28 de Mayo - Margarita Pole
Margarita Pole, Beata
Mártir, 28 de Mayo
Martirologio Romano: En Londres, en Inglaterra, beata Margarita Pole, madre de familia y mártir, que, siendo condesa de Salisbury y madre del cardenal Reginaldo, fue decapitada en la cárcel de la Torre de Londres en tiempo del rey Enrique VIII por haber desaprobado su divorcio, encontrando así reposo en la paz de Cristo. († 1541)
«Creo en la Iglesia, que es una. Esto, que manifestamos en la profesión de fe, tiene su fundamento último en Cristo, en el cual la Iglesia no está dividida (1 Cor. 1,11-13)», afirma el papa Juan Pablo II en su carta apostólica Novo millennio ineunte, 48, escrita al concluir el Gran Jubileo del año 2000 y comenzar un nuevo milenio. Y continúa afirmando:
«Como Cuerpo suyo [de Cristo], en la unidad obtenida por los dones del Espíritu, [la Iglesia] es indivisible. La realidad de la división se produce en el ámbito de la histona, en las relaciones entre los hijos de la Iglesia, como consecuencia de la fragilidad humana para acoger el don que fluye continuamente del Cristo Cabeza en el Cuerpo místico»
En este ámbito histórico de «fragilidad humana», en el que se produjo la división de la Iglesia con el llamado Cisma anglicano, se sitúa la vida de la Beata Margarita Poleo. O mejor, su existencia se inscribe entre la de aquellos que, por «acoger el don que fluye continuamente de Cristo», cabeza de la única e indivisible Iglesia, ofrecieron su vida, hasta entregarla en martirio, para evitar que la fractura histórica desfigurara en el tiempo el rostro de la única esposa del Señor.
Margarita, «la última Plantagenet», nació el 14 de agosto de 1473 en Castle Farley, cerca de Barth, en Wiltshire, y pertenecía a la Vieja Casa Real Inglesa. Era hija de Jorge Plantagenet, duque de Clarence -hermano de los reyes Eduardo IV y Ricardo III de Inglaterra-, y de Isabel Neville, hija mayor del conde Edmundo de Warwick, quien en 1499, bajo Enrique VII, pagó con su vida ser el último representante masculino de la línea de York.
Perdió la madre cuando contaba tres años de edad y aún no había cumplido cinco cuando falleció también el padre, por lo que debió ser educada junto a los hijas de su tío el rey Eduardo IV, en el palacio de Shene.
En 1491, a los 18 años, el entonces rey Enrique VII la prometió en matrimonio a Sir Richard Pole, cuya madre, Edith St. John, era medio hermana de la madre del rey, Margaret Beaufort, y él hombre de confianza suyo hasta el punto de haberle encargado el cuidado de su primogénito, Arturo. Se celebró la boda el 22 de septiembre de 1494. Pero Margarita quedó viuda muy pronto, en 1505, con no demasiados recursos económicos y con cinco hijos pequeños que cuidar: Enrique, futuro Lord Montague; Godofredo; Arturo; Reginaldo, nacido en 1500, que llegó a ser cardenal en 1536, legado pontificio en 1553 y finalmente Arzobispo de Canterbury (1555-1558), y Úrsula, que se casaría con Enrique, Lord Strafford.
Al subir al trono el Joven rey Enrique VIII, que consideraba a su tía Margarita Pole la mujer más santa de Inglaterra, le restableció la posesión de todos los derechos de la familia, que le habían sido confiscados en 1499 a causa de la condena a muerte de su hermano Eduardo y, revocando los derechos del príncipe Arturo, el fallecido hermano mayor del rey, la hizo condesa de Salisbury el 14 de octubre de 1513, dándole posesión de los antiguos dominios de esta casa. Fue también dama de la corte de la reina Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, que, casada primero con el príncipe Arturo y viuda de éste, había contraído matrimonio con el hermano del prematuramente fallecidoPríncipe, el rey Enrique VIII.
Entonces los hijos de los reyes no solían crecer junto a sus padres, empleados en el gobierno y en los asuntos cortesanos; se les dotaba de una casa con buenos tutores y personas de servicio que cuidaban adecuadamente de ellos. Como prueba de afecto, en 1516 Enrique VIII y su esposa Catalina de Aragón confiaron a Margarita Pole la educación de su hija la princesa María -futura reina María Tudor-, de quien fue madrina de bautismo y de confirmación, y a quien ella cuidó como si fuera su propia hija. La condesa de Salisbury Margarita Pole, fue honrada con un lugar muy destacado en su casa, y era frecuente que la reina Catalina de Aragón se comunicase con su hija María a través de ella.
