— ¿Y no es demasiado estricta la Iglesia católica en estas cuestiones relativas a la manipulación genética?
Podría decirse, estableciendo una sencilla comparación, que en este punto nos encontramos ahora como las naciones europeas del siglo XIX en el campo social del trabajo y de la condición obrera frente al descubrimiento de la herramienta industrial.
El precio que en su día se pagó por el progreso técnico y económico, hasta que se lograron controlar algunos de sus excesos, fue enorme y de muy dolorosas consecuencias.
Los extraordinarios poderes actuales de la ciencia sobre la vida y la procreación humana hacen necesaria una seria reflexión para que el coste humano no acabe siendo tan terrible como en su día lo fuera el de la revolución industrial.
Como ha señalado Jean-Marie Lustiger, los actuales avisos de la Iglesia católica pueden parecer a las generaciones contemporáneas tan arcaicos como parecieron las advertencias de los hombres de la Iglesia europeos a comienzos de aquel desarrollo industrial.
Hay que insistir en que los valores morales deben presidir este nuevo poder que el hombre adquiere sobre la vida, sobre su propio cuerpo y sobre su sexualidad. La vida es un derecho fundamental de todo individuo, base de todos los demás derechos, y no puede ser tratada como una mercancía que se puede organizar, comercializar y manipular a gusto personal.
Es deber de la Iglesia advertir a la sociedad frente a algunos peligros, pidiendo que la técnica se subordine al hombre y a su vocación. Se trata de una tarea de capital importancia, aunque su voz no siempre sea bien escuchada o comprendida. AA
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