“Hace ya unos meses que nuestro matrimonio pasa una crisis -explicaba una mujer de unos cuarenta años. Puede parecer una tontería, pero fue a raíz de la lectura de un libro cuando empecé a pensar que mi matrimonio no me satisfacía, que no era feliz. El caso es que me encantaba esa escritora. Me leí todas sus obras. Cada vez me gustaban más. Me ayudaban a comprender que en la vida hay muchas cosas que disfrutar, y que después de mis quince años de matrimonio y mis cuatro hijos hasta ahora apenas había podido hacerlo. Además, tengo una amiga a la que le ha pasado algo parecido. La he conocido hace poco, y supongo que ha influido mucho en mí. Me ha hecho ver que en la vida hay algo más que la familia”.
Siguió hablando bastante tiempo. Explicó con detalle a la Madre Angélica toda la situación de su familia. Apenas había nada objetivo en aquella crisis matrimonial. Sin embargo, aquella mujer estaba a punto de alterar por completo su vida. Anhelaba el romance. Quería vivir las emociones de su amiga recién divorciada. Todo en su vida estaba ahora enfocado hacia la satisfacción, al estilo de una novela rosa, y estaba dispuesta a pagar por ello el precio que hiciera falta.
Si un año antes hubieran preguntado a aquella mujer si creía que un puñado de novelas rosas y una amiga un poco frívola podrían destrozar su matrimonio, se habría reído de buena gana. Pero deslizarse por esa pendiente es más fácil de lo que a veces uno imagina.
Hay momentos en la vida en que a duras penas se logran controlar esas influencias, pero esos momentos son precisamente los importantes, y esa mujer se encontraba en uno sumamente vulnerable.
Es difícil saber a priori cuáles serán los pequeños incidentes que a cada uno puedan afectar, pero están ahí, normalmente incubándose detrás de las pequeñas claudicaciones y pequeñas mentiras que jalonan la vida de una persona:
Cuando compras esas revistas y dices que puedes controlarlo, te engañas a ti mismo.
Cuando ves esas películas “para adultos” y dices que no te afectan, es fácil que estés mintiéndote a ti mismo.
Cuando entras en determinado lugar y dices que solo buscas un rato de conversación, o distraerte un poco, es probable que hayas acabado por creerte tus propias mentiras.
No conviene engañarse. Esos incidentes no son tan insignificantes. Cada uno de ellos tiene importancia. Además, no es tan fácil controlarlos. No hay que ser presuntuoso: es probable que tu autocontrol no sea tan fuerte, y estás arriesgando con cuestiones importantes.
Hay situaciones a las que una persona sensata debe procurar no llegar nunca. Para cada persona hay cierto tipo de circunstancias en las que es enormemente vulnerable. Son momentos en que toda la lógica del mundo, todo el sentido común del mundo, parecen quedar reducidos a unas flacas fuerzas incapaces de competir con la avasallante zancada de la pasión sexual, que inflama al hombre, invade sus sentidos, excita su cuerpo, envuelve sus sentimientos y se adueña de su corazón.
El hombre sensato debe saber que necesita algo más que sentido común para hacer frente a la lujuria: es necesario alejar las ocasiones propicias. Cada vez que resistas a la tentación frente a la pornografía, reforzarás tu voluntad y estarás mejor preparado para cuando se presente de nuevo. Y evitando esas ocasiones propicias, que conoces bien, te harás más fuerte frente a la masturbación, y te darás más cuenta de que en realidad sí te hacía daño. Y cuando dejes de ver a la persona con quien desearías tener una relación adúltera, adquirirás mayor fuerza para alejar los sentimientos de lujuria. Reconocer los límites de la propia debilidad es siempre un síntoma de sensatez. AA
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