En las primeras décadas del sig1o XVI, la Iglesia estaba viviendo en toda Europa, y especialmente en Alemania, una situación muy crítica. Precisamente entre 1513 y 1518, el joven doctor en teología y profesor de la Universidad de Wittemberg, Martín Lutero, que había sido ordenado sacerdote en 1507 y pertenecía a la Orden de San Agustín, se estaba planteando en sus clases la autoridad única de la Sagrada Escritura, el tema de la justificación y la cuestión de las indulgencias, concretadas en 95 tesis, que dio a conocer para ser discutidas en ambientes académicos. Aunque esto no tuvo lugar, su difusión por gran parte de Europa llegó también a Inglaterra, siendo enviadas en 1518 a Tomás Moro por su amigo Erasmo de Rotterdam, creando defensores y adversarios. Estaban en juego, en realidad, la autoridad del Papa, la eficacia de los sacramentos y la naturaleza de las indulgencias, que dividían a los cristianos tanto en el aspecto doctrinal como en las implicaciones políticas que estos temas conllevaban. Clarificadas las opiniones y posturas, en torno a 1530 la situación era muy tensa entre protestantes y católicos, y el emperador Carlos V de Alemania -rey Carlos I de España- estaba haciendo todo lo posible para evitar un verdadero cisma o división dentro de la Iglesia. En realidad se había ido deslizando el centro de gravedad de los problemas de fe a los de la estructura y formas de la Iglesia, adquiriendo clara versión política lo que había empezado como una cuestión doctrinal para ser tratada en las aulas. La poca formación teológica del pueblo favoreció también que las decisiones de sus dirigentes políticos o religiosos fueran colectivamente asumidas.
Para defenderse del emperador católico que actuaba a favor del Papa, los príncipes protestantes constituyeron en 1531 la llamada «Liga de Esmalcalda», que no sólo unía a los alemanes rebeldes a Carlos V, sino que contaba con el apoyo de Francia, Dinamarca e Inglaterra, no siempre en buenas relaciones con la sede romana. Concretamente, ya desde el siglo XIV se habían suscitado algunas tensiones entre el Parlamento Inglés y la autoridad del Papa, abriendo cauces de opinión hacia una Iglesia nacional, desvinculada de Roma. No obstante, a pesar del sentimiento anti-romano existente, la separación de Inglaterra se debió más bien a una acción personal del rey Enrique VIII, que ejercía un dominio casi absoluto sobre sus súbditos.
Enrique VIII, que ostentó la corona de Inglaterra entre 1509 y 1547, al ser hijo segundo de Enrique VII había sido educado para la carrera eclesiástica, reservando la sucesión real para el príncipe Arturo, su hermano mayor. Pero la muerte prematura de éste había elevado al trono a Enrique, siendo aún muy joven de edad. Dada su preparación religiosa, pronto dictó algunas disposiciones para mejorar la formación teológica del clero y, decididamente opuesto a los seguidores de Martín Lutero, se colocó aliado del emperador Carlos V, sobrino de su esposa Catalina de Aragón, incitándole a que rompiese con el reformador. Incluso escribió la Assertio Septem Sacramentorum, obra en la que se oponía a la negación de los sacramentos hecha por los protestantes, y la dedicó al Papa «como signo de su fe y su amistad». En este libro afirmaba sin equívocos que «da Iglesia entera está sometida no solamente a Cristo, sino al único representante suyo, el papa de Roma». Todo ello le valió el título de defensor fidei, otorgado por el papa en 1521.
No obstante esto, su deseo de reforma de la Iglesia a veces respondía al propio interés, por lo que, para lograrla, parecía dispuesto incluso a prescindir del papado, igual que otros príncipes contemporáneos. Pero, a la altura de 1527, se había ido sumando otro motivo particular que le alejaba de Roma: su asunto matrimonial.
