Uno de mis recuerdos de la niñez es el estar esperando fuera de nuestra casa la llegada de Papá del trabajo en la tarde.
Teníamos un estacionamiento de gravilla junto a la casa y del mismo lado había un gran árbol. Este tenía algunas ramas bajas en las que podíamos treparnos cuando niños, 4 o 5 años.
Mi hermano Roberto y yo esperábamos a Papá sentados en una rama de ese árbol hasta que pudiésemos ver el auto de Papá ingresar al estacionamiento y oír el sonido de la grava bajo las llantas.
Cuando llegaba ese momento, bajábamos del árbol y corríamos hacia el auto de Papá. ¡No podíamos esperar a que él bajase del auto! Todavía recuerdo el entusiasmo que sentía cada noche anticipando la llegada de Papá, su bajada del auto, dándonos primero su gran sonrisa y luego tomarnos rápidamente en sus brazos para el abrazo de bienvenida.
Me sentía tan feliz de recibir ese abrazo de Papá que pienso que probablemente hubiese acampado para siempre, o al menos hasta el desayuno, ¡para recibir aquel amoroso y cálido abrazo!
Cuando me daba ese abrazo, podía sentir cuánto nos amaba en ese fuerte y sin embargo suave, confiable y seguro abrazo.
Estoy tan agradecida a mi Papá por ese maravilloso recuerdo de su regreso a casa. Tenía varios juegos y rutinas familiares que realizaba con Roberto y conmigo que mágicamente decían: “Les amo”, “Son especiales para mí”, “Son mi gozo” y “Ahora es nuestro tiempo juntos”.
Cuando Papá enfermó pocos años después y no nos podía comunicar más su amor en palabras o abrazos, todavía tenía esas escenas de sus “regresos a casa para estar con nosotros” de las cuales sacar seguridad de su continuo amor por nosotros.
Han pasado ya casi 25 años desde que mi Papá murió y sin embargo, mis recuerdos de él de mi niñez temprana continúan siéndome una fuente maravillosa de inspiración. Recuerdo los grandes momentos que pasamos juntos cuando joven; su vibrante sonrisa, sus chistes tontos y el humor juguetón de sus rutinas. Pero de todos los gratos recuerdos que Roberto y yo tenemos de nuestro tiempo con Papá, la “espera por el abrazo de vuelta a casa” es para mí, el mejor de todos. Y cuando pienso de Papá regresando a casa, todavía puedo recordar la brillante sonrisa que nos daba, sus largos brazos extendiéndose hacia nosotros y la sensación de su cálido abrazo al levantarnos del suelo.
Cada vez que pienso en ello, es como si Papá estuviese allí conmigo una vez más y puedo sentir su amor dentro de mí de nuevo. Gracias Papá, ¡te amo! CTA
Este artículo nos llama a quienes somos hijos a valorar el cariño y amor recibidos de parte de nuestros progenitores… pero también nos provee de una singular perspectiva de la vida a quienes somos también padres de familia. ¡Cuán curioso e interesante nos resulta descubrir el impacto de nuestras acciones —muchas veces a las que damos menos importancia— en la vida de nuestros hijos!
Ciertamente vale la pena rescatar que para la autora de la narración de hoy, “sus tiempos juntos a Papá” resultan ser los recuerdos más tiernos e importantes. De igual manera, nuestro Padre Celestial ha hecho tanto por nosotros y necesitamos no sólo valorar Sus obras pero también Su amor por cada uno de nosotros. RI
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