jueves, 6 de junio de 2013

Salmo 150

Salmo 150 – Que todos los vivientes alaben al  Señor

El libro de los Salmos concluye con esta invitación a entonar un solemne “canto” en honor del Creador, que habita en su Santuario cósmico, sobre la majestad del cielo.
La invitación se dirige a todos los seres, y el motivo de la alabanza son las “proezas” del Señor, manifestadas en la creación y en la historia. Que pregonan su grandeza y su poder.

1. CON ISRAEL
El título del "libro de los salmos", en hebreo es "alabanzas". Este salmo 150 es el último, y la conclusión. La sinfonía se termina con 10 versos que comienzan todos con ¡"Allelou-Hou" igual "alabadlo"! Así como hay un decálogo, las diez leyes, hay también las diez aclamaciones de alabanza. Esta alabanza resuena en todo sentido, hacia todos los horizontes. La victoria final de Dios es este "aleluia" eterno que repercute sin fin.

2. CON JESÚS
"¡Te alabo, Padre!" Esta oración surge explícitamente del alma exultante de Jesús, un día. Exultado de alegría bajo la acción del Espíritu Santo Jesús dice: "¡Te alabo, Padre!" (Lucas 10,21). Este debía ser el clima habitual de su oración, y sus largas noches pasadas con el Padre, debían resonar con su alegría y su alabanza: Jesús, más que nadie, conocía "las acciones sublimes de Dios"

3. CON NUESTRO TIEMPO
La invitación a la fiesta que nos hace este salmo, no debe hacernos olvidar los problemas que impone la condición humana. ¡Pero esto no impide que Dios haya hecho la humanidad para la alegría! Uno de los papeles del cristiano, es recordarlo a este mundo, creer en ello a pesar de todo lo que nos lastima, y "celebrarlo" en nuestras liturgias. Nunca olvidemos que la palabra "Evangelio" significa "Buena Nueva". "Toda liturgia cristiana es un anticipo del cielo... Donde no habrá más gemidos, ni lágrimas, ni duelo, ni sufrimiento" (Apocalipsis 21,4), y cuya única ocupación será la "alabanza", la fiesta eterna, el canto, la danza, la música (Apocalipsis 4,8; Apocalipsis 5,8; 14,2; 15,2; 19,1-8).

Alabad al Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento. Alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza. Alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras, alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas, alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. Todo ser que alienta alabe al Señor.

Cada vez que escucho música, pienso en ti, Señor. La música es la creación más pura del hombre y es donde más se acerca a ti en la expresión de su alma y en la sublimidad de su arte. Sonido puro, armonía sin palabras, aire hecho belleza, espacio vibrante de alegría. Al escuchar las obras maestras de la humanidad, me asombro al pensar qué toque de inspiración angélica puede haber logrado ese estremecimiento de perfección desnuda que eleva la mente a regiones más allá de este mundo. Te encuentro, Señor, entre las cuerdas de un cuarteto o los acordes de una sinfonía, con un realismo que es casi gracia sacramental, en consagración redentora de todo mí ser. Gracias, Señor, por el don de la música en mi vida.
Alabad al Señor con violines y violas, con violoncelos y contrabajos, con flautas y flautines; alabadlo con pianos y arpas, con armonios y órganos, con guitarras y mandolinas; alabadlo con oboes y clarinetes, con fagots y tubas, con trompas y trompetas; alabadlo con trombones y xilofones, con tambores y timbales, con triángulos y castañuelas. « ¡Todo ser que alienta alabe al Señor!»

Te alabamos, Señor, por tus obras magníficas, porque en este día has sacado de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesucristo; que todo ser que alienta alabe tu nombre, Señor, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

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