Como ya hemos indicado, al poco de subir al trono, Enrique VIII se había casado con Catalina de Aragón, tía del emperador Carlos V, después de que ésta enviudara del heredero Inglés, Arturo, que falleció siendo muy joven. Para este matrimonio, Enrique había obtenido en 1503 dispensa del Papa del Impedimento de afinidad, por haber sido ella mujer de su hermano mayor. Pero se había creado una situación difícil de resolver:De los cinco hijos de Enrique VIII y Catalina de Aragón, sólo sobrevivió María, confiada al cuidado de la condesa Margarita Pole, con lo cual la sucesión al trono comenzaba a plantearse como un verdadero problema, ya que en Inglaterra nunca habían gobernado las mujeres. A ello se añadió el enamoramiento del rey de Ana Bolena, dama de la corte, que podría procurarle un heredero varón.
Así las cosas, el rey pensó en la posible nulidad del matrimonio con su esposa Catalina de Aragón, alegando que la Escritura prohibía casarse con la mujer del hermano (Lev 18,16), lo cual invalidaría la dispensa papal de 1503. Sin embargo, no le inquietaba que también la Escritura ordenase el matrimonio levítico (Dt 25,5; Mt 22,24), y que así mismo estuviera emparentado con Ana Bolena, aunque ilegítimamente, por haber sido amante de una hermana suya.
Ante estos planes, que comenzaban a hacerse efectivos, Enrique encontró la oposición de la autoridad eclesiástica, y en 1527 el canciller y cardenal Wosley y el arzobispo de Canterbury William Warham (1503-1533) le citaron a juicio por vivir incestuosamente. Considerando que la instancia competente para decidir era Roma, enviaron allí un legado con este fin, obteniendo del papa Clemente VII (1523-1534), que entonces estaba en guerra con el emperador, la dispensa del parentesco ilegítimo con Ana Bolena, en el caso de que el matrimonio con Catalina de Aragón no fuera válido. Era un modo de zanjar la Cuestión sin definirse con claridad, a la espera de que el rey abandonase su pretensión. Pero ante la insistencia de Enrique VIII, el Papa envió a Inglaterra en 1528 como legado suyo al cardenal Campeggio, quien, junto con el cardenal Wosley, inició un proceso en 1529. Catalina de Aragón no lo aceptó y apeló al Papa que, entretanto, había concertado la paz con el emperador. A instancias de éste, el papa Clemente VII suspendió los poderes de ambos cardenales y trasladó el proceso al fuero romano, con notorio desagrado del rey. El canciller y cardenal Wosley cayó en desgracia, y le sucedió como lord canciller el conocido humanista Tomás Moro, también adversario de tan enojoso asunto matrimonial, y que, no obstante, intentó algunas consultas y mediaciones para evitar la separación de la Iglesia de Inglaterra. Ante las instancias del rey, en 1531 el papa Clemente VII prohibió a Enrique VIII que celebrase un nuevo matrimonio hasta que no concluyera la investigación. Pero, dispuesto a continuar con sus planes, el rey cayó bajo la influencia de Tomás Cromwell, miembro del Parlamento y gran político, quien le aconsejó separarse de Roma, como habían hecho los príncipes alemanes.
En una asamblea general del clero, Enrique VIII consiguió una declaración de que él era la cabeza suprema de la Iglesia en Inglaterra, con lo que la pretendida Iglesia nacional y el humanismo de tendencia anti-romana parecían confabularse para poner las bases hacia el cisma anglicano, modalidad local de la Reforma protestante en Europa.
Tras la muerte del anciano arzobispo de Canterbury William Warham, el rey nombró para sustituirle a Tomás Cranmer (1533-1555), quien, vinculado con el protestantismo alemán, había contraído matrimonio en secreto. En esta situación, el lord canciller Tomás Moro decidió retirarse para evitar ser cómplice del rey en su camino hacia el cisma, siendo sustituido por Audeley. Con ello, el gobierno espiritual y temporal-arzobispo primado, lord canciller- quedaba en manos de personas proclives al protestantismo, simpatizantes de la Liga de Esmalcalda y absolutamente fieles al rey.
