Paz… ciencia
Paz… ciencia (11-10-14)
Cada ser humano lleva un conflicto en su corazón. Allí donde se albergan los sentimientos más profundos del hombre también nace la maldad. Bien nos enseña Jesucristo que el trigo y la cizaña crecen juntos.
La vida está marcada por un sinnúmero de experiencias que afectan nuestras conductas y modos de pensar. La sequedad del corazón advierte la agonía del alma que necesita ser regada por el amor de Dios.
Las discusiones, malos entendidos, intrigas, ofensas y maltratos tienen un síntoma común: un corazón necesitado de tolerancia y perdón a sí mismo y al prójimo.
Los conflictos bélicos en el mundo son terribles, desastrosos, inhumanos y sin sentido. Las guerras contra el cónyuge, padres, hermanos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo también lo son, puesto que igualmente en ellas se mata moralmente, se castiga la armonía y se hiere verbal o de manera física. El odio le hace guerra a la paz, el orgullo a la humildad y la dureza a la misericordia.
En la violencia no hay vencedores. Todos los seres humanos “estallamos” en un conflicto que deja secuelas, así no se admita o se reconozca. Sin embargo, el corazón va dejando que ese dolor amargue la dulzura y la paz del corazón.
La ciencia de la paz debería pregonarse, más allá de un tratado, en el corazón de cada uno de nosotros. Estamos llamados a reconocernos frágiles y necesitados de Dios y a pedirle a Él, que todo lo puede, que nuestra esperanza no se marchite sino que deslumbre como lo hace una flor al pie del Sagrario.
Que los huesos resecos y el corazón de piedra que hay en cada uno de nosotros sean transformados “con un espíritu firme”, como dice el salmista. Asimismo, esperemos que allí donde abunda el pecado sobreabunde la gracia de Dios para cada uno de nosotros y los demás.
Sólo en Dios está la verdadera solución. De ahí que Cristo diga en el Evangelio: “La paz os dejo, mis paz os doy.”
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