Etimológicamente significa “corazón”. Viene de la lengua latina.
Cristo nos plantea una pregunta antigua y siempre nueva: ”¿Me amas?” Al responderle, nos invita a comunicar la humilde confianza de la fe a quienes él nos confía.
Remóntate al siglo V. Es la época en que vivió este santo confesor. Fue un sacerdote armenio preocupado profundamente por la vida espiritual de las personas que se le habían confiado. Amaba al Señor y le dio una respuesta categórica. Por ese tiempo entró de rey persa un tal Iezdegerd II. Y lo primero que se le ocurrió fue enviar a todos los armenios un edicto mediante el cual tenían que aceptar como religión el mazdeísmo.Los armenios, cultivados en la religión cristiana, convocaron un concilio. De él sacaron la conclusión de que preferían morir por Cristo antes que renegar de su fe. Al año siguiente, el rey – muy enfadado – mandó a su ejército para intentar lograr por la fuerza lo que no podía alcanzar con la razón. Todo el pueblo armenio se levantó con el clero a la cabeza animando a todos el mundo a que siguiera con la fe cristiana. El resultado fue que murieron muchos mártires, entre los cuales estaba Coren. Lo retuvieron tres años encarcelado. Los obispos sufrieron también la cárcel por ser los principales hostigadores de la rebelión. A Coren le propusieron que adorara al sol y renegara de Cristo.Al negarse, el juez Tamsapur le envió a trabajos forzados a Mesopotamia.Su gran trabajo apostólico consistió en consolar y ayudar a los prisioneros. Después de siete años de trabajo forzado, Coren murió en el año 461 confesando su fe verdadera.“Nadie llegó jamás a la inmortalidad sino por el camino de la aflicción; y he aquí un gran motivo de consuelo para tofo en nuestras penas. (San Francisco de Sales).
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