En enero de 1533 el arzobispo Cranmer casó al rey con Ana, declarando después nulo el matrimonio con Catalina y válido el que acababa de celebrar. El 1 de julio fue coronada Ana Bolena y en septiembre nació Isabel, que habría de ser reina de Inglaterra. El papa declaró no válido el nuevo matrimonio, pero hasta 1534 no dio el dictamen final, que reconocía como único legítimo el celebrado con Catalina de Aragón. La censura canónica de excomunión afectaba a Enrique VIII, Ana Bolena y al arzobispo Cranmer, con lo que el rey llevó a cabo la ruptura con Roma. El «Acta de supremacía» votada por el Parlamento Inglés en noviembre de 1534 declaraba que el rey y sus sucesores eran la autoridad suprema de la Iglesia en Inglaterra, hecho que no encontró, en general, oposición en el clero, bastante sometido ya desde antes a la autoridad estatal, ni en el pueblo, con poca formación religiosa.
Muy pocos tuvieron la valentía de no aceptar el «Acta de supremacía», entre ellos el obispo Juan Fisher y el antiguo lord canciller Tomás Moro. Ambos fueron encarcelados y después cruelmente ejecutados. También se negaron a Jurarla numerosos religiosos y varios monasterios, cuyos monjes -algunos centenares- corrieron la misma suerte de la prisión y el martirio. En el norte, hubo también un intento de rebelión campesina, la «peregrinación de gracia», que no se oponía al «Acta de supremacía», pero sí al modo de proceder de las autoridades civiles contra los monasterios, las imágenes sagradas y las reliquias.
La condesa Margarita Pole, siempre considerada como una mujer santa, de profunda y arraigada fe, con gran fortaleza y acostumbrada a sufrir, vivió esta tortuosa historia del rey valientemente cercana a Catalina de Aragón y a su luja María, desaprobando sin paliativos el matrimonio con Ana Bolena. Su sentido de Iglesia y su fidelidad al Papa le impedían también aceptar la posible ruptura con Roma, aun reconociendo las evidentes limitaciones y necesidad de reformas en la vida eclesial. Además, su hijo Reginaldo Pole se manifestó con toda claridad en el mismo sentido, lo cual no la favorecía después a ella. Reginaldo era muy apreciado por Catalina de Aragón y lo había sido también por Enrique VIII, quien le había enviado a estudiar a Oxford y a Padua, de donde volvió a los 27 años con brillante Reputación, ocupando después cargos eclesiásticos hasta llegar a ser arzobispo de York. Pero, tras una discusión con el rey, que en vano intentó ganarle para su causa, Reginaldo prefirió marcharse de Inglaterra.
Margarita pudo permanecer algún tiempo junto a María, que llevaba dos años separada de su madre. Pero cuando el rey ordenó a su hija que renunciara a su título de princesa y ella se negó, comenzó a temer que la condesa de Salisbury (Margarita Pole), vieja amiga y admiradora de Catalina, fortaleciera los propósitos de María de no someterse a los deseos de su padre, especialmente en lo concerniente al status de su madre y de ella. Por esto y, sobre todo, por su abierta oposición a la conducta de Enrique VIII en su matrimonio y frente al Papa, Margarita no pudo evitar caer en desgracia y en 1533 el rey la exoneró del cuidado de su hija María y la obligó a abandonar la corte. María estaba viviendo en New Hall, en Essex, y en octubre una comisión del rey le quitó su casa, quedando poco después, en 1534, desposeída de todos sus bienes.
Margarita Pole había insistido en ayudar, incluso económicamente, a que María tuviera su propia independencia, como escribía Chapuys al Emperador el 16 de diciembre de 1533, expresando también el modo de ser de la condesa:
«Una señora de virtud y de honor como no hay otra en Inglaterra se ha ofrecido a servir a la princesa a su propia costa, pero esto no ha sido aceptado para evitar que tuviera poder sobre ella»,
María se vio obligada por su padre a integrarse en la casa de la nueva y «única» princesa de Inglaterra, su pequeña medio hermana Isabel, hija de Ana Bolena. Así empezó María, que permaneció siempre católica, sus días de absoluta miseria, considerada bastarda ante el nuevo y reconocido matrimonio del rey, y Margarita Pole, que nunca dejó de quererla y de rezar por ella y por su atormentada madre y su causa, tuvo que desaparecer del círculo de Enrique VIII. Para María, de 18 años de edad, fue muy duro verse tan relegada, pero lo fue todavía más haberla apartado de Margarita.
