viernes, 30 de junio de 2017

El amor verdadero sabe esperar


Angela Ellis-Jones, abogada británica de 35 años, mujer no creyente y nada sospechosa de ideas conservadoras, explicaba en un programa de debate de la BBC2 y en un artículo en el Daily Telegraph cuáles eran sus razones para permanecer virgen hasta el matrimonio.
Desde mi adolescencia sabía que había de guardarme para el matrimonio, y nunca he tenido la más mínima duda sobre mi decisión. La castidad antes del matrimonio es una cuestión de integridad. Para mí, el verdadero sentido del acto sexual consiste en ser el supremo don de amor que pueden darse mutuamente un hombre y una mujer. Cuanto más a la ligera entregue uno su propio cuerpo, tanto menos valor tendrá el sexo.
Quien de verdad ama a una persona, quiere casarse con ella. Cuando dos personas tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio no se tratan con total respeto. Una relación física sin matrimonio es necesariamente provisional: induce a pensar que aún está por llegar alguien mejor. Me valoro demasiado para permitir que un hombre me trate de esa manera.
Pienso así desde que tenía 14 años. Por aquel entonces ya había observado el destrozo que producía el sexo frívolo en las vidas de algunos compañeros de escuela. Ya entonces me resultaba evidente que cuando se separa matrimonio y sexo, se difumina la diferencia entre estar casado y no estarlo, y se devalúa el matrimonio mismo. Quiero casarme con un hombre que tenga un concepto de la mujer lo bastante elevado como para guardarse íntegro para su esposa.

Me parece un ideal atractivo, pero la gente joven desea tener relaciones sexuales cuanto antes, y pocos serán capaces de aguantar.
Me parece que no es así. Y creo que pensar eso es menospreciarles un poco. A la gente joven le da rabia, y con razón, que los adultos les consideren incapaces de plantearse metas elevadas. No rehúyen la exigencia, sino que más bien la esperan.
La juventud es un momento muy especial de la vida, es la época donde se forma la propia identidad, en que se toman las primeras decisiones personales serias. Hay una especial sensibilidad ante la fuerza de unas palabras, ante el testimonio del ejemplo. En medio de las victorias y derrotas morales de cada hombre, se va construyendo un ideal de vida, se va formando la conciencia, esa vara con que se mide la dignidad humana, el verdadero indicador del desarrollo de la propia personalidad.
Es cierto que algunos -más los mayores que los jóvenes- piensan que lo realista es buscar cuanto antes gratificaciones sexuales, y facilitarlas a otros. Dicen que prefieren ese pájaro en mano a un amor ideal que ven como algo muy lejano. Y aunque es comprensible que a una persona le deslumbren las gratificaciones inmediatas frente a lo que quizá ve como promesas inciertas, construir la propia vida requiere abrir horizontes nuevos al deseo, aprender a valorar lo que todavía no tenemos en la mano pero que, por su valor, nos vemos llamados a alcanzar. Así lo entendía esa joven abogada británica.
Dejarse fascinar por el afán de saciar nuestros instintos es algo que impide alcanzar lo realmente valioso. El hombre de deseos insaciables es como un tonel agujereado: se pasa la vida intentando llenarse, acarreando agua en un cubo igualmente agujereado.
La sexualidad fuera de su debido contexto responde a un impulso instintivo, que se inflama súbitamente y luego se apaga enseguida. Es una llamarada tan intensa como fugaz, que apenas deja nada tras de sí, y que con facilidad conduce a un círculo angosto de erotismo que, en su búsqueda siempre insatisfecha, considera que otros conceptos más elevados del amor son una simple ensoñación, cuando no un tabú o algo propio de reprimidos.
Sócrates hablaba de una voz interior que le aconsejaba, le reprendía, le impulsaba a buscar la verdad. Esa voz es lo más lúcido de nosotros mismos, y nos advierte que no debemos quedarnos en las meras sensaciones, sino buscar la verdad que hay en ellas, su auténtico valor, y no el que está más a mano, sino el más profundo.
No se trata de controlar al modo estoico las tendencias instintivas, sino de desear ardientemente valores más altos. No es cuestión de reprimir las tendencias, sino de saber dirigirlas. Un director de orquesta no reprime a ningún instrumentista, sino que señala a cada uno el camino que debe seguir para realizar su función de modo pleno: en unos momentos habrá de guardar silencio, en otros tendrá que armonizarse con otros instrumentos, y otras veces deberá asumir un mayor protagonismo.
Cuando alguien descubre la realidad del amor, tiene la certeza de haber descubierto una tierra maravillosa hasta entonces desconocida e insospechada. Se considera feliz y agraciado, y con razón. Es una lástima que por no acomodarse al ritmo natural de maduración del amor, algunos quieran comer la fruta verde y pierdan la meta que podrían haber llegado a alcanzar. Ellos mismos se acaban dando cuenta, tarde o temprano, de que en el mismo momento en que esa persona les entregó prematuramente su cuerpo, cayó del pedestal en que la habían puesto.

—Pero el atractivo del sexo es muy fuerte y la gente quiere hacer uso de él libremente.
No estoy en contra de la libertad, evidentemente. Pero sabemos que -como ha escrito José Antonio Marina-, la libertad es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá que seguirlas, pero otras no. El deseo es ciertamente un motivo para actuar, pero solo el deseo inteligente es una razón para actuar.
Cualquiera puede hoy encontrar sexo con bastante facilidad. No requiere especial talento ni habilidad. No es algo que haga a nadie más hombre ni más mujer. Lo difícil, lo valioso, es encontrar un hombre o una mujer que se hayan guardado para quien un día será su marido o su mujer. Una persona normal que haya sabido esperar, sin miedos, sin fantasmas. “Una persona que, simplemente, se guardó para mí. Sí. Exactamente eso es lo que busco. ¿Cómo lo lograste?” AA

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