Hoy siento, sé, que fracasé. Dije que haría mi mejor esfuerzo, pero lo que pasó fue que los estándares… los bajé, y me dije que sería la mejor yo, pero reflexiono que eso nunca pasó…
Estas pudieran ser las palabras diarias en el diario que cuidadosamente ocultamos en el armario junto a la cama. El hecho es que cada día en que nos levantamos, tenemos un plan de acción y rugimos para avanzar. Muy dentro nos prometemos que vamos a dar lo mejor de nosotros, haciendo lo correcto en nuestras agendas recargadas ya sea en nuestras relaciones, nuestra salud, nuestra familia o la oficina. Así ha sido mi rutina.
Una vez más me despierto para leer la Biblia, un libro de Joel Osteen o John Mason y antes de salir, me asomo a las páginas del diario. Con las llaves del auto en la mano, salimos con la certeza de que será un día lleno de satisfacciones.
Hoy los resultados muestran que fracasé. Antes de ahora pensé que estaría en la cima pero con el fracaso ya no puedo resistir. Pensé que era lo mejor de lo mejor, pero aquello era sólo mi sueño. El mundo me puso en mi lugar y me senté, el fracaso demostró que yo no era tal…
Sin embargo, una vez que salimos al sol de la mañana, nos damos cuenta de que nada es como lo habíamos planeado. Aunque programada para una entrevista las 8:00 a.m., el tráfico en la autopista está pesado. Después tenemos una reunión con un cliente muy importante y nuestro auto se daña al ir en camino. Hay un plazo crucial que somos incapaces de cumplir y, encima de todo, finalmente es un sueño hecho realidad.
Tenemos la oportunidad de trabajar en París pero la pequeña Samantha apenas tiene dos años. A final de cuentas, nada sale como lo planeamos y quedamos resolviendo problemas que nosotros mismos creamos. A pesar de todo, la compañía espera que rindamos sin saber de la presión que atravesamos. Pero entonces…
Hoy aprendí que sí fracasé, como las muchas otras ocasiones, fracasé. Como antes, fui empujada contra la pared y una vez más sabía qué hacer, lo que siempre he sabido hacer lo volveré a hacer. Lejos de la derrota sé cómo dejar la trampa, el secreto yace en nuevamente levantarnos…
Con las llaves del auto en mano, estamos de vuelta en casa. El ambiente sereno nos devuelve la paz mental. Cuando atravesamos la puerta, la pequeña Samantha comienza a tomar pasitos hacia nosotros. Sonreímos y la animamos a seguir; ella cae, sentimos lástima. Pronto, sin embargo, ella se levanta y corre hacia nosotros. En su cabeza, todo lo que sabe es que necesita sentir el cálido abrazo de mamá.
Sosteniéndola en nuestros brazos nos damos cuenta de que nos acaba de enseñar una valiosísima lección. Que la vida es un camino y que habremos de enfrentar obstáculos. Lo que importa es que debemos levantarnos por sobre la tormenta como las águilas y tener una visión positiva.
Como la bebé Samantha, enfoquemos nuestros ojos en la meta a pesar de los retos que enfrentemos. Además, ¿no es acaso cierto que los obstáculos son aquellas cosas amenazantes que vemos cuando quitamos la mirada de la meta?
La oscuridad se asienta lentamente. En el occidente, el sol desaparece hermosamente detrás de las colinas. Muy dentro de nosotros estamos contentos; hemos vivido para enfrentar los desafíos de otro día. Ahora estamos un día más cerca de nuestro destino.
La puerta del baño se abre y observamos a la bebé Samantha caminar hacia la cama. Rápidamente, tapamos nuestra entrada en nuestro precioso diario…
Mañana conquistaremos y no fracasaremos. Una vez más tomaré la prueba con valor, estoy determinada a ser la mejor. Pero si pasa que fracaso, me levantaré, me sacudiré el polvo y no me lamentaré. Lista para lanzarme hacia delante, no me doblaré; estoy lista para ver la victoria final.
“¿Cómo fue tu día, querida?” “Desafiante y satisfactoria. Estoy contenta de haber vencido…” Ahora, esa es la actitud de una verdadera mujer africana. SMN
El pensamiento de hoy, que incluye un monólogo de su autora, es realmente especial porque enfrenta la realidad de nuestra falibilidad e imperfección ante la vida. No podemos negar que la mayoría del tiempo nos quedamos cortos con respecto a nuestras propias expectativas… ¡y qué decir de las de Dios!
Lo cierto que la clave radica en no quedarnos lamentándonos sobre nuestros “fracasos” sino insistir en levantarnos e intentarlo de nuevo. Pongamos atención a lo que el Espíritu Santo nos esté diciendo y adelante. Que Dios les bendiga. RI
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