Reginaldo Pole se había alejado de Inglaterra, pero su madre estaba todavía al alcance del rey. Aunque la condesa de Salisbury no tenía ya contactos con María ni con Catalina, afectiva y espiritualmente estaba cercana a ellas, y había sido testigo de toda su historia, por lo que era considerada como una amenaza para él y su nueva línea de descendencia sin su hija María. Para evitar este peligro, en la primavera de 1536 Enrique VIII y Cromwell pidieron a Reginaldo Pole que regresara a Inglaterra, con la intención de persuadirle a que se pusiera de parte de ellos. Esperaban su retorno al menos para apoyar a su madre, quien, a pesar de superar los 60 años de edad, había sido alejada de la casa real y privada de todos sus bienes.
Ese mismo año 1536, después de la caída de Ana Bolena, Margarita Pole fue incorporada de nuevo a la corte, pero sin llegar a conseguir el favor del rey. Es más, éste se enfureció fuertemente contra ella al saber que Reginaldo había sido llamado a Roma por el papa Pablo III y lo había elevado a la categoría de cardenal. Y se encolerizó más aún, cuando en 1540 le envió su tratado Pro ecclesiasticae unitatis defensione («En defensa de la unidad de la Iglesia»), como contestación a las preguntas que Cromwell y otros le habían hecho en nombre del rey. Además de responder teológicamente a las cuestiones formuladas, el libro era una abierta denuncia a la conducta de Enrique VIII. Éste puso el grito en el cielo, y pronto se hizo evidente que, no estando a su alcance el autor de la defensio, la ira real se cebaría en los rehenes presentes en Inglaterra, y ello a pesar de que la condesa y su hijo mayor habían escrito a Reginaldo reprobándole su modo de expresarse.
El hecho de que el cardenal Pole rehusara volver a Inglaterra y la anécdota de haber encontrado en la casa de su madre un escudo que entrelazaba el pensamiento -flor característica de la Familia Pole- con una de las flores que usaba como símbolo MaríaTudor, desencadenó nuevamente la furia del rey, y el 3 de noviembre de 1538, dos de los hijos de Margarita Pole y algunos de sus familiares fueron arrestados con el cargo de alta traición, aunque Cromwell había escrito antes al rey diciendo que «apenas le habían ofendido, y que no tenían otro delito que ser parientes de sangre del cardenal». Fueron encarcelados en la Torre de Londres y en enero, excepto Godofredo Pole, brutalmente ejecutados.
Aunque Enrique VIII había dicho alguna vez de la condesa Margarita Pole que «la amaba y honraba como si fuera su propia abuela», el 13 de noviembre de 1538, diez días después que a sus hijos, ordenó arrestar a la venerable anciana en su casa de Warblington, junto a Havant, en Hampshire. Allí fue ampliamente interrogada en nombre del rey por el conde De Southampton, William Fitzwilliam, y por el obispo de Ely, Tomás Godrich. Al día siguiente escribían a Cromwell:
«Seguramente no se ha visto ni oído a mujer tan honrada, tan firme en su compostura y tan precisa lo mismo en sus gestos que en sus palabras, que se maravilla uno de verla En sus contestaciones y declaraciones así se ha comportado, con sinceridad pura y justa de su parte, de modo que nos ha convencido de que una de dos o sus hijos no la han hecho participe de sus pensamientos más profundos, o ella es la traidora más grande que jamás haya existido Ahora que le hemos quitado todo lo que tiene, y que le hemos comunicado el pensamiento del rey, como está arrestada, esperamos que pueda decir algo, al encontrarse desposeída»
A continuación, desde su casa de Warblington la llevaron prisionera a Cowdray Park, cerca de Midhurst, y la recluyeron en la casa del conde de Southampton, William Fitzwilliam, donde fue sometida a todo tipo de vejaciones. Dos días después, informaban a Cromwell:
«Hemos quitado todo a la Señora de Salisbury y la hemos llevado a Cowdray y cuando pensábamos, como dijimos en la carta anterior, que al quitarle todo quizás confesara algo, tenemos que decir que, desde que llegamos aquí, después de intentarlo de todos los modos posibles, no hemos conseguido nada [ ] Podemos llamarla un varón fuerte y firme, más que una mujer. Ante todos nuestros intentos, siempre se ha mostrado honrada, valerosa y correcta que mas no puede ser. Tanto que pensamos que, a pesar de que hemos usado toda nuestra industria y diligencia para presionarla a que dijera más y hemos empleado mucho tiempo sin conseguirlo, hemos decidido presentarnos al Rey y no trabajar más de momento»
En Cowdray estuvo seis meses, sometida a las afrentas más grotescas. Mr. Gairdner la trató «con descortesía bárbara». El 12 de abril de 1539 Cromwell escribía al rey para decirle que no habían sido capaces de encontrar algo de qué acusarla, y que la Condesa y su familia «no le han ofendido más que en ser parientes del cardenal». Ante esta dificultad, Cromwell consultó a los jueces si una persona acusada de traición podía ser condenada a muerte sin previo juicio o confesión. Esta propuesta tan sin sentido encontró rechazo incluso por parte de los más fieles a Enrique VIII. Le contestaron que sería un precedente peligroso, que ningún tribunal se avendría a un proceso tan ilegal, pero que la Corte del Parlamento era suprema y que su decisión se aceptaría como ley. Es el camino que se decidió seguir.
