jueves, 7 de septiembre de 2017

Dos brotes de una misma mentalidad

—Hay quien acusa a la Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción.
Ese razonamiento es un tanto extraño. Me parece difícil que alguien evite los anticonceptivos, y que los evite precisamente por seguir las enseñanzas de la Iglesia, y que a su vez esté pensando en abortar después, cuando la misma Iglesia afirma que el aborto es un crimen.
Pienso que sucede al revés. La mentalidad anticonceptiva hace más fuerte la tentación del aborto ante la eventual llegada de una vida no deseada, y es patente que la cultura abortista está mucho más desarrollada en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción.
La anticoncepción y el aborto, a pesar de ser errores de naturaleza y peso moral muy distintos, a menudo están muy relacionados, pues son fruto de una misma mentalidad: cuando la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, el aborto suele ser la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada.
—¿Y qué dices de la transmisión del sida?
No faltan también quienes reclaman a la Iglesia mayor “comprensión”. La secuencia argumentativa suele ser así de simple: el sida se transmite por contagio sexual, la Iglesia se opone al uso del preservativo, luego la Iglesia está colaborando en la difusión de la epidemia.
Así razonaba, por ejemplo, un conocido político italiano, que no hace mucho pidió a la Iglesia que cambiara su criterio para salvar así millones de víctimas del sida en África. Por fortuna, no hizo falta respuestas muy elaboradas para documentar lo que resultaba patente para quienes conocen de cerca aquel drama: la epidemia del sida es mucho más fuerte en las zonas donde menos presente está el cristianismo, y donde por tanto poco puede influir la Iglesia en las mentalidades y los consiguientes comportamientos.
Como explicaba Mia Doornaert, si los varones africanos fueran tan respetuosos con la palabra del Papa que rechazaran por eso cualquier medio anticonceptivo, se supone que serían igualmente estrictos para seguir el resto de las enseñanzas de la Iglesia, que predican la monogamia, la castidad extramatrimonial y la fidelidad conyugal, que es lo que realmente podría frenar la difusión del virus. Y no parece que sea así. No es serio echar la culpa al Papa y al Vaticano de la propagación del sida, por la misma razón que no es serio pensar que el varón africano, que en su mayoría usan de su sexualidad según tradiciones muy lejanas a lo que la Iglesia católica recomienda, esté esperando la palabra de Roma para usar o no un preservativo.
Y aparte de que el preservativo es mucho menos seguro de lo que muchos piensan, quienes conviven a diario con el problema del sida saben bien que para luchar contra esa tragedia en esos países hay que ir por la vía de una educación que eleve el nivel económico y cultural, la conciencia de la dignidad de cada hombre y, sobre todo, la valoración de la mujer. Y a todo eso ayudan en gran manera los millares de misioneros que gastan allí su vida creando y manteniendo hospitales y escuelas.
Además, el hecho de que en Europa -según un reciente estudio francés del Instituto Nacional de la Salud- dos de cada tres mujeres que han abortado o no han deseado el último embarazo utilizaran anticonceptivos considerados “seguros”, revela que los fallos de utilización, u otros no explicados, son bastante mayores de lo que aseguran sus fabricantes y vendedores. La política de repartir o vender preservativos y asegurar que son “sexo seguro” no está funcionando: ¿no sería lógico por tanto que al menos se respete un poco a quien sostiene que es más realista una prevención del sida basada en una conducta sexual más responsable que evite la promiscuidad? AA

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