martes, 2 de febrero de 2016

Aborto y relaciones humanas


Las relaciones tienen un peso importante en la historia de cualquier ser humano. Si esas relaciones están heridas, o son dejadas de lado, se producen daños graves en la vida de las personas y de los grupos humanos.
Uno de los puntos no siempre evidenciados al hablar del aborto alude precisamente a las relaciones que están en juego. En una breve enumeración (e incompleta), en cada aborto están presentes las siguientes relaciones: entre madre e hijo, entre padre e hijo, entre familiares (y conocidos) de la madre con ésta y con su hijo, entre el personal médico y la madre y el hijo, entre la sociedad y la madre y el hijo.
La primera relación, la más personal e íntima, es la que existe entre la madre y su hijo. Junto a esa relación, aunque experimentada de manera diferente respecto de la madre, inicia la que intercomunica al padre con su hijo.
Desde esas primeras dos relaciones (madre-hijo, padre-hijo) surgen las demás relaciones. Los familiares más cercanos se sienten interpelados por el nuevo ser humano: para unos, es el nieto; para otros, un sobrino o un primo, etc. Luego, los amigos y conocidos se dan cuenta de que ha iniciado una nueva existencia que no les resulta indiferente.
La mentalidad que promueve el aborto como un “derecho” destruye esas relaciones de modo drástico. No sólo porque al acabar con el hijo la madre y el padre quedan “liberados” de cualquier lazo con un diminuto ser humano, sino también porque muchas veces se promueve una terminología que busca precisamente negar que las relaciones existían antes del aborto.
Así, por ejemplo, hay quienes intentan por todos los medios no llamar hijo al hijo. Lo denominan embrión, “producto”, “puñado de células”, un ser subhumano. Esas y otras fórmulas intentan ocultar la relación básica: ese ser humano es hijo, e hijo de una madre y de un padre.
Rechazada la relación, incluso negada en la mente y en el corazón, resulta más fácil presentar como aceptable el proyecto de acabar con la vida del hijo. En efecto, reconocer y afirmar que el aborto es matar al hijo en el seno de su madre resulta muy duro. Decir, en cambio, que el aborto (o, como algunos prefieren, la “interrupción voluntaria del embarazo”) es detener el desarrollo del “producto” para luego extraerlo del cuerpo de la mujer parece más vendible a los ojos de la sociedad.
Pero dejar de lado ciertas palabras no puede ocultar las realidades que tales palabras expresan. Porque todo embrión es, se diga lo que se diga acerca de él, un hijo. Existe gracias a unas relaciones y pide, simplemente, ser acogido, respetado, amado, como hijo de su madre y de su padre.
Abrir los ojos a las relaciones que explican el inicio y todo el recorrido de cualquier existencia humana, ayudará no sólo a vencer la mentalidad abortista, sino sobre todo a garantizar un contexto social más justo y más disponible a acoger a quienes, como hijos, inician a vivir en uno de los lugares más maravillosos de la aventura humana: en el seno de sus respectivas madres. FP

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