miércoles, 31 de agosto de 2016

La Resurrección de Cristo… nuestro rescate


Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. 1 Corintios 15:17 y 18
El impresionante hecho de la Resurrección de Jesucristo es mucho más que un acontecimiento milagroso. Sus implicaciones son incontables y reales para la vida de todos los que hemos creído en su nombre y en la grandeza de su divinidad. Haber sido levantado de la tumba por el poder del Padre significa que ahora nosotros, los creyentes, seguidores de Jesús, tenemos un fundamento sólido e inamovible para nuestra fe.
Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo Él primero y primicia de los que se durmieron. Un hombre [Adán] trajo la muerte, y un hombre [Jesús] también trae la resurrección de los muertos. 1 Corintios 15:19-21
Lo que hemos aprendido de nuestra Iglesia es la base sobre la que, como cristianos, edificamos nuestra vida, instituimos nuestra familia y trazamos nuestro destino. Asimismo, podemos esperar, a partir de la gracia que se ha derramado sobre nosotros con el sacrificio de Cristo en la cruz, ser rescatados de situaciones difíciles en las que no es suficiente nuestra capacidad humana.
Podemos ser liberados de la desesperación, cuando vivimos momentos en los que las circunstancias nos han rebasado y no tenemos más el control: el esposo o la esposa se ha marchado de casa; hemos perdido el empleo y tenemos deudas que pagar; un miembro de la familia está gravemente enfermo; un hecho climatológico ha destruido nuestra casa, u otras terribles situaciones.
Asimismo, Dios puede consolarnos de la tristeza, cuando hemos tenido una pérdida importante, o cuando los problemas de la pareja o la familia van a extremos que emocionalmente nos lastiman. Cuando David fue sanado y rescatado de la muerte, escribió: “Tú has cambiado mi duelo en una danza, me quitaste el luto y me ceñiste de alegría.” Salmos 30:12
Porque toda tragedia, toda situación dolorosa pasará, y si confiamos y nos aferramos a Dios, Él nos consolará de toda tristeza. Otra situación de la que nuestro Señor puede levantarnos es el fracaso. Si nos sentimos derrotados por haber cometido un error grave o por haber hecho una decisión equivocada y las consecuencias están sobre nosotros, el sentimiento es desolador. Pedro negó a Jesús, no una sino tres veces. Sin embargo, Jesús lo perdonó cuando vio su arrepentimiento profundo, lo hizo un hombre nuevo, firme y lleno del poder de Dios. Así también podemos recuperarnos y ser restaurados, cualquiera que sea la situación.
El rey David cometió adulterio y asesinato, arrastrado por una baja pasión, y esto lo colocó bajo una culpa terrible que lo apartó de Dios. Pero cuando confesó su pecado, recibió alivio y perdón. Hasta que no lo confesaba, se consumían mis huesos, gimiendo todo el día. Tu mano día y noche pesaba sobre mí, mi corazón se transformó en rastrojo en pleno calor del verano. Te confesé mi pecado, no te escondí mi culpa. Yo dije: “Ante el Señor confesaré mi falta”. Y tú, perdonaste mi pecado, condonaste mi deuda. Salmos 32:3-5 
La culpa puede ser unan opresión insoportable, pero Jesús con su muerte y resurrección ganó para nosotros el perdón, no importa cuán grande haya sido nuestro pecado. Pero si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. 1 Juan 1:9
Al morir en la cruz, Jesús cargó sobre sí toda enfermedad. Él soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados. Isaías 53:5b
Como hijos suyos, podemos reclamar esta promesa y hacer nuestra la sanidad a la que tenemos acceso. Sus heridas, su sangre derramada, su agonía, su muerte y resurrección fueron el precio que Él pagó para que nosotros hoy podamos gozar de sanidad. Gracias a Dios que nos mostró su poder y su plan para nosotros cuando resucitó a su Hijo Jesucristo y lo sentó a su diestra en los lugares celestes. Ahora podemos venir a Él para recibir perdón, liberación, sanidad, consuelo, restauración y, cuando muramos… vida eterna. MG

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