¡Cuánto hemos
de cuidar esta virtud! Es aquello que nos debe caracterizar, estemos donde
estemos. ¿En qué consiste la benedicencia? Es una palabra prácticamente
desconocida en el mundo en que vivimos; ni siquiera aparece mencionada en el
diccionario. Sin embargo, sí se encuentra la palabra maledicencia, que designa
el pecado contrario. Si la maledicencia es el vicio de hablar mal de los demás,
la benedicencia es la virtud de hablar bien del prójimo. Para nosotros, la
benedicencia es un apostolado. Vencer el mal con el bien. La benedicencia es
una forma de apostolado que todos podemos realizar, es un modo concreto de
pasar por el mundo, como Jesucristo, «haciendo el bien» (Hch 10, 38) y de edificar y servir a la Iglesia.
La maledicencia
es un vicio que ofende gravemente la caridad, porque difunde sin motivo ni
necesidad objetiva los defectos, los errores o los pecados de otras personas,
dañando de este modo su reputación. Nadie tiene derecho a herir la buena fama
de los demás. La benedicencia, por el contrario, busca únicamente difundir lo positivo
que hay en los demás.
La benedicencia
también es contraria al juicio temerario, que admite como verdadero, sin tener
motivos suficientes, un defecto moral del prójimo. Los juicios temerarios nos
llevan a la sospecha y al alejamiento del prójimo. Es la triste realidad de
quien llega a ‘encasillar’ o a catalogar a una persona, viendo más allá de sus
actos e interpretando negativamente sus intenciones. Siembra duda, guarda
silencios ante la buena fama del hermano, genera inquietud y malestar, roba la
paz. Muchas veces juzgamos al prójimo atribuyéndole nuestros propios defectos.
Sin embargo, el corazón bondadoso busca pensar bien, justificar, perdonar,
comprender. El hombre de Dios tiene presente sus propios defectos, no para
juzgar al prójimo, sino para vivir con humildad y siendo apóstoles de lo bueno.
No somos nadie para juzgar al prójimo. Sólo Dios es el juez. Y, bien sabemos,
esto produce paz en el alma. ¡Qué don tan grande es la paz! «Busca la paz,
corre tras ella» (Sal 34, 15). Pues
bien, un medio muy bueno para conseguir este regalo que Dios nos da, en la paz,
es fijarnos en todo lo bueno, tanto en pensamientos como en palabras.
Cuando por
razón de la autoridad de que alguno esté investido, se tenga responsabilidad
sobre los actos de otras personas, hemos de actuar sirviendo y buscando el
bien, siendo realistas ante el mal, pero no para juzgarlo, sino como el médico,
para sanarlo y curarlo, aunque el remedio sea doloroso. Lo único que se busca
es el bien del prójimo, como nos enseña Jesucristo en la parábola del buen
samaritano: nos inclinamos hacia el hermano herido o caído, para vendarlo con suavidad,
subirlo en la propia vida y asegurarnos de que esté bien atendido y cuidado,
sin importar lo que nos pueda costar y sin pensar en que también nosotros estamos
necesitados de ayuda.
Y en tercer
lugar, la benedicencia se opone a la calumnia, que como nos dice nuestra fe, es
un pecado gravísimo que atribuye al prójimo y divulga injustamente cosas falsas
que lesionan su buena fama. En la calumnia se suman la difamación y la mentira,
y por ello pienso que es uno de los pecados que más entristecen al corazón de
Jesucristo.
Al igual que
sucede con las demás virtudes, no se trata de vivir la benedicencia a la
defensiva, simplemente preocupándonos por no fallar, por ‘no criticar’; se
trata más bien, de cultivar una actitud interna, decididamente positiva, una
buena disposición habitual que nos impulse a ejercitar esta virtud. No podemos,
pues, conformarnos con silenciar los defectos y errores de nuestros hermanos
ante los demás. En sí, esto ya es algo muy bueno pues, como decía el apóstol
Santiago, «si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner
freno a todo su cuerpo» (St 3, 2).
Desde este punto de vista, nunca podremos sentirnos justificados para hablar
mal de nadie, de cualquier persona, pues sería lo opuesto a lo que Cristo nos
predicó con sus palabras y su vida. Pero la benedicencia va más allá, busca
difundir el buen nombre de los demás, valorando sus cualidades, señalando sus
virtudes, destacando sus aciertos, sus logros y éxitos, alabando cuanto de
bueno y virtuoso descubramos en ellos. Así, esta virtud se convierte en un
apostolado, pues se transforma en caridad constructiva.
La
benedicencia, como toda virtud, exige una conquista personal. No se da
normalmente de modo espontáneo y natural. Tiene en su origen otro hábito aún
más profundo: el pensar siempre bien de nuestro prójimo, estimarlo sinceramente
en lo más íntimo de nuestro corazón. Esto implica vigilar sobre nuestros
pensamientos, combatiendo muy principalmente los prejuicios, fuente de
frecuentes y persistentes disensiones, cultivando con esmero la bondad, la
comprensión, la afabilidad y la cortesía y, por encima de todo, siendo leales,
justos y sinceros en sentimientos y palabras unos para con otros. Cristo supo
esperar y comprender a los demás. Cristo, encontrando muchos pecadores, los
acogió con corazón bondadoso y no justiciero. No difundió los errores de los pecadores,
sino que los acogió con un corazón lleno de comprensión y bondad. ¡Qué
conversiones logró con un poco de comprensión! Rechacemos tajantemente los
sentimientos de celos, envidias, rivalidades y rencores. Que todo esto no
tengan cabida en nuestro corazón, pues, como cristianos, estamos llamados a
apoyarnos mutuamente y a ser una familia de hermanos en el amor de Cristo, que
se aprecian, se estiman y se sirven con gran solicitud. «Si sufre un miembro,
todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman
parte en su gozo», dice San Pablo (1 Cor
12, 26).
Jesucristo nos
enseña que «el hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno; y el
malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca» (Lc 6, 45). El ‘hombre viejo’ –del que
nos habla San Pablo (cf Col 3, 9)–
herido por el pecado original, tiende a fijarse más en los fallos y defectos
ajenos que en sus virtudes y aciertos. Pero los cristianos contamos con el
auxilio de la gracia de Dios, en nosotros habita su Espíritu y tenemos, pues,
las fuerzas que necesitamos para sobreponernos a esta tendencia, cultivando
siempre pensamientos buenos y positivos. AC
No hay comentarios.:
Publicar un comentario