Hay una gran insatisfacción en la gente porque muchos desean ser alguien en la vida, desean hacer algo grande, desean ser felices y valer para algo, pero sienten que siguen siendo mediocres, que sueñan en lo grande, pero realizan lo vulgar, lo pequeño.
Piensan que la felicidad es muy raquítica y además pasajera, y poco profunda. Sienten que no sirven para nada, y así abunda el tipo insatisfecho, harto, hastiado. Yo quiero más, mucho más, no puedo seguir igual, si mi vida va a ser como hasta hoy, ya me harté, no la quiero.
Hay gente enferma del espíritu, enferma de gravedad, gente que se cree incurable. Hay enfermedades crónicas, habituales, por las constantes recaídas en el vicio, en el pecado, en la mediocridad.
Hay gente desengañada de sí misma; han intentado tantas veces cambiar y no lo han logrado que piensan no tener remedio. Podríamos decir, “intenta otra vez, aun no lo has intentado con todas tus fuerzas”.
Cuentan de Gengis Kan, el gran conquistador de China, que después de una gran derrota, estaba en su tienda mirando con los ojos al horizonte, y por el hilo de la tienda, subía una hormiguita tratando de llegar a la cima; al no conseguirlo, caía una y otra vez al suelo, pero volvía a intentarlo y así la décima vez, logró por fin su objetivo, que era llegar a la cima de la tienda. Gengis Kan, aprendió la lección de la hormiguita, volvió a intentarlo y se hizo el conquistador de China.
Estoy desengañado de Dios. Si piensas así, es que no lo conoces. Puedes estar desengañado de los demás, de la vida, pero no de Dios. ¿Sabías tú, que la vida sonríe, a quien sonríe a la vida? Los años insatisfechos por la vaciedad de la vida, por esa mediocridad que les produce nauseas, son una insatisfacción muy aprovechable. Malo si estuvieras tranquilo. De una gran insatisfacción pueden surgir grandes cosas.
Los hay atormentados, por dudas, por remordimientos, por el egoísmo, por miedo a la vida. Los hay temerosos de enfrentarse a Dios y reconocer que han sido hipócritas, cuentistas, habladores. Tienen miedo de enfrentarse a sí mismos, de ver su vida manchada, mediocre, vacía. Ellos que se tienen en un concepto tan alto, que son admirados, tienen que reconocer que son tan miserables y pequeños.
Puede el hombre sentirse enfermo, desengañado, insatisfecho, atormentado, temeroso, pero no importa, repito, no importa si quiere cambiar. El día que un hombre desea cambiar, desea con toda su alma un cambio radical en su vida, es un gran día, y ese gran día puede llegar en cualquier momento.
Vacío, rencor, tristeza, desesperanza, son los virus que están enfermando y matando, más que el cáncer y el sida, a los jóvenes y hombres de nuestro tiempo. MdeB
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