El bill of attainder, o «Acta de condena», no se presentó a los Lores hasta el 10 de mayo, para dar tiempo a añadir otros nombres. Figuran en ella 16 personas, algunas de las cuales ya habían sido ejecutadas. Las dos primeras lecturas se pasaron en un solo día, sin posibilidad de defensa ni examen de testigos, y en la tercera, Cromwell presentó una túnica de seda blanca, encontrada en uno de los cofres de la condesa, que llevaba bordadas las cinco llagas, signo que el rey pretendió hacer creer que la vinculaba con las revueltas del norte llamadas «peregrinación de Gracia», por lo que «se había hecho acreedora de muerte por orden del Parlamento». Los otros cargos aducidos contra ella, a los cuales no les fue permitido responder, tenían que ver con que se le encontraron bulas del Papa, que había mantenido correspondencia con su hijo y que había prohibido a sus sirvientes tener el Nuevo Testamento y otros libros publicados por la autoridad real. Los Comunes se mostraron tan dispuestos como los Lores a aceptar esta condena, finalmente aprobada el 29 de Junio de 1539. Este mismo día trasladaron a Margarita desde Cowdray a las prisiones de la Torre de Londres, para esperar allí la ejecución de la sentencia.
Ante esta noticia, el cardenal Pole escribía el 22 de septiembre al cardenal Contarini:
«He oído que a mi madre la han condenado por concilio publico a morir, o mejor, a la vida eterna No solamente han condenado a una mujer de 70 años con la que el rey estaba muy relacionado y de la que él mismo había dicho que no había mujer mas santa en todo el reino. También ha condenado a su ahijado, el hijo de mi hermano, la única esperanza de nuestra familia. Mira hasta donde ha llegado esta tiranía, que empezó con sacerdotes, siguió con nobles, destruyendo a los mejores, y al final ha alcanzado a las mujeres y a los niños».
No la ejecutaron de momento, esperando que el rey la perdonara. Pero sí padeció todo género de carencias y agravios durante los casi dos años que permaneció allí prisionera, teniendo que soportar, además, un clima muy severo con insuficiente vestido. Todo ello, digna y pacientemente soportado, la preparó, sin duda, para recibir la gracia del martirio.
No hubo más proceso, ni posibilidad de defensa, ni otra sentencia que la dictada por el Parlamento hacía dos años. Margarita Pole, última representante de la rama directa de los Plantagenet, fue decapitada en la mañana del 28 de mayo de 1541, cuando contaba casi 68 años de edad, en East Smithfield Green, en la Torre de Londres, cerca de las estancias donde estaba recluida.
Hay distintas versiones, que se complementan entre sí, de los últimos momentos de esta mujer ya anciana, frágil de salud y de baja estatura, aunque fuerte en su fe y siempre fiel a la Iglesia Católica y a su conciencia, a pesar de los ultrajes y vejaciones que por ello tuvo que sufrir. Algunos la presentan resistiéndose a la injusticia que con su muerte se iba a cometer, y proclamando abiertamente su inocencia, como la balada contemporánea que pone estas palabras en boca de Margarita:
«Los traidores encaminados al patíbulo tienen que morir; yo no soy una traidora, no. ¡Yo no! Mi fidelidad es patente, así que no marcharé hacia el tronco. No daré un paso, como veréis. ¡Cristo, en tu misericordia, sálvame!».
Otros dicen que se dirigió con toda dignidad y fortaleza desde su celda al lugar donde había de ser decapitada, diciendo solamente que no sabía por qué crimen se la estaba condenando.
