El invisible
El invisible (29-01-15)
Cuenta una leyenda que dos jóvenes vagabundos comentaban irónicamente el hecho de que la gente acudiese a la iglesia a adorar a un Dios que no se ve.
Un hombre muy rico, escuchándolos se compadeció de aquellos hombres miserables de cuerpo y alma, los hizo llevar, cuando se hallaban dormidos, a un palacio situado en una isla. Allí las comidas aparecían de la nada y si se empeñaban en vigilar su aparición las encontraban acomodadas en otro cuarto. Un coche del mejor modelo estaba a su disposición a la puerta del jardín. Las luces y la calefacción se encendían a su hora por mano invisible.
Un día notaron que la parte del edificio que a ellos se les permitía recorrer no era más que una mitad y que nunca se abrían para ellos las puertas azules que daban acceso a la otra parte del palacio. Intrigados, empezaron a dirigirse en voz alta a su benefactor invisible y muchas veces, aunque no siempre, veían cumplidas sus demandas.
También daban gracias, a grandes voces, expresando su deseo de conocer a su generoso protector. En una de esas ocasiones se abrió una de las puertas azules y apareció éste sonriendo, rodeado de una multitud de criados.
– Pueden comprender ahora, les dijo, por qué muchos hombres inteligentes rinden culto a un Dios que no ven. Tienen un motivo para ello pues encuentran alimento todos los días, el sol los ilumina y calienta todos los días, poseen un maravilloso vehículo de carne y huesos cuyo motor no para nunca. Es justo que sean agradecidos a quien no dejándose ver corporalmente, se hace visible por sus obras.
El hecho de que Dios no sea visible para nosotros, no significa que no existe. Él no se limita a nuestros sentidos y aunque no podemos verlo, podemos tener la certeza de que está muy cerca de nosotros, que cuida cada aspecto de nuestras vidas, que provee y tiene cuidado de nosotros.
“Miren los pájaros. No plantan ni cosechan ni guardan comida en graneros, porque el Padre celestial los alimenta. ¿Y no son ustedes para él mucho más valiosos que ellos?” Mateo 6:26
No temas al mañana ni te afanes por lo que vendrá, si Dios cuida de las aves, ¡Imagina cuánto más cuidado tendrá de ti!
Demos gracias a Dios en todo tiempo por su amor, fidelidad, provisión, por su cuidado, protección y confiemos en que cada día podremos ver su mano poderosa obrando a nuestro favor.
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