domingo, 29 de junio de 2014

Job 37

Capítulo 37: Job 37

37 1 También por eso tiembla mi corazón y se me salta fuera del pecho.
2 ¡Escuchen el estampido de su voz y el estruendo que sale de su boca!
3 Él lanza su rayo bajo los cielos y hasta los confines de la tierra llega su fulgor.
4 Detrás de él, ruge una voz: hace tronar su voz majestuosa y no retiene los relámpagos mientras se deja oír su voz.
5 Dios nos hace contemplar maravillas, realiza grandes cosas, que no llegamos a entender.
6 Cuando dice a la nieve: “Cae sobre la tierra”, y a los aguaceros: “Lluevan con fuerza”,
7 él suspende la actividad de los hombres, para que todos reconozcan su obra;
8 las fieras se meten en sus guaridas y se refugian en sus madrigueras.
9 De la constelación austral irrumpe la tormenta, y el frío, de los vientos del norte.
10 Al soplo de Dios se forma el hielo y se congela la extensión de las aguas.
11 Él carga la nube de humedad, y el nubarrón expande su relámpago,
12 que gira en derredor, conforme a sus planes, para ejecutar cada uno de sus mandatos por toda la superficie de la tierra:
13 sea que cumpla su voluntad para un castigo o para dispensar sus beneficios.
14 Presta atención a esto, Job, detente y considera las maravillas de Dios.
15 ¿Sabes acaso cómo Dios las dirige y cómo su nube hace brillar el rayo?
16 ¿Sabes cómo se balancean las nubes, maravillas de un maestro en sabiduría?
17 Tú, que no soportas el ardor de tu ropa, cuando la tierra está en calma bajo el viento del sur,
18 ¿puedes extender con él la bóveda del cielo, sólida como un espejo de metal fundido?
19 Enséñanos qué debemos decirle: no discutiremos más, a causa de la oscuridad.
20 Si yo hablo, ¿alguien se lo cuenta? ¿Hay que informarlo de lo que dice un hombre?
21 Hasta ahora no se veía la luz: estaba oscurecida por las nubes; pero pasó un viento y las disipó.
22 ¡Un áureo resplandor viene del norte; una terrible majestad reina en torno de Dios!
23 ¡Es el Todopoderoso, y no lo podemos alcanzar! Él es sublime por su fuerza y su equidad, grande por su justicia y no oprime a nadie.
24 Por eso lo temen los hombres, y él no tiene en cuenta ni siquiera a los sabios.

LA INTERVENCIÓN DE DIOS
Job no había cesado de proclamar su inocencia y de afirmar una y otra vez que sus males desmentían la justicia de Dios. Por eso le había pedido una confrontación cara a cara, para que Dios justificara ante él su manera de proceder. Ahora el Señor responde al desafío del rebelde y lo invita a afrontar un último combate. Pero su respuesta consiste principalmente en una serie abrumadora de preguntas, que remiten al hombre a la sabiduría con que Dios ha creado y gobierna el universo. Él puso en la naturaleza mil maravillas cuyos secretos el hombre ignora.
¿Cómo puede, entonces, extrañarse Job de ignorar la razón de sus padecimientos y el secreto último de su propia existencia?
Al vislumbrar el misterio de Dios, Job toma conciencia de su error. Aunque él no cometió ninguna de las faltas que le imputaban sus amigos, sin embargo tiene un pecado mucho más grave: el del hombre justo que pretende hacer valer sus derechos delante de Dios. Su problema no ha quedado resuelto, pero él ha comprendido que Dios no tiene por qué rendir cuentas y que su Sabiduría da sentido incluso al sufrimiento y a la muerte. Por eso renuncia a medir a Dios con criterios humanos y se entrega confiadamente a él. “Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos” (42. 5).

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