jueves, 17 de septiembre de 2015

Las cruzadas


— ¿Y qué dices de las cruzadas, que fueron guerras de religión promovidas por la Iglesia?
Se trata de un tema complejo, pues las cruzadas abarcan cerca de doscientos años y al estudiar su desarrollo a lo largo de la historia debe hacerse un juicio de conjunto, pero no puede decirse que fueran guerras de religión. De entrada -como ha escrito el historiador Franco Cardini-, la palabra “cruzada” es una expresión moderna que se usa sistemáticamente solo desde el siglo XVIII. Hasta entonces no existía esa palabra, lo que indica que, hablando de Cruzadas desde entonces hasta hoy, se ha hecho toda una serie de generalizaciones engañosas.
Las cruzadas nunca fueron guerras de religión, no buscaban la conversión forzada o la supresión de los infieles. Los excesos y violencias realizados en el curso de las expediciones -que han existido y no se pretenden ocultar- deben ser evaluados en el marco de la normal aunque dolorosa fenomenología de los hechos militares de la época. La cruzada corresponde a un movimiento de peregrinación armado que se afirmó lentamente entre el siglo XI y el XIII, y que debe ser entendido en el contexto del largo encuentro entre Cristiandad e Islam, que produjo resultados culturales y económicos muy positivos. ¿Cómo se justifica, si no, el dato de frecuentes amistades e incluso alianzas militares entre cristianos y musulmanes en la historia de las Cruzadas?
San Bernardo de Claraval propuso que contra aquella caballería laica del siglo XII, formada por gente ávida, violenta y amoral, se creara una nueva caballería al servicio de los pobres y de los peregrinos. La propuesta de San Bernardo era revolucionaria, una nueva caballería hecha de monjes que renunciasen a toda forma de riqueza y de poder personal. Su objeto era ponerse al servicio de los cristianos amenazados por los musulmanes, recuperar la paz en Occidente y socorrer a los correligionarios lejanos. La cruzada exigía reconciliarse con el adversario antes de partir, renunciar a la disputa y a la venganza, aceptar la idea del martirio, ponerse a sí mismos y los propios bienes a disposición de los demás, y embarcarse por un cierto número de meses o de años en una expedición movida por el deseo de garantizar el libre acceso de los peregrinos a los Santos Lugares, entendido como búsqueda de la memoria de Jesucristo en la tierra que había sido escenario de su existencia terrena.
Prescindiendo de la mayor o menor categoría humana y espiritual de los participantes, su impulso era fundamentalmente espiritual. Movidos por ese deseo de peregrinación, abandonaron todo lo que tenían y se lanzaron a una aventura en la que no pocos no solo se arruinaron sino que incluso encontraron la muerte. No se trató, por lo tanto, de un movimiento material disfrazado de espiritualidad, ni de una guerra santa, sino de un colosal impulso de raíces espirituales que no tuvo inconveniente, pese a sus enormes defectos, en afrontar considerables riesgos y pérdidas materiales.
Hay que decir que en nuestros días la Iglesia católica impulsa de modo decidido el diálogo religioso y cultural con el Islam. Juan Pablo II ha recordado que “los cristianos reconocemos con alegría los valores religiosos que compartimos con el Islam. La Iglesia mira a los musulmanes con estima, convencida de que su fe en Dios trascendente contribuye a la construcción de una nueva familia humana. La adoración al único Dios, creador de todos, nos alienta a intensificar en el futuro nuestro conocimiento recíproco, caminando juntos por el camino de la reconciliación. Renunciando a toda forma de violencia como medio para resolver las diferencias, las dos religiones podrán ofrecer un signo de esperanza al mundo”. AA

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