miércoles, 9 de septiembre de 2015

Preocupación por los que sufren


Hay que decir que la influencia de la fe cristiana en la lucha por aliviar el sufrimiento humano ha sido decisiva a lo largo de la historia. Ya en el Imperio Romano, el cristianismo se preocupó por los débiles, los marginados, los abandonados, es decir, por aquellos por los que el imperio apenas sentía preocupación.
También dio una acogida extraordinaria a la mujer, y contribuyó a suavizar las barreras étnicas entonces tan marcadas. El cristianismo predicaba a un Dios ante el cual no cabía mantener la discriminación que oprimía a las mujeres, el culto a la violencia, el infanticidio, el abandono de los desamparados, etc.
En los siglos siguientes, el cristianismo fue también decisivo para preservar la cultura y extender la educación. Impulsó la defensa y la asistencia de los débiles y se preocupó por quienes nadie parecía tener interés.
Baste citar, por poner algunos ejemplos, la aportación de San Juan de Dios, que fundó una orden dedicada a la atención de los enfermos mentales (verdaderos olvidados de la sociedad durante siglos); o el esfuerzo de innumerables instituciones católicas dedicadas a atender leproserías, dispensarios, personas pobres o abandonadas, niños huérfanos, etc.
“Ahora -ha escrito Tomás Alfaro-, o en cualquier otro momento de la historia de los últimos veinte siglos, si buscamos un grupo de personas miserables, abandonadas por todos, marginadas por la sociedad, con los que nadie querría pasar una hora, es casi seguro que a su lado encontremos a alguien que se considera hijo de la Iglesia, y que hace lo que hace precisamente por ser seguidor de Cristo”. AA

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