conserva la amistad.
Incluye
algunos elementos constitutivos como la necesaria adhesión de la persona humana
a otro, particularmente a la religión, a la patria, a los jefes, a los grupos,
a los movimientos en cuanto éstos representan un conjunto de valores dentro de
la historia. Por tanto, la lealtad como superación del individualismo, y que
engendra ineludiblemente un vínculo interior correspondiente a los lazos
externos. Otro rasgo constitutivo es su triunfo sobre el tiempo, la lealtad no
es pasajera: perenniza amistades e instituciones, a pesar y gracias a las
tribulaciones y crisis por las que puedan pasar. Estas crisis y dificultades
son la autentificación de la lealtad.
Sin
embargo, esta virtud no garantiza siempre una acción correcta que requiere algo
más que buenas intenciones. Esto lo demuestra una especie de enloquecimiento de
la lealtad que se dio en los regímenes de inspiración nazi en el siglo pasado,
fundada en una fidelidad incondicional al jefe, a veces confirmada por un
juramento. La acción correcta requiere además la sabiduría para discernir lo
correcto y la voluntad para realizarlo. La lealtad no implica tampoco de por sí
simpatía con aquellos a quienes somos leales, ni de ellos a nosotros. La
lealtad es muy diferente de la amistad, aunque a menudo van de la mano.
Podemos
descubrir dos niveles: lealtad como vínculo interpersonal y como compromiso
social. En el primer caso es una adhesión de naturaleza espiritual que une a
dos personas en un tipo de promesa de fidelidad más o menos implícita. Un
ejemplo muy concreto es el de David que permanece leal al rey Saúl, el ungido
del Señor, aún cuando éste intenta matarlo. En dos ocasiones, nos narra la
Biblia, David tiene la oportunidad de acabar con la vida de Saúl pero se
abstiene de hacerlo por lealtad. La ruptura de este vínculo personal constituye
una traición o desprecio a la palabra dada de manera recíproca. La deslealtad
ha sido siempre considerada como un envilecimiento de la persona en todas las
culturas. Como botón de muestra basta pensar en la traición de Judas que
resulta incomprensible o en la negación de Pedro que nos confunde y en la que
tantas veces nos vemos identificados.
En
el segundo caso se trata de una lealtad en el campo social que establece un
vínculo interior, una adhesión propiamente humana, es decir, consciente,
constructiva, y permanente a la sociedad, a los regímenes, a las instituciones
y a los guías que los gobiernan. Es el caso del juramento de lealtad que presta
el presidente a la constitución o los ciudadanos a la bandera. Es, aunque en
otro plano superior, la Alianza entre Dios y el pueblo de Israel en el Antiguo
Testamento: Dios en el Sinaí comprometiéndose da su palabra e igualmente el
pueblo de la Alianza se empeña en guardar lealmente el pacto con el Señor: «Yo
seré tu Dios y tú serás mi pueblo».
Nuestras
lealtades van evolucionando con nuestra vida en la medida que vamos
descubriendo en ellas la verdad. Y puede llegar el momento de encontrarnos con
lealtades aparentemente conflictivas que pueden imponernos decisiones
desagradables. Conviene clarificar la diferencia entre una decisión
desagradable y una decisión difícil, porque a menudo se confunden decisiones
fáciles pero desagradables llamándolas difíciles. Para los mártires de la
guerra cristera en México la decisión era fácil: «Viva Cristo Rey», pero no por
ello dejaba de ser desagradable.
Se
necesita muchas veces una inteligencia perspicaz para resolver las dificultades
que las lealtades conflictivas nos presentan. Cristo lo hizo con su memorable
frase: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt. 22,21). La mayoría de los casos no
son tan excepcionales. Son raras las veces en que no podemos ser leales a Dios
y a la patria al mismo tiempo.
Grande
y bella es el alma de aquel que ha sabido conservarse leal a sus valores toda
una vida y más bella es aún el alma de aquellos que han recibido el sello que
autentifica su lealtad: el sufrimiento y no se han echado atrás, como Penélope
que supo esperar y conservarse leal en medio de las dificultades. Las personas
más leales en este sentido son los mártires. MAA
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