La lección de una tarjeta de crédito
La lección de una tarjeta de crédito (11-11-14)
Yo solía llevar una tarjeta de crédito para identificación y gastos imprevistos. Noel y yo dejamos de usarla para compras regulares después de un seminario sobre finanzas personales, que dejó al descubierto nuestros hábitos necios en cuanto a comprar a crédito.
Eso resolvió el problema de gastar más de nuestro presupuesto mensual. Ahora usamos cheques y efectivo para todo. De esta forma sabemos cuánto hemos gastado antes del horrible despertar a fin de mes. Sin embargo, todavía la llevaba conmigo.
La llevé una vez a California de vacaciones y la perdí; y no tenía ni idea dónde. Pudo haber sido en un espectáculo de focas al que fui. Pudo haber sido en la verdulería de Tijuana donde las abejas cubrían una sandía. Pudo haber sido en quién sabe cuál McDonald’s o en la playa, en donde la arena realmente es dorada y los condominios se venden por medio millón de dólares. No tenía idea dónde. Lo maravilloso es que no me preocupaba.
Ahora bien, por si le importa, eso no es natural en mí. Soy por naturaleza pesimista y bajo circunstancias ordinarias hubiera concluido que alguien ya había comprado a crédito hasta el límite de mi tarjeta. De modo habitual me habría enfurecido contra mí mismo o mi familia, y descargado mi frustración contra alguien. Hubiera buscado duro y tendido algún propósito divino en todo el problema, y habría mucha dificultad para contentarme.
Pero esta fue diferente. No tenía ninguna preocupación. No me enfurecí contra nadie. No sentí nada de frustración. Estuve feliz en todo momento. ¡Qué Victoria! Todo el tiempo en que la tarjeta estuvo perdida seguí con mis actividades regulares, confié en Dios y amé a mi familia. Cuando regresé de vacaciones, la encontré en un sobre. Daniel Fuller, amigo y antiguo profesor mío, la había enviado por correo desde California. Yo la había dejado caer en su coche.
¿Sabe usted cuál fue el secreto de mi felicidad? Nunca supe que había perdido la tarjeta hasta que la vi en el sobre en mi casa. Me quedé allí parado sosteniéndola en mi mano y sonriendo. Simplemente piense en cuán díscolo podría haber sido si hubiera sabido que la había perdido.
Piense en lo deprimido, preocupado, colérico, frustrado e irritable que pude haber estado. Y todo el tiempo la tarjeta hubiera estado segura y en camino a mi hogar. Toda mi cólera, frustración y desaliento habrían sido absolutamente inútiles.
Ahora. ¿Hay alguna lección en esto? La hay para mí. Es esta: Tan pronto como descubrimos que tenemos un problema, Dios ya ha obrado al respecto y la solución está en camino. Lo he visto suceder una y otra vez en mi vida. Una carta llegó con la solución a un problema. Pero justo el día anterior me encontraba desalentado y alicaído, sin saber que la carta ya estaba en el correo.
Si creemos en el Dios de Romanos 8:28, siempre recordaremos que para el tiempo en que sabemos que existe un problema, Dios ya obró al respecto y su solución ya está en camino. Medite en el anhelo de Dios de obrar para nuestro bien.
“El Señor recorre con su mirada toda la tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles”. 2 Crónicas 16:9
“La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida”. Salmo 23:6
Esto es lo que había sucedido antes de que supiera que tenía un problema. Es lo que Dios hace todo el tiempo por los que confían en él. Por supuesto, el punto aquí no es que Dios exime a su pueblo de los problemas.
Todos sabemos que una tarjeta de crédito perdida es la menor de las preocupaciones en un mundo de sufrimientos como el nuestro. La tarjeta de crédito es meramente una parábola de cosas mucho más grandes. No siempre resulta a nuestro entendimiento, de la mejor manera. Pero eso no quiere decir que Dios no obra. Él siempre obra. Él convierte nuestras pérdidas y todos nuestros dolores en algo bueno para los que confiamos en Él. Esta es su promesa.
Por consiguiente, no se afane. Entréguele sus ansiedades. Quizás tan innecesarias como lo hubieran sido las mías por la tarjeta perdida. El tiempo vendrá cuando vea el punto sabio y amoroso de todo. ¡Viva Por Fe! (Autor anónimo)
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