Etimológicamente significa “el que guarda y lancero, guerrero”. Vienen de la lengua latina y alemana.
Dice Miqueas: “¿Quién como tú, Señor, que quite la culpa? Te compadecerás una vez más de nosotros y nos perdonarás”. Se puede decir que hay santos con suerte. En tiempos difíciles logró nada menos que sobrevivir a las persecuciones de los emperadores romanos. Desde Cádiz hasta Mérida era sumamente conocido juntamente con san Germán. Más no todo le iban a ser alegrías y venturas para este santo y su compañero. Su fama, sus milagros y su santidad llegaron hasta los oídos del lugarteniente de Diocleciano, el más feroz perseguidor de los cristianos. Iba de camino a Tánger. Mandó, una vez que se enteró de la noticia, que los cogieran prisionero en Mérida. Y efectivamente, orgulloso de su pesquisa, los ató a su cabalgadura y, pasando tormentos, hambre y sed. Los había hecho prisioneros a la vuelta de Tánger. Pero como eran tan valientes, antes incluso de que llegaran a Mérida, ordenó que les cortaran la cabeza cerca de Osuna y Cádiz respectivamente. Los cristianos, cuando pudieron, con gran veneración, respeto y oración, trasladaron sus cuerpo a Mérida el de Germán y a Sevilla el de san Servando. Era el año 305.
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