Anunciar la Pascua
Anunciar la Pascua (12-04-15)
La Cruz. La esperanza había quedado sepultada. Los discípulos huyeron (todos menos Juan). La tumba engullía el cuerpo del Maestro, mientras unas mujeres lloraban, sin comprender el porqué de aquel misterio.
Los milagros, las parábolas, los discursos, el entusiasmo de la gente. Mil recuerdos pasaban por la mente de los primeros discípulos. ¿Había sido un sueño? ¿Vivieron una ilusión vana? ¿Un engaño, un fracaso, un sinsentido?
Al tercer día, el domingo, brilló la esperanza. Son mujeres las primeras que dan el anuncio, que transmiten la noticia. Luego, el mismo Jesús, crucificado victorioso, confirma la fe de los hermanos.
Nace la Iglesia. Quienes habían sucumbido al miedo, a la angustia, a la desesperanza, escuchan con una alegría profunda, completa, palabras de consuelo: “Paz... No tengáis miedo”.
Han pasado muchos siglos. La tumba vacía es un testigo mudo de que la muerte fue vencida. La aparente derrota del Maestro se ha convertido en bandera salvadora. Los sucesores de Pedro, de Santiago, de Juan, de Pablo, han llevado, llevan y llevarán, el mensaje hasta el último rincón de la tierra, hasta el corazón que viva angustiado, triste, lejos de la dulzura de Dios.
Obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros laicos, hombres y mujeres de todas las edades, serán anunciadores, serán testigos de Cristo resucitado.
No hemos de tener miedo. Nos lo repetía Juan Pablo II, en la carta “El rápido desarrollo” (24 de enero de 2005):
“¡No tengáis miedo de la oposición del mundo! Jesús nos ha asegurado «Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). ¡No tengáis miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! El divino Maestro ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Comunicad el mensaje de esperanza, de gracia y de amor de Cristo, manteniendo siempre viva, en este mundo que pasa, la perspectiva eterna del cielo, perspectiva que ningún medio de comunicación podrá alcanzar directamente: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1 Cor 2,9)”.
Todos podemos ser comunicadores, todos podemos dar testimonio del mensaje. Sin miedo, porque Jesús sigue aquí, a nuestro lado. Con alegría, porque el Padre nos ofrece, siempre, sin límites de tiempo, su misericordia. En la valentía que nos da el Espíritu Santo, que es Consolador, que nos defiende, que nos vivifica.
Así podremos compartir un tesoro que no es nuestro, que es para todos. Un tesoro que alguien, quizá muy cerca de mí, necesita conocer para dejar dudas y tristezas, para descubrir que el Padre nos ha amado, que nos lo ha dicho todo en Jesús, su Hijo amado.
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