miércoles, 16 de julio de 2014

Génesis 11

Capítulo 11: Génesis 11

La torre de Babel
11 1 Todo el mundo hablaba una misma lengua y empleaba las mismas palabras.
2 Y cuando los hombres emigraron desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí.
3 Entonces se dijeron unos a otros: "¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámoslos a cocer al fuego". Y usaron ladrillos en lugar de piedra, y el asfalto les sirvió de mezcla.
4 Después dijeron: "Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra".
5 Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo,
6 y dijo: "Si esta es la primera obra que realizan, nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible, mientras formen un solo pueblo y todos hablen la misma lengua.
7 Bajemos entonces, y una vez allí, confundamos su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros".
8 Así el Señor los dispersó de aquel lugar, diseminándolos por toda la tierra, y ellos dejaron de construir la ciudad.
9 Por eso se llamó Babel: allí, en efecto, el Señor confundió la lengua de los hombres y los dispersó por toda la tierra.

Los descendientes de Sem
10 Esta es la descendencia de Sem: Sem tenía cien años cuando fue padre de Arpaxad, dos años después del Diluvio.
11 Después que nació Arpaxad, Sem, vivió quinientos años, y tuvo hijos e hijas.
12 A los treinta y cinco años, Arpaxad fue padre de Sélaj.
13 Después que nació Sélaj, Arpaxad vivió cuatrocientos tres años, y tuvo hijos e hijas.
14 A los treinta años Sélaj fue padre de Eber.
15 Después que nació Eber, Sélaj vivió cuatrocientos tres años, y tuvo hijos e hijas.
16 A los treinta y cuatro años, Eber fue padre de Péleg.
17 Después que nació Péleg, Eber vivió cuatrocientos treinta años, y tuvo hijos e hijas.
18 A los treinta años, Péleg fue padre de Reú.
19 Después que nació Reú, Péleg vivió doscientos nueve años, y tuvo hijos e hijas.
20 A los treinta y dos años, Reú fue padre de Serug.
21 Después que nació Serug, Reú vivió doscientos siete años y tuvo hijos e hijas.
22 A los treinta años, Serug fue padre de Najor.
23 Después que nació Najor, Serug vivió doscientos años, y tuvo hijos e hijas.
24 A los veintinueve años, Najor fue padre de Téraj.
25 Después que nació Téraj, Najor vivió ciento diecinueve años, y tuvo hijos e hijas.
26 A los setenta años, Téraj fue padre de Abrám, Najor y Harán.

Los descendientes de Téraj
27 Esta es la descendencia de Téraj: Téraj fue padre de Abrám, Najor y Harán. Harán fue padre de Lot,
28 y murió en Ur de los caldeos, su país natal, mientras Téraj, su padre, aún vivía.
29 Abraham y Najor se casaron. La esposa de Abraham se llamaba Sarai, y la de Najor, Milcá. Esta era hija de Harán, el padre de Milcá y de Iscá.
30 Sarai era estéril y no tenía hijos.
31 Téraj reunió a su hijo Abrám, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Sarai, la esposa de su hijo Abrám, y salieron todos juntos de Ur de los caldeos para dirigirse a Canaán. Pero cuando llegaron a Jarán, se establecieron allí.
32 Téraj vivió doscientos años, y murió en Jarán.

LOS ORÍGENES DEL PUEBLO DE DIOS: LA ÉPOCA PATRIARCAL
En las narraciones sobre los Patriarcas se encuentran reunidos los recuerdos que conservó Israel acerca de sus antepasados más remotos. Estos relatos provienen en buena parte de la tradición oral, una tradición donde la historia se reviste de rasgos legendarios, y que antes de ser fijada por escrito se mantuvo viva en la memoria del pueblo a lo largo de los siglos. De allí la frescura y vivacidad de esas narraciones casi siempre breves y anecdóticas, más interesadas en el detalle pintoresco que en la exactitud histórica, geográfica o cronológica.
Los principales protagonistas de esta historia son, Isaac y Jacob. La tradición los presenta como jefes de clanes, que se desplazan constantemente en busca de pastos y agua para sus rebaños. Todavía no forman un pueblo ni poseen una tierra. El país de Canaán no es para ellos una posesión estable, sino el lugar donde residen como extranjeros. Pero Dios les promete una descendencia numerosa y les asegura que sus descendientes recibirán esa tierra en herencia. Sobre esta promesa divina gira toda la historia patriarcal. En virtud de esta promesa, Dios se abre un nuevo camino en ese mundo que los primeros capítulos del Génesis nos presentan ensombrecido por el pecado. Así comienza la "Historia de la salvación".
La época de los Patriarcas se inicia con la vocación de y culmina con la llegada de un pequeño grupo de israelitas a Egipto. Esto indica que la gesta patriarcal, como la promesa de que ellos son depositarios, está totalmente orientada hacia el futuro, hacia el Éxodo de Egipto. En ese momento decisivo, el Señor intervendrá para formarse un Pueblo consagrado a él, dando así cumplimiento a las promesas hechas a, Isaac y Jacob.
Es el peregrino que vive pendiente de la promesa de Dios. La Palabra del Señor irrumpió en su vida de una manera misteriosa e imprevisible, y lo puso en camino hacia un futuro totalmente nuevo. Obedeciendo a esa palabra divina, y sin otra garantía que su confianza en la fidelidad de Dios, rompió sus ataduras terrenas, sus vínculos nacionales y familiares, y partió hacia un país desconocido (Heb. 11. 8-10). Por ese acto de fe, que más de una vez se vio sometido a duras pruebas, sobre todo cuando Dios le ordenó sacrificar a su hijo Isaac, él llegó a ser el padre y el modelo de todos los creyentes (Rom. 4; Gál. 3. 7).
El Dios que se reveló a es aquel "que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen" (Rom. 4. 17). El relato bíblico lo pone bien de relieve, al indicar que el Patriarca, cuando recibió la promesa divina, era ya muy anciano y su mujer estéril. Así, el acontecimiento esperado, el nacimiento del hijo que daría continuidad a la promesa, no debe nada a la intervención de los hombres, sino que se realiza en virtud de la libre elección y del poder creador de Dios.
A partir de, el ámbito de la narración bíblica se estrecha cada vez más, hasta concentrarse exclusivamente en la historia de Israel. Pero esta limitación no implica falta de interés por las demás naciones, ya que, a través de, la bendición divina alcanzará finalmente a todas las familias de la tierra (12. 3).

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