No fue decapitada en un patíbulo, sino sobre un tronco de madera. Parece que, en ausencia del verdugo oficial, el joven encargado de cumplir la sentencia tuvo dificultades para manejar la pesada y dura hacha con que había de sacrificarla, y que, al haber fallado algunos golpes, endureció de modo terrible, el ya crudelísimo martirio, ante el espanto del grupo de unas 120 personas que asistían al espectáculo, presidido por el alcalde mayor de Londres. Lo cierto es que Margarita Pole, condesa de Salisbury, murió decapitada de una manera brutal, pero sin perder la dignidad propia de su linaje y de su fe, y con lúcida conciencia de la verdadera causa que la había conducido a tan feroz martirio. Fue enterrada en la capilla de San Pedro ad Vincula, dentro de la Torre de Londres.
Marillac, embajador de Francia, escribía al rey Francisco I el 29 de mayo:
«Para empezar, un caso que más merece compasión que largas cartas. La condesa de Salisbury fue decapitada ayer por la mañana, hacia las 7, en una esquina de la Torre, en presencia de tan poca gente que hasta la tarde se dudó si había sido verdad. Era difícil de creer porque había estado en prisión mucho tiempo [...] La manera de proceder en su caso parece indicar que tengan miedo de matarla públicamente y la ejecutaron en secreto»
Al llegar a oídos del cardenal Pole la historia de la muerte cruel y grotesca de su madre, con los terribles detalles que la acompañaron, comentó que «nunca temería llamarse hijo de una mártir» Y más tarde escribía al cardenal S. Marcellus que «si su propia muerte trajera como consecuencia la salvación del rey, voluntariamente se ofrecería».
Cuando doce años después subió al trono María Tudor, la hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, sucediendo en 1553 a su medio hermano Eduardo VI, estaba decidida a restablecer el catolicismo en Inglaterra, para lo que solicitó la ayuda de su primo el cardenal Pole, quien fue enviado por el Papa como legado suyo con este fin. Tardó algunos meses en llegar y, ya en Inglaterra, actuó con notoria prudencia y discreción, perdonando a quienes habían apoyado a Enrique VIII y promovido el cisma anglicano. El matrimonio de María en 1554 con el príncipe heredero de España -el futuro rey Felipe II- favoreció también la solemne readmisión de Inglaterra en la Iglesia católica el 30 de noviembre de ese mismo año 1554, vigorosamente propiciada por el cardenal. Pero, aunque el Parlamento aceptó la reconciliación con Roma, y aunque se persiguió duramente a los protestantes, el estado religioso del país no era favorable a este cambio, pues el pueblo estaba desorientado o indiferente ante tanta lucha y tanta violencia. La muerte temprana de María Tudor en 1558, y la del cardenal Pole con pocos días de diferencia, impidieron la consolidación del catolicismo. Su medio hermana y sucesora Isabel I (1558-1603), aunque se había declarado católica durante el reinado de María Tudor, anuló pronto la restauración de la Iglesia católica en Inglaterra, afirmándose el anglicanismo a partir de la bula de excomunión Regnans in excelsis, del 25 de febrero de 1570, del papa Pío V. Así quedó consolidado un cisma que se prolonga hasta la actualidad.
«En esta perspectiva de renovado camino pos jubilar –afirma Juan Pablo II en el Citado numero 48 de la carta apostólica Novo millennio ineunte- se ha de cultivar el dialogo ecuménico con los hermanos y hermanas de la Comunión anglicana y de las Comunidades eclesiales nacidas de la Reforma. La confrontación teológica sobre puntos esenciales de la fe y de la moral Cristiana, la colaboración en la caridad y, sobre todo, el gran ecumenismo de la santidad, con la ayuda de Dios, producirán sus frutos en el futuro».
Este «ecumenismo de la santidad» es el que aporta hoy la destacada, valerosa y coherente mujer Margarita Pole, cuya memoria ha permanecido bien viva en Inglaterra y fuera de este país, acompañada siempre por su merecida fama de santidad y heroico martirio. Su retrato puede admirarse en la National Portrait Gallery de Londres.
En 1886 el papa León XIII la beatificó, confirmando su culto, junto a un numeroso grupo de mártires ingleses, correspondientes todos al mismo momento